La paz en Gaza no llegará de Irán

Antes y después de la guerra contra el Irak de Sadam Husein, los responsables del Gobierno de George Bush airearon la hipótesis de que el camino de la paz en Jerusalén pasaba por Bagdad. El pronóstico no se confirmó. La situación en Palestina, lejos de mejorar, se degradó y se complicó hasta que la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, tiró la toalla en noviembre, renunció a las urgencias de crear un Estado palestino, impulsadas un año antes en Annápolis (EEUU), y legó al presidente electo Barack Obama y su secretaria de Estado, Hillary Clinton, la pesadilla humana y el paisaje devastado de Gaza, el conflicto más enconado del mundo.

La situación no ha cambiado sustancialmente en el último decenio, en el que se sucedieron las iniciativas pacificadoras y los episodios de violencia y hasta de guerra abierta en el verano de 2006, en la frontera del Líbano. Cada vez menos gente cree en la solución de los dos estados que con tanto ahínco como precario compromiso y escasa fortuna preconizó Washington. Los palestinos de Cisjordania siguen bajo ocupación militar, ahora con el añadido de una muralla inhumana, y los de Gaza están sometidos a la doble férula del bloqueo israelí con sus bombardeos demoledores y el fanatismo del conglomerado Hamás-Yihad Islámica, el régimen teocrático y extremista imperante desde junio del 2007.

Ahora hace seis años, la iglesia de la Natividad en Belén, epicentro del cristianismo, estaba sitiada por las tropas israelís en su intento de capturar a palestinos allí refugiados, mientras la insurrección y la represión se extendían por toda Cisjordania. La situación económica ha mejorado, los turistas regresan a Belén (el mejor año desde 1999), pero tienen que pasar un puesto de control del Ejército hebreo a la sombra siniestra del aparatoso muro de separación. Encerrados en dos guetos, los palestinos son incapaces de superar sus divergencias y no tienen depositadas muchas esperanzas en el próximo presidente norteamericano, cuyas declaraciones y designios no difieren de los de su vilipendiado predecesor.

El fin de la tregua entre Hamás e Israel, tras seis meses de vigencia, coincide con un clima electoral que favorece las declaraciones y las acciones belicistas de los dirigentes judíos. Haaretz informaba con intención disuasoria de que el Ejército hebreo habrá de hacer frente en Gaza a 15.000 milicianos entrenados según el patrón de Hizbulá y que actúan, una vez más, al borde del abismo cuando disparan sus cohetes contra territorio israelí, una táctica desesperada y suicida que provoca aunque no justifique los asesinatos selectivos y ahora los bombardeos que Israel practica con una desenvoltura rutinaria y una buena conciencia sorprendente.

Durante los últimos seis años, la estrategia norteamericana en el Oriente Próximo estuvo dominada por la guerra y la lucha contra el terrorismo en Irak. De las declaraciones de Obama se infiere que su prioridad se va a trasladar previsiblemente a Afganistán y la frontera afgano-paquistaní, refugio de Al Qaeda y territorio propicio para el resurgir de un Estado terrorista pertrechado con el dinero del opio. Ese giro hacia el este del esfuerzo militar suscita escepticismo, teniendo en cuenta la fracasada experiencia soviética de los años 80 y 90, pero los asesores del nuevo presidente arguyen que se acompañará por una renovada actividad diplomática.

La llamada cuestión palestina ocupa un lugar secundario en esa estrategia. Algunos de los cabeza de huevo o intelectuales que con Obama regresan a sus lares de Washington, con sus equipajes llenos de teorías y grandes estrategias, insisten en que la nueva Administración debería centrarse en el problema planteado por Irán y sus ambiciones nucleares, tras proclamar que su objetivo no es cambiar o aislar al Gobierno de los ayatolás. La mejor manera de afrontar el problema, siempre según la cohorte intelectual, pasaría por una negociación con Teherán, sin condiciones previas, y la oferta de incentivos económicos, energéticos y diplomáticos.

El diálogo con Irán sería una primicia del llamado soft power (poder blando o suave) del profesor Joseph Nye, cuyo más reciente libro, The powers to lead (Los poderes para mandar), se me antoja un catálogo de presunciones optimistas que pretenden inspirar a un presidente cuya campaña electoral fue una persistente incitación para restablecer el liderazgo norteamericano sin recurrir a los métodos contraproducentes de su predecesor. La tragedia de Palestina quedaría preterida, a la espera de que la paz pase por Teherán, lo que parece poco realista por más que Hamás reciba ayuda iraní o los israelís utilicen de manera desproporcionada su poderío.

La tensión y la carnicería de Gaza reflejan las profundas divergencias que se observan entre los eternos enemigos, en ambos casos agravadas por los imperativos electorales. Bush nada hizo por la reconciliación entre las dos facciones palestinas, imprescindible para cualquier arreglo. En Israel, el cambio del curso de la historia, que exige detener la colonización y los bombardeos, está paralizado por la campaña electoral, ya que algunos de los candidatos preconizan el entierro de la solución de los dos estados. Los bombardeos de Gaza y sus secuelas en el mundo árabe-islámico confirman que el primer desafío de Obama no se sitúa en Teherán, sino en Palestina.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.