La paz más difícil del Líbano

Por Marco Vicenzino, director ejecutivo de Global Strategy Project con sede en Washington (EL MUNDO, 06/09/06):

Desde la caída del Imperio Otomano, Oriente Próximo ha pasado por muchos amaneceres falsos y por un paisaje geopolítico que ha ido cambiando con regularidad a través de conflictos, crisis, el nacimiento y la desaparición de alianzas novedosas y tradicionales y, como ha quedado demostrado recientemente, la aparición de agentes que no son estados (en muchísimos casos, movimientos armados de base religiosa), y que pueden determinar el curso de los acontecimientos en esa zona y fuera de ella. Ahora que, según parece, han callado las armas en el conflicto más reciente registrado allí, ¿qué es lo que ocurrirá a continuación? Lo primero de todo, incertidumbre. El camino que hay por delante va a ser difícil y peligroso.

Hasta ahora no se ha establecido un nuevo modelo regional. El conflicto reciente del Líbano es simplemente un hecho más, aunque importante, en este proceso en marcha. La situación interna del Líbano es inseparable de la dinámica general que está en juego en toda la región y buena parte de su futuro estará determinada por ella.

Por más que todas las partes enfrentadas clamen victoria al cabo de los 34 días de conflicto, es posible que tengan que transcurrir semanas, e incluso meses y aun años, antes de determinar el verdadero resultado de lo ocurrido en el Líbano. Hasta ahora no hay ningún vencedor absoluto e indubitado y las proclamaciones de victoria que se están haciendo quizás no pasen de significar nada más que ventajas transitorias a corto plazo. Peor todavía, quizás el actual alto el fuego no indique en realidad más que un respiro y un apaciguamiento temporales (la calma anterior a la tormenta) que precedan a un conflicto de mayor envergadura en un futuro no excesivamente lejano.

De ahí, que la suposición más adecuada sea la de considerar que ambas partes se equivocaron gravemente en sus cálculos y que, en consecuencia, están tratando de presentar la mejor imagen posible para salvar la cara. En último término, no hay que descartar que la victoria se dilucide en la guerra de las ondas, y no en el campo de batalla. No obstante, como siempre, los perdedores más evidentes y sobre los que hay coincidencia general son los libaneses, obligados a empezar de nuevo tras 16 años de proceso de reconstrucción.

El alto el fuego no es por el momento más que un trozo de papel cuya validez se mantendrá exactamente por tanto tiempo como lo haga la capacidad de las fuerzas internacionales de mantener la estabilidad e impedir la ruptura de hostilidades a largo plazo. Como es evidente, son de esperar nuevas escaramuzas y, para volver otra vez a enfrentamientos en toda regla y al cese de facto del alto el fuego, lo único que hace falta es un incidente lo suficientemente grave. Cuanto más tarde en llegar la presencia internacional, mayor será la probabilidad de que el alto el fuego no sea duradero. El alto el fuego sólo indica, quizás, el fin de la primera fase del conflicto. No se puede afirmar que el enfrentamiento vaya a continuar, pero ninguno de los dos bandos, ni sus partidarios, parecen estar muy dispuestos a tirar la toalla en un futuro próximo.

A la luz de la situación política actual en EEUU, y más en concreto, de los índices de popularidad personal de Bush en las encuestas y de las elecciones al Congreso que ya se avecinan, la retórica triunfalista del presidente es algo con lo que había que contar. No obstante, esa retórica refleja asimismo una desconexión mayor entre la clase política de EEUU y sectores cada vez más amplios de la comunidad internacional y, muy en particular, del mundo árabe y del aún más extenso mundo musulmán. Aunque es cosa sabida de siempre, de qué lado ha estado en realidad EEUU en esa parte del mundo, este conflicto reciente ha cristalizado su posición de manera definitiva. Aunque EEUU participe de forma directa en el esfuerzo de reconstrucción, esa aportación será recibida más con recelo que con los brazos abiertos. La credibilidad de los norteamericanos en la zona está en su punto más bajo desde que se tiene memoria.

El discurso de Olmert, el primer ministro de Israel, en la Knesset, no ha hecho sino reflejar en gran medida el tono triunfalista de Bush. Olmert puede esperar el apoyo prácticamente unánime del presidente estadounidense y el Congreso, que a lo largo de todo el conflicto se ha mantenido considerablemente firme, inequívoco y sin oposición. Sin embargo, la respuesta ha sido muchísimo más crítica y dura en el propio parlamento israelí y no hay que descartar que las repercusiones del enfrentamiento bélico lleguen a poner en peligro el futuro político del primer ministro (y el de su partido), por no hablar ya del de Amir Peretz, el actual ministro de Defensa y máximo dirigente del Partido Laborista. Es posible que se vuelva contra ellos la falta de experiencia militar de ambos, y lo cuestionable de sus opiniones durante el conflicto. Olmert podría acometer por sorpresa algún intento de dar un vuelco a la situación y tomar la iniciativa en el plano diplomático con una oferta de negociaciones a gran escala con el Líbano, Siria y los palestinos, pero esta posibilidad es muy dudosa a la vista de su tremenda pérdida de capital político. Por lo que se refiere al impacto material del esfuerzo bélico, la economía de Israel ha sufrido una caída de un punto porcentual de su PIB, como consecuencia directa de los daños al turismo y a la actividad industrial. Aunque las bajas israelíes han sido militares en su inmensa mayoría, no hay forma de calcular el impacto y las secuelas psicológicas en la población civil.

Europa tiene la oportunidad de asumir la iniciativa histórica de introducirse de nuevo en la zona con un papel de auténtica trascendencia sobre el terreno. Su compromiso de integrar una fuerza multinacional puede ser simplemente el principio. No obstante, los antecedentes de las operaciones militares europeas en el pasado reciente, combinados con la aversión de la opinión pública a los conflictos y con las condiciones enormemente volátiles del Líbano, generan el correspondiente margen para las dudas. Después de haber retirado cerca de 3.000 soldados de Irak antes de fin de año, la decisión del primer ministro italiano, Romano Prodi, de que Italia asumiera la dirección de una operación militar en el Líbano ha sido un paso de una audacia enorme que eleva la estatura de Italia y de su Gobierno. Al arrebatar a Francia la iniciativa diplomática (o quizás obligada a asumir la dirección militar a falta de otras alternativas) y al enviar 3.000 soldados a la misión en el Líbano, el anuncio de Italia ha pillado a mucha gente por sorpresa, de la misma manera que también han pillado las señales contradictorias emitidas por Francia acerca de sus compromisos iniciales sobre el número de soldados. Más sorprendente aún habrá sido quizás para algunos que la demanda de que Italia asumiera la dirección militar haya partido oficialmente en primer lugar del primer ministro de Israel.

No deja de resultar sarcástico que muchos de los protagonistas políticos de la zona y, por encima de todos, los estados del Golfo Pérsico, sigan siendo los principales beneficiarios de las desgracias del Líbano. Aunque éste no dispone de petróleo con el que influir en los mercados internacionales, los especuladores han explotado el factor del pánico, lo que ha disparado el precio del crudo y ha hecho que los estados exportadores de petróleo hayan recogido beneficios descomunales a lo largo del mes pasado. En el momento en el que la reconstrucción del Líbano se ponga plenamente en marcha, si es que se emprende, serán probablemente las empresas constructoras de los estados del Golfo las que se lleven la mayoría de los contratos, como ya ocurrió en los años 90. Es más, muchos de esos estados, como Dubai, por ejemplo, van a seguir beneficiándose de la fuga de cerebros del Líbano, puesto que los jóvenes libaneses mejor dotados siguen huyendo del país debido a su inestabilidad y a la carencia de oportunidades.

En su calidad de potencia regional, Irán ha dado prueba, sin ningún género de dudas, de su capacidad de influencia en el curso de los acontecimientos que se producen en la zona, se trate de Irak o del Líbano, y ha reforzado sus aspiraciones a que se le tome en serio, fundamentalmente desde EEUU. Siria le va a la zaga.

La destrucción sistemática de infraestructuras civiles ha incluido el principal aeropuerto libanés, puertos marítimos y más de 500 carreteras y puentes, lo que ha retrasado el suministro de un socorro que se necesitaba desesperadamente. Es más, se está produciendo una catástrofe ecológica porque el petróleo derramado en vertidos está contaminando 80 kilómetros de la costa libanesa y amenaza con extenderse a los estados vecinos. Otra de las consecuencias es que el sector turístico del Líbano va a sufrir el conflicto durante los próximos años.

Para el mundo árabe, Nasrallah representa al David que ha resistido a pie firme frente al Goliat formado por Israel y EEUU, lo que en parte refleja la necesidad de héroes y la demanda de modelos que sirvan de ejemplo en la zona. Sin embargo, el apoyo de los sectores suníes es resultado fundamentalmente de la capacidad de Nasrallah de ofrecer resistencia a Israel, y no de un respaldo de nuevo cuño a las posiciones chiíes. Además, los vientos políticos que soplan en Oriente Próximo, constantemente cambiantes, han imprimido tremendos giros a la suerte de muchos de sus actores, en ocasiones, de forma brusca e inesperada.

Durante el conflicto han quedado al descubierto las limitaciones de todo tipo y las debilidades ya bien conocidas del Gobierno central del Líbano. Las esperanzas puestas en la capacidad de respuesta del Ejecutivo eran tan escasas desde el primer momento que incluso una modesta actuación habría sido suficiente para salvar la cara. A pesar de la velada amenaza del primer ministro de recurrir al ejército nacional en pleno conflicto, lo mantuvo astutamente al margen para sumarlo a un despliegue en combinación con una fuerza internacional, que es lo que está ocurriendo en la actualidad. Habida cuenta de sus enormes limitaciones, el primer ministro Sinioura se las ha ingeniado de manera muy eficaz para asegurarse la supervivencia del Gobierno en las peores circunstancias posibles, lo que ahora le ha puesto en bandeja la oportunidad de hacer valer sus criterios y su dirección para conseguir la recuperación a largo plazo. Visto retrospectivamente, es muy posible que uno de los momentos decisivos del conflicto fuera su negativa a reunirse con la secretaria norteamericana de Estado inmediatamente después de la matanza de Qana, que costó la vida a docenas de no combatientes. Este gesto le hizo ganar credibilidad política en el interior y fue considerado como un acto de refuerzo del orgullo y la integridad libaneses.

No es probable que se ponga pronto fin al fenómeno de la existencia de dos estados paralelos en el Líbano, (el del Gobierno central, democráticamente elegido, y el de Hizbulá) y lo probable es que se intensifique a medida que se vaya poniendo de manifiesto un doble proceso de reconstrucción. Uno es el que lleva a cabo Hizbulá, que financia directamente las tareas de reconstrucción que afectan a sus partidarios. El otro es el que va a emprenderse bajo la dirección del Ejecutivo con el apoyo internacional. No obstante, el Gobierno central podría explotar habilidosamente esta oportunidad mediante la gestión de un fondo de reconstrucción bajo supervisión internacional en el que se debería conceder preferencia en los contratos a empresas nacionales libanesas, en particular a las de pequeño y mediano tamaño para garantizar que los réditos de la reconstrucción se queden en el país y no se desvíen al extranjero. Esta fórmula podría contribuir grandemente a la credibilidad del Gobierno y reforzaría su reputación de honradez, lo que además constituiría un ejemplo y un precedente de suma importancia para la opinión pública en general.

Los restantes dirigentes de los diferentes partidos políticos del Líbano salen del conflicto sin ningún valor añadido. Si existe un político cuyo capital personal haya experimentado un crecimiento exponencial, tanto en el plano nacional como en el internacional, ése ha sido Nabih Berri, presidente del parlamento libanés y máximo dirigente de la organización chií Amal. A lo largo de todo el conflicto, ha desempeñado el papel de habilidoso intermediario entre los Estados Unidos e Hizbulá, haciendo sombra frecuentemente al propio primer ministro.