La patraña del 23-F

El pasado domingo 23 de febrero, coincidiendo con el trigésimo tercer aniversario del fallido golpe de Estado protagonizado por Tejero, el periodista Jordi Évole ofreció en su habitual espacio de La Sexta un programa que ya de entrada se presentaba de un modo absolutamente sugerente: “No será un documental más sobre esta fecha, es otra cosa”. Y “otra cosa” suponía también el modus operandi implícito en el subtítulo: “¿Puede una mentira explicar una verdad? Hay cosas que siguen resultando inexplicables 33 años después”. La primera parte del subtítulo entre interrogantes aludía al monumental gato por liebre que se nos coló en el programa. La segunda, a que aún se le pueden buscar al gato del 23-F muchos más pies, puesto que a estas alturas quedan cabos sueltos.

Évole y su equipo jugaron magistralmente con lo que constituye el principio de cualquier ficción que se precie, que se resume en tratar de buscar La verdad de las mentiras, en acertado título de Vargas Llosa. Mentiras con las que los novelistas poblamos nuestros textos, legitimados por la imaginación creadora y por el hecho de que en los volúmenes en que nuestras historias se presentan al público aparece la palabra “novela” y eso es el aviso de que cuanto contamos, aunque incluso sea verdad, debe tomarse como una ficción. Pero ese no era el caso del documental de Évole, porque quienes le hemos seguido con admiración hasta el pasado domingo lo hemos hecho pensando que sus verdades lo son a secas, que no utiliza los trucos de concebir mentiras para ir al encuentro de la verdad, que sus programas son otra cosa porque van directos al grano, sin paliativos. Por eso la patraña sobre el 23-F pudo parecer a muchísima gente una verdad del tamaño de las Torres Gemelas, aunque así que el programa avanzaba una serie de pistas falsas, magníficamente jugadas especialmente por la actuación estelar de Garci, las fueran dinamitando. Así la referencia al ensayo general previo al asalto con los parlamentarios en el colegio de médicos o la justificación de la salida de los guardias civiles por la ventana, como un homenaje a La ventana indiscreta. Pese a eso y pese a los minutos finales en que se nos advirtió que estábamos ante una pieza de lo que se ha dado en llamar fake o mock documentary, no sé hasta qué punto Évole y su equipo estuvieron acertados. Cierto que ahí están como antecedentes de su programa Operación Palace, el montaje radiofónico del equipo de la CBS, dirigido por Orson Welles, que durante una hora contó cómo la tierra estaba siendo invadida por extraterrestres, con el consiguiente pánico de millones de norteamericanos que escuchándolo se lo tomaron en serio. O el más reciente de William Karel Operación luna, en el que se ponía en cuestión la llegada del hombre a la Luna, usando imágenes de archivo con declaraciones de personalidades que, maquilladas para la ocasión, producían el efecto buscado. Évole dio, en cierto modo, un paso más al incluir a una serie de políticos y periodistas que se prestaron a una actuación estelar, explicándonos las mentiras sugeridas por el guión. No sé si cobraron por ello o si trabajaron de manera gratuita, movidos por la idea de que el programa demostraba hasta qué punto la información es manipulable y hasta qué punto gentes tenidas por serias como los que protagonizaron el espectáculo de Évole –también puede llamársele así– pueden faltar a la verdad. Pese a que actuaban, no sé hasta que punto su actuación no supondrá en el futuro una especie de bumerán. ¿Si mintieron con tanta naturalidad no será porque siempre mienten?

Los ciudadanos tenemos la convicción de que los políticos nos engañan y en buena medida es verdad. Basta observar el incumplimiento sistemático de lo prometido en las campañas electorales. También sabemos que a menudo la prensa está al servicio de determinadas consignas políticas y o económicas. Por eso, la patraña de Operación Palace abunda en esas creencias, lo que a estas alturas ahonda todavía más en el descrédito de los poderes públicos y del cuarto poder. ¿Y es eso bueno? ¿Ayuda a la urgente regeneración de valores tan necesarios en nuestra sociedad? ¿Valió la pena el experimento de Évole? ¿Es lícito jugar con un material tan sensible como lo que supuso el 23-F para quienes lo vivimos con el horror de pensar que la noche podía volver a empezar?

Cierto que sobre el 23-F, pese a la abundante bibliografía que ha generado, no está todo claro, ni mucho menos. Y ya no me refiero a hasta qué punto algunos sabían o dejaban de saber que el golpe se daría o si tenían contactos con los golpistas, lo que, en cierto modo, supongo que originó el hilo argumental del documental de Évole, sino a otros aspectos que han quedado en la sombra. Por ejemplo, la actuación del jefe de la Casa Civil del Rey, el mallorquín Nicolás Cotoner y Cotoner, marqués de Mondéjar, cuyo papel esa noche fue mucho más crucial que el de Sabino Fernández Campo, secretario de la Casa. Fue Mondéjar quien habló con el president Pujol y le dijo aquello de “tranquil, Jordi, tranquil”. Y fue Mondéjar y no Fernández Campo quien estuvo en contacto telefónico con los generales, algo de lo que tanto se vanagloriaba don Sabino, que terminó por creerse y hacernos creer que él fue en realidad el gran protagonista de la noche del 23 de febrero de 1981, como si sólo él hubiera parado el golpe de Estado. La “Operación Sabino”, tan bien orquestada por él mismo, sí alcanzó una enorme repercusión mediática, mientras la figura de Nicolás Cotoner, de una lealtad al Rey inamovible y una discreción y sencillez encomiables, ha quedado oscurecida y relegada por completo. Una prueba más de que, lamentablemente, así suele escribirse la historia.

Carme Riera, escritora.

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