¿La paz llega a Colombia?

Recientemente, la sociedad colombiana vivió con alegría y alivio la liberación de las diez personas en poder de las FARC desde hace una década, por decisión unilateral de esta guerrilla y poco después de que dicha organización decidiera prohibir el secuestro con fines extorsivos. Estamos por tanto ante dos grandes noticias que pueden ser la antesala de un nuevo período con expectativas de paz. Todo hace suponer que el presidente Santos ya habrá empezado a tantear la posibilidad de abrir un diálogo con la insurgencia colombiana, o al menos con las FARC, que es la guerrilla más grande y la más fuerte a nivel militar.

Cuando tomó posesión como presidente, en agosto de 2010, Juan Manuel Santos dijo que tenía “la llave” de la paz en su bolsillo, y que la utilizaría cuando hubiera las condiciones propicias para ello. Lo que no quería el presidente Santos era repetir la experiencia del proceso de paz del Caguán, de hace diez años, que se malogró porque ninguna de las dos partes, Gobierno y guerrilla, tenía pleno convencimiento de que iban a conseguir un acuerdo.

Pero han pasado los años, las FARC son mucho más débiles que entonces, y en cambio el Gobierno actual tiene toda la legitimidad democrática para empezar un nuevo proceso en el que controle la situación. Es más, el Gobierno colombiano le ha quitado “piso” a la guerrilla al aprobar una ley de restitución de tierras y de reparación a las víctimas del conflicto. Además, y para empezar, Santos reconoció que existía un conflicto armado en el país, marcando diferencias con su antecesor, Álvaro Uribe, que sólo admitía un problema de terrorismo. Las coordenadas actuales son diferentes y más realistas. Se parte del reconocimiento de que hay un problema que solo se puede solucionar desde la mesa de negociación, pero no de cualquier manera ni a cualquier precio. Santos ha sido muy enfático en señalar que no se aventuraría a una negociación para ir al fracaso. Quiere garantías de éxito, y eso solo se puede conseguir si las FARC van a la mesa de negociación con una determinada actitud, muy diferente a la arrogancia que la caracterizó en el pasado.

La pregunta que nos hacemos todos es si hemos llegado al momento en que la insurgencia colombiana se ha puesto al día, es decir, si tiene el realismo político para no pedir lo imposible, y menos a un Gobierno que tiene legitimidad y apoyo social. Será interesante ver la agenda de la negociación, cuando se inicie. De momento estamos en una etapa previa, de exploración y tanteo, en que las partes deberán concertar una hoja de ruta que defina los procedimientos, la metodología a seguir, el cronograma, el lugar de reunión y los acompañamientos.

En cuanto a la agenda, las declaraciones de los dirigentes de las FARC de los últimos dos años apuntan a un decálogo de problemas estructurales, pero me atrevería a señalar que ninguno de ellos ha de inquietar al Gobierno de Santos, porque son temas que también están en su programa. Las diferencias no estarán tanto en el qué, sino en el hasta dónde, y supongo que el presidente Santos querrá tener garantías de que la negociación será en términos realistas, de factibilidad. Y esas certezas son las que se definen ya en la primera etapa exploratoria, que es donde se decide si se va a empezar un proceso formal de negociación, con garantías y con seriedad.

El presidente Santos ha dicho que quiere ser el presidente de la paz. No tiene prisa, y en este sentido pone en manos de la insurgencia la política de gestos suficientes para dar a entender que también están dispuestos a negociar y de buena fe. La liberación de las personas privadas de libertad y el fin del secuestro son dos gestos de calado y llenos de simbolismo. Falta saber si son gestos suficientes para el presidente Santos, y si por el contrario esperará a que haya más. Muchos pensamos no obstante que ha llegado el momento de buscar acercamientos, repito que para tener las garantías de que un proceso de paz ahora iría en serio, ha de realizarse en plazos más breves y con una nueva metodología en la que las dos partes estarían en igualdad de condiciones, no como en la experiencia del Caguán, en la que las FARC tenían la sartén por el mango.

Colombia necesita poner fin al conflicto armado para acabar con tantas muertes y para liberar los recursos económicos y humanos que necesita para combatir la pobreza. Una Colombia en paz puede convertir el país en uno de los más prósperos del continente latinoamericano. Eso lo sabe también el nuevo jefe de las FARC. Así que podemos estar en las puertas de un escenario que nos conduzca a esta nueva realidad. Todo dependerá de si combinan sabiamente la prudencia, el coraje, el realismo y la visión de futuro.

Vicenç Fisas es director de la Escuela de Cultura de Paz, Universidad Autónoma de Barcelona.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *