La credibilidad de un gobernante se mide especialmente por la capacidad de pasar de la retórica a la acción. Han trascurrido nueve meses desde la toma de posesión de Obama. Más que un presidente de una nación líder del mundo occidental, ha emergido como líder mundial. Representa un aire nuevo respecto a la decadente herencia dejada por su antecesor. A nivel interno, una pavorosa crisis económica, extendida por todo el planeta y en el ámbito externo un conjunto de puzzles trampa de los cuales debe salir. Lo va a hacer respecto al nefasto recuerdo de la actuación de EEUU en Irak.
En cuanto a la guerra de Afganistán, esta en un laberinto que tiene muy difícil solución. Con la retirada del primer país mencionado parecer ser ya suficiente, como si considerasen vergonzoso un segundo repliegue. No obstante, más vale una retirada a tiempo que un nuevo Vietnam. En todo caso, deben replantearse a fondo la estrategia allá no sólo militar sino también política.
Precisamente hace 20 años, en enero de 1989, salía de allí humillado el ejército soviético. Este imperio comenzaba a resquebrajarse. El alejamiento de los países satélites comenzaría con la doblemente mártir Polonia hasta culminar en noviembre de ese año con la caída del muro de Berlín. Dos años después, en 1991, sería la propia URSS la que se descompondría en 15 estados que iniciarían una compleja y sinuosa conquista de la libertad, en varios de ellos todavía pendiente.
La Federación de Rusia fue uno de esos países. Hundida su economía, resquebrajadas las falsas seguridades del comunismo y humillada su alma rusa, comenzaría una andadura nueva con la llegada al poder de Putin. El ex dirigente de la KGB conectó con las aspiraciones de su pueblo. Entre ellas, lamentablemente, no suele estar (así lo ha sido en su historia) la aspiración de libertad. Prefieren que alguien le dirija con mano firme, y dura si es preciso, y le haga sentir renacido su sentimiento nacional-imperial y su orgullo. Los ocho años de gobierno de Putin permitieron recuperar todo ello, al igual que, gracias al alza de los carburantes, abandonar una economía maltrecha. Ello se hizo a costa de intensificar el control totalizador de los resortes políticos, judiciales y mediáticos, sacrificando, con una sociedad indiferente, algunas de las conquistas de un Estado democrático. Hace año y medio dio paso (sin desaparecer de escena) a otro dirigente: Medvedev.
Tras su visita el pasado noviembre por los países bolivarianos, pisa ahora por vez primera suelo norteamericano. Allí, en el marco de la ONU, ha tenido su tercer encuentro con Obama sin perjuicio de una posterior entrevista en Pittsburgh. Es esta, la relación con Rusia, otro de los ejes en los que la política exterior norteamericana va, acertadamente, cambiando. Al día siguiente de la elección de Obama, este fue recibido desde el Kremlin con el anuncio del despliegue nuclear en Kaliningrado -enclave ruso situado entre Polonia y Lituania-.
Ese desafío no alteraría al nuevo dirigente norteamericano. No entró a la provocación que le tendieron. Hasta entonces las relaciones entre ambos países habían sido presididas por la recíproca y total desconfianza y una larga lista de agravios mutuos. La política de confrontación y enemistad reflejada por Bush era para los rusos la mejor manera de recuperar posiciones, de tratar de tú a tú a la potencia yanqui.
Para ello, la carrera armamentística de los últimos años tuvo gran valor. La espiral parecía continuar cuando el pasado marzo, Moscú anunciaría un «rearme a gran escala». La respuesta de Obama se salió de la estela de su antecesor. Envió a su secretaria de Estado Hillary Clinton a una reunión con su homónimo ruso con la palabra (y el gesto expresivo) de reinicio. En abril, Corea lanzaría -con fracaso- un cohete nuclear. El misil dialéctico de Obama, en aquel momento en Praga, fue un memorable discurso donde planteó la exigencia de desarme aplicada en primera persona para exigirlo a su vez a los demás. Entonces publicaría en este periódico mi artículo El desarme empieza por Obama y Medveded (7 de abril).
En julio Obama visitaría Moscú, donde se reafirmaría en su política de respeto, cooperación y diálogo con Rusia. Firmarían las bases de un nuevo acuerdo. Ahora ha sido de nuevo EEUU quien ha vuelto a llevar la iniciativa, renunciando la semana pasada al escudo antimisiles en centro Europa tal y como lo había configurado su antecesor.
El anuncio de Obama era una noticia bomba. El desarme aplicado a sí mismo desarmaba la característica desconfianza rusa y, simultáneamente, rearmaba a EEUU para buscar la colaboración de Moscú ante otros dos frentes que tiene abiertos: Afganistán y, sobre todo, Irán. Con este último Rusia mantiene buenas relaciones e influencia. Su actuación sería clave para conseguir que Teherán no siga por un camino que pude autodestruirle. Por ello el acercamiento a Rusia y la implicación de sus dirigentes en la misma línea es clave. Medvedev tiene que captar el nítido mensaje que a él también le lanza Obama: «Juntos podemos». En lugar de continuar con la espiral de rearme y hostilidades... ¿Por qué no seguir, también juntos, la misma senda aunque en sentido contrario al seguido hasta hace poco?»
Los secotores más conservadores -al igual que tras su emocionante discurso al mundo musulmán en El Cairo- acusan a Obama de débil. Una vez más se equivocan. La fortaleza se mide no por la prepotencia y bravuconadas sino por la inteligencia y las convicciones. Obama, aunque para algunos pueda ser un ingenuo, y aún con excesos en cuanto al cultivo de su imagen, es una persona de ideas que enlazan con valores nobles como la paz. Y esta no se impone jamás con armas.
Esto no es reprochable salvo para aquellos que aplican el aforismo: si quieres la paz prepara la guerra (y el negocio de conlleva). Mientras él considera el contrario: si quieres la paz prepara la paz. Y es necesario hacerlo con inteligencia, con coraje, con aliados potentes. Ciertamente, es una apuesta audaz, arriesgada, también por lo que se refiere a la sensación de desprotección de los países del este de Europa. Sus recuerdos de etapas recientes hace a estos ser ferozmente recelosos de todo lo proveniente de Moscú. Desde Washington deben enviarles el mensaje de que no los van a abandonar. Igual que la Unión Europea, aún con su frágil política exterior, debería asumir un papel más activo que EEUU en los planes de seguridad y de vecindad con los países ex soviéticos ahora independientes.
La intervención de Medvedev en Naciones Unidas es una ocasión magnifica para demostrar ser no sólo un dirigente de un país muy importante sino también un líder mundial. Debe recoger el reto que Obama le ha dejado y asimilar que en la partida de ajedrez de la política global el juega con las mismas fichas que Obama. Este eligió blancas y movió primero, incluso por dos veces. Pasó de la retórica poética a la acción del dirigente comprometido con la paz. Ahora es Medvedev quien debe expresar que juega en el mismo equipo y que esta comprometido también en ese objetivo.
Jesús López-Medel, abogado del Estado, ex presidente de la Comisión de Derechos Humanos y democracia de la Asamblea de la OSCE y autor del libro La larga conquista de la libertad (Quince nuevos Estados tras la URSS a la búsqueda de su identidad), editado por Marcial Pons.