La participación

Por Jaime Rodríguez-Arana Muñoz, catedrático de Derecho Administrativo. Universidad de La Coruña (ABC, 09/06/06):

La participación, junto con la libertad, es objetivo político de primer orden en la construcción y desarrollo de la democracia. Incluso, por su carácter básico y por lo que supone de horizonte tendencial nunca plenamente alcanzado, podríamos hablar de la participación como finalidad política en la medida en que facilita la presencia ciudadana en la cosa pública. Hoy, sin embargo, a juzgar por el real interés cívico en los asuntos públicos, no podemos ser, si certificamos lo que pasa, especialmente optimistas. Probablemente, la gente participa en el espacio público en la medida en que encuentra ese ámbito atractivo o susceptible de captar sus intereses y necesidades.

La participación política del ciudadano puede ser entendida como finalidad y también como método. La crisis a la que hoy asisten las democracias, o más genéricamente las sociedades occidentales, en las que se habla a veces de una insatisfacción incluso profunda ante el distanciamiento que se produce entre lo que Ortega llamaba vida oficial y vida real, manifestada en síntomas variados, exige una regeneración permanente. Regeneración que es constante en los programas electorales, pero poco practicada desde el ejercicio del poder. Para mí, la regeneración que necesitamos consiste en propiciar, facilitar el protagonismo de los ciudadanos, la participación.

Sin embargo, frente a quienes consideran la participación únicamente como la participación directa y efectiva en los mecanismos políticos de decisión, es menester afirmar que la participación debe ser entendida de un modo más general, si se quiere como protagonismo civil de los ciudadanos, como participación cívica.

En este terreno, dos errores de bulto debe evitar el político democrático. Primero, invadir con su acción los márgenes dilatados de la vida civil, de la sociedad, sometiendo las multiformes manifestaciones de la libre iniciativa de los ciudadanos a sus dictados. Y, segundo, tan nefasto como el anterior, pretender que todos los ciudadanos entren en el juego de la política del mismo modo que él lo hace, ahormando entonces la constitución social mediante la imposición de un estilo de participación que no es para todos, que no todos están dispuestos a asumir.

A mi juicio, no puede encontrarse en esta última afirmación aplauso para quien decida inhibirse de su responsabilidad política de ciudadano en la cosa pública. Insisto en que de lo que se trata es de respetar la multitud de fórmulas en que los ciudadanos deciden integrarse, participar en los asuntos públicos, cuyas dimensiones no se reducen, ni muchísimo menos, a los márgenes -que siempre serán estrechos- de lo que llamamos habitualmente vida política. Trato, pues, fundamentalmente de participación cívica, en cualquiera de sus manifestaciones: en la vida asociativa, en el entorno vecinal, en el laboral y empresarial, etcétera. Y ahí se incluye, en el grado que cada ciudadano considere oportuno, su participación política. La realidad, en su más variada expresión, ofrece distintos canales de presencia de intereses comunitarios a través de los cuales es posible ayudar a abrir el espacio de lo público, algo que dada la fuerza dominante que procura, desde el pensamiento único, laminar las libertades es cada vez más urgente y necesaria si que queremos preservar el pluralismo en la vida social.

Al político le corresponde, pues, un protagonismo político, pero la vida política no agota las dimensiones múltiples de la vida cívica, y el político no debe caer en la tentación de erigirse como único referente de la vida social. La empresa, la ciencia, la cultura, el trabajo, la educación, la vida doméstica... tienen sus propios actores, a los que el político no puede desplazar o menoscabar sin incurrir en actitudes sectarias.

Los políticos han de propiciar el ambiente idóneo para que se sustancien acuerdos, para que los interlocutores se encuentren y puedan expresar sus intereses. Es decir, los poderes públicos, como muy bien entendió la Constitución de 1978, han de posibilitar las condiciones que hagan efectivas la libertad, la igualdad y la participación de los ciudadanos. El problema está en que la tentación de intervenir, de manipular, de ideologizar, de politizarlo todo está ahí. Por eso, resulta positiva la apelación que algunos vienen haciendo a la necesidad de despolitizar la política, puesto que, en ocasiones, la política confunde lo esencial con lo accidental. En este sentido, la participación libre es una manifestación del grado real de educación y cultura cívica de una sociedad.

Tratar sobre participación es tratar también de cooperación. La participación es siempre «participación con». De ahí que el protagonismo de cada individuo es en realidad coprotagonismo, que se traduce necesariamente en la conjugación de dos conceptos clave para la articulación de una política centrada en la persona: autonomía e integración, las dos patas sobre las que se aplica el principio de subsidiariedad. En ningún ámbito de la vida política debe ser absorbido por instancias superiores lo que las inferiores puedan realizar con eficacia y justicia.

Estos dos conceptos, por otra parte, están en correspondencia con la doble dimensión de la persona, la individual y la social, la de su intimidad y la de su exterioridad. Insisto en que se trata de la doble dimensión de un mismo individuo, no de dos realidades diferenciadas y distantes, que puedan tener una atención diversa. Más bien, la una nunca actúa ni se entiende adecuadamente sin la otra. Desde esta perspectiva, libertad y solidaridad no es que sean dos realidades distintas, sino que son dos realidades complementarias que han de habitar en la persona. Por eso se puede, y se debe, hablar de libertad solidaria. Si la libertad -en el plano moral- es en última instancia una consecución, un logro personal; si la participación, el protagonismo en la vida pública -sea por el procedimiento y en el ámbito que sea- sólo puede ser consecuencia de una opción personalmente realizada, la solidaridad es constitutivamente una acción libre, sólo puede comprenderse como un acto de libre participación.