La paz de Azkoitia

Por José Antonio Zarazalejos. Director de ABC (ABC, 04/06/06):

NO es edificante, ni siquiera para sus adversarios, contemplar el derrumbe político del Presidente del Gobierno bajo la presión del brazo político de los terroristas que exigieron, y consiguieron, que el ministerio fiscal se sometiese a criterios de oportunismo político y que el Partido Socialista de Euskadi reconociese a Batasuna como «interlocutor necesario». Pero con ser este desplome de Rodríguez Zapatero un hecho lamentable para todos, no es el más grave. Lo es mucho más que, como consecuencia de la improvisación y la liquidez ética del jefe del Gobierno, tanto el Partido Popular como las víctimas del terrorismo se hayan desagregado de un proceso que, de seguir por donde discurre ahora, nos llevará, en el mejor de los casos, a lo que Rosa Díez ha calificado como la «la paz de Azkoitia», que consiste en aquella en la ya nadie mata ni nadie muere pero en la que el «asesino es homenajeado por el ayuntamiento y la víctima tiene que vivir agazapada» según las muy descriptivas palabras de la europarlamentaria socialista.

La oxigenación que Rodríguez Zapatero ha proporcionado a Batasuna y a ETA como consecuencia de la amenaza de los terroristas de «colapsar el proceso» constituye una derrota en toda regla del inquilino de la Moncloa, que ha quedado en manos de sus siniestros interlocutores. Sin la asistencia del primer partido de la oposición -cuyo máximo dirigente no ha sido tratado como requería su condición imprescindible para el buen fin de esta iniciativa- y sin el respaldo de las víctimas de ETA, el proceso iniciado por el jefe del Ejecutivo no tiene futuro, por más que la capacidad del Gabinete y del PSOE para relativizar las palabras y los hechos haya adquirido dimensiones casi circenses.

«No cabe -escribía ayer Aurelio Arteta en El País- liquidar «democráticamente» la democracia» y, por el camino que llevamos, ese es el propósito de Batasuna-ETA en una estrategia en la que ya han comprobado la resistencia de Rodríguez Zapatero. Le han tomado la medida y los resultados obtenidos no han podido ser más satisfactorios para la banda: el Presidente cede a través del Partido Socialista en el País Vasco y el fiscal de la Audiencia Nacional reconoce un extraño estatuto de pacificadores a los dirigentes de Batasuna. La legalidad ha volado por los aires a la primera embestida de los terroristas y semejante desafuero pretende presentarse a la opinión pública con un contorsionismo moral y político que roza el ridículo.

Será tactismo, debilidad o insolvencia moral, pero sean cuales fueran las razones, Rodríguez Zapatero ha hecho embarrancar un proceso que, efectivamente, partía de una buena oportunidad y cuya chance había que jugársela en una gestión política discreta, inteligente y previamente teorizada y siempre de acuerdo con el PP. En apenas unas semanas, la transparencia del Presidente -impaciente por cumplir el compromiso de relegalizar a Batasuna, compromiso adquirido en los contactos previos al alto el fuego permanente de ETA y amenazado con un boicot al juez Grande Marlaska si el fiscal no era neutralizado- ha frustrado el primero de los pasos imprescindibles para encarrilar correctamente esta iniciativa: doblarle el pulso a la izquierda abertzale ilegalizada para que, con cambio de siglas y de estatutos, abjurase de la violencia terrorista y, con la Ley de Partidos plenamente vigente, presentase una nueva organización en el registro del Ministerio de Interior.

La derrota de Zapatero, además, no sólo ha frustrado el apoyo del Partido Popular al proceso -ruptura que es definitiva salvo una rectificación casi copernicana del Presidente-, sino que ha enajenado también otros apoyos sociales y generado anticuerpos en esa «identidad proscrita» -título de otro magnífico ensayo histórico de Juan Pablo Fusi- de los no nacionalistas en el País Vasco, prestos ya a «organizar otra vez la resistencia» según aviso -y aviso serio- de la ya citada eurodiputada socialista Rosa Díez, a la que podrían unirse otras voces de la izquierda y la derecha en el País Vasco en absoluto dispuestas a que, desde la ignorancia presidencial, se pretenda universalizar allí esa «paz de Azkoitia» en la que a los vascos constitucionalistas ya no les matarán pero a los que tampoco dejarán vivir. Todos ellos -todos nosotros- no hemos padecido esta tragedia para darla por conclusa con el reparto buenista de la razón histórica entre víctimas y victimarios.

El presidente del Gobierno, además, se ha desdicho de su propia hoja de ruta y lo ha hecho de manera suficientemente grosera -las hemerotecas serán implacables- como para que el debate sobre la solidez de sus criterios resulte muy fácil a sus adversarios. Dijo Rodríguez Zapatero (ABC, 19/02/2006) que «sería un error histórico tener prisa» y él ha impreso un ritmo endiablado a un proceso al que auguró «años y momentos difíciles», y transcurridos sólo dos meses estamos ya instalados en una negociación inmediata y la coyuntura más complicada en ese tiempo la ha sorteado con cesiones clamorosas. Decía el Presidente que «no hay precio, ni hipoteca, ni subasta» y Batasuna ya ha adquirido el estatuto de «interlocutor necesario» y sus dirigentes consideran estar en la legalidad tras la más demoledora, torpe y dañina intervención en un procedimiento penal del Ministerio Fiscal que recordarse pueda. Decía que «necesitamos al PP, lo necesita el Gobierno, lo necesita el Estado y lo necesita el país para afrontar el fin de la violencia» y ya ha tomado la decisión de continuar sin su apoyo después de haberle ocultado datos de decisiva relevancia y de sorprender la buena fe de Mariano Rajoy.

El Presidente se ha equivocado. Mejor dicho: estaba equivocado desde el principio al suponer que el proceso que podía iniciarse era de paz y no, prioritariamente, de libertad. La paz -la paz de Azkoitia- sin duda la va a conseguir José Luis Rodríguez Zapatero. Esa es una paz relativamente fácil de lograr porque basta para ello introducir a Batasuna en la legalidad -ya lo está en la práctica al haber alcanzado la consideración de «interlocutor necesario» y ser reconocidos sus dirigentes como agentes de un proceso de pacificación- y permitir que la banda terrorista ETA se mantenga en la reserva coactiva, tutelando un régimen monopolizado por el nacionalismo -ora más moderado, ora más radical- en el que la alternancia resulte del todo imposible y los no nacionalistas constituyan ipso facto una «identidad proscrita», algo así como «alemanes en Mallorca» según letal expresión del resucitado Arzalluz -malo que asome la nariz este personaje- que atribuye, con su tradicional malignidad, la condición probable de votante del PNV al juez Grande Marlaska.

Si las cosas discurren como parece que lo van a hacer y todo este proceso es para que disfrutemos de la paz de Azkoitia, no puede tener más razón Rosa Díez: tendremos que «organizar de nuevo la resistencia» porque aunque no matarán a los vascos no nacionalistas, disidentes del régimen,tampoco les dejarán vivir. Y siempre podrán -Xabier Arzalluz dixit- acogerse a la «ancha Castilla» en la que una diáspora nostálgica de su tierra, de sus afectos telúricos, de la patria de su infancia y juventud, ha vuelto a ser defraudada esta vez -y ya van muchas- por los que Aurelio Arteta, un intelectual resistente, ha calificado con acierto como «demócratas relativos».