La peligrosa agenda digital de la China

Cuando Alibaba, el imparable gigante chino del comercio electrónico, comenzó a cotizar en la Bolsa de Nueva York a finales del año pasado, se convirtió de la noche a la mañana en la decimoséptima empresa más grande del mundo que cotiza en la bolsa, alcanzando una capitalización de mercado de 230 mil millones dólares – mayor a la de Amazon, eBay, o Facebook. Sin embargo, parece que a Europa no llegaron estas noticias.

De hecho, en lugar de responder al crecimiento digital de China, la Unión Europea se ha mantenido obsesionada con el éxito mundial de las plataformas estadounidenses, como por ejemplo Amazon, Facebook y Google, e incluso ha amenazando tomar acciones punitivas contra ellas. Un par de meses después de la salida a la bolsa de Alibaba, el Parlamento Europeo aprobó una resolución no vinculante para evitar que las empresas en línea como Google “abusen” de su posición en el mercado. La resolución pedía “separar a los motores de búsqueda de otros servicios comerciales”.

Sin embargo, se acumulan más y más pruebas relativas a que el verdadero desafío competitivo para Europa vendrá del Oriente, especialmente desde China, país que está tomando un abordaje proteccionista y expansionista con el fin de garantizar su dominio digital en el futuro. Si la Unión Europea y Estados Unidos no colaboran entre sí para poner límites a China en este frente, ambos corren el riesgo de dejar dicho ámbito abierto de par en par a un régimen regulador basado en principios que controvierten directamente los valores fundamentales que comparten las dos economías más grandes de Occidente.

No existe duda sobre el éxito de China en la economía de Internet. Contando a Alibaba, China es el hogar de 27 de las empresas denominadas como unicornios (empresas que están valuadas en $1 mil millones a consecuencia de una oferta pública inicial, venta, o ronda de financiación públicamente anunciada), mientras que Europa alberga sólo a 21. China también cuenta con cuatro de los diez sitios web más visitados del mundo. Baidu, el motor de búsqueda más importante del país, prevé que la mitad de sus ingresos provendrá de fuera de China dentro de tan sólo seis años.

Es verdad que China aún está muy por detrás de EE.UU., país que cuenta con 79 empresas unicornios en el ámbito digital. Sin embargo, China se constituye en una amenaza mayor a la apertura y la competitividad del sector, ya que los líderes chinos se fundamentan en el mercantilismo y el proteccionismo para lograr sus objetivos de alta tecnología.

Por ejemplo, el plan del Consejo del Estado de China para garantizar que el país sea líder mundial en la producción de semiconductores hasta el año 2030 implicará la provisión de al menos €20 mil millones (USD$ 22,6 mil millones) en subsidios gubernamentales a empresas de propiedad china, así como su contratación discriminatoria, que dejará fuera del negocio a competidores extranjeros. Del mismo modo, el gobierno chino  ha comprometido €640 mil millones al año durante cinco años exclusivamente a siete “industrias estratégicas emergentes”, incluyendo entre ellas a la industria de la información y la tecnología de las comunicaciones.

Por otra parte, China emplea estándares de tecnología como una barrera de mercado, mientras que simultáneamente hace uso de sus leyes anti-monopolio para acosar a empresas estadounidenses y europeas. El panorama no podría estar más claro si se añade a todo esto el robo de propiedad intelectual valiosa de Europa y E.E.U.U. – incluyendo mediante piratería respaldada por el gobierno chino de computadoras de empresas europeas – y la amenaza que plantea China a la competencia abierta.

Pero el problema no se limita a las fronteras de China. El “consenso de Beijing” – el enfoque de políticas estatistas de China que a menudo se contrasta con el “consenso de Washington” y sus políticas pro-mercado que son favorecidas por Europa y EE.UU. – actúa como inspiración para que un número creciente de países otorguen, a manos llenas, privilegios y subsidios a sus campeones nacionales en el ámbito de la alta tecnología. Quizás es aún más problemático el hecho de que la influencia china impulsa el apoyo a la balcanización de Internet – la fragmentación de la Internet global en redes nacionales más pequeñas – en un número de países, incluyendo países clave como Brasil, Rusia y Turquía, e incluso cuenta  con simpatizantes en Europa.

Dicha localización de datos puede parecer inofensiva, especialmente cuando se presenta como una respuesta legítima a la vigilancia de largo alcance de instituciones similares a la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Y, mediante la promesa de una nube nacional “segura”, esto es precisamente lo que las autoridades formuladoras de políticas están tratando de ofrecer. Sin embargo esas son razones débiles para socavar la red de Internet, una de las mayores innovaciones y motores de crecimiento económico más eficaces de la actualidad, especialmente teniendo en cuenta que la piratería puede desarrollarse, y se desarrolla, desde cualquier lugar. De hecho, los delitos cibernéticos más graves se originan precisamente en aquellos países, como China y Rusia, que lideran el movimiento de balcanización.

La manera más segura para acelerar el crecimiento digital de China es que surja una enemistad transatlántica sobre asuntos relativamente pequeños. Ya sea que se trate de datos o derechos de autor, la Internet de las Cosas, o la privacidad, la UE y EE.UU. deben estar de acuerdo en un camino común – sobre la base de los valores que comparten, como ser la democracia, el Estado de derecho y la libertad de expresión. De lo contrario, China pronto estará dictando los términos de intercambio del sector económico de más rápido crecimiento en el mundo. Si las sociedades abiertas y pluralistas no defienden a la red de Internet abierta y al comercio basado en el mercado, ¿quién lo hará?

Robert D. Atkinson is the founder and president of the Information Technology and Innovation Foundation.
Paul Hofheinz is President of the Lisbon Council, a Brussels-based think tank.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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