La peligrosa asomatognosia de ETA

Durante los primeros años de la década de los 80, aún frescos los ecos del golpe de Estado del 23-F, menudearon los contactos informales de los gobiernos democráticos con los terroristas. En uno de esos encuentros, uno de los etarras espetó a los interlocutores del Ejecutivo que en la mesa de conversaciones faltaba alguien. El más importante. "¿Quién?", preguntaron sorprendidos los enviados de Madrid. "El general Álvaro Lacalle Leloup", les respondieron. Lacalle Leloup era en esos años un discreto teniente general, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor (de 1982 a 1984) y, bajo la absurda lógica terrorista, en España quien de verdad mandaba no eran los políticos, sino los militares. Boquiabiertos, los interlocutores gubernamentales no daban crédito a lo que habían oído. "O viene o no hay negociación. Y si es posible, que venga con el uniforme de general".

No crean ustedes que desde entonces, salvo matices, estos descerebrados de ETA han cambiado mucho su mentalidad. Han pasado cerca de 30 años desde esa fecha, se han sucedido una decena de treguas y siguen anclados en la locura. El comunicado emitido ayer por estos paranoicos peligrosos, con un lenguaje arcaico y desfasado, es más de lo mismo: llaman fascista al presidente del Gobierno de turno, hablan del Estado opresor español, de la falta de libertad y democracia que sufren los vascos, de la necesidad de la liberación del pueblo oprimido, de la utópica independencia de una Euskal Herria inexistente, de su intención de seguir defendiendo con las armas "al pueblo que es agredido con las armas" y llaman a los ciudadanos a rebelarse ante una falsa democracia.

Siempre he mantenido que con los etarras estamos claramente ante un caso de asomatognosia. Tomen nota: asomatognosia. Es palabra rara y poco utilizada, pero que se puede aplicar a aquellas personas desorientadas e incapaces de reconocer y diferenciar la realidad en la que viven.

Y este nuevo comunicado es una prueba más de ello. Según los terroristas, no hay democracia y todo el mundo es fascista, menos ellos, que son los únicos amantes de los derechos humanos. Por tanto, ante tanta incomprensión e injusticia, están abocados a asesinar en nombre de la libertad. Dicen en su tan ridículo como macabro comunicado que miles de votos vascos han apostado por el cambio político y por el gran futuro de Euskal Herria. Y yo digo que sí, que tienen razón, que algunas decenas de miles de votos que amparan el asesinato les siguen apoyando, pero tienen enfrente a cientos y cientos de miles de votos vascos que piden a gritos la paz, el fin de ETA y de la violencia, aunque, curiosamente, estos últimos lo exigen en un marco de democracia minusválida por culpa de estos pistoleros autodenominados "democráticos".

Mientras los etarras sigan siendo unos asomatognósicos, estamos en un callejón sin salida. Estos lunáticos no aceptarán nunca las propuestas de manos tendidas y generosas de los demócratas, salvo que coincidan íntegramente con sus pretensiones. Y eso es imposible. Porque una cosa es cierta: no hay ningún presidente del Gobierno español que pueda pactar ni una sola de esas reivindicaciones, al margen de lo que sea exigir la entrega efectiva de las armas, facilitar su acceso a las vías políticas y una cierta generosidad con los presos terroristas, principios, y ahí están las hemerotecas, en los que han coincidido Adolfo Suárez, Leopoldo Cavo Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero.

Si triste es verificar de nuevo que seguimos en ese callejón sin salida, también ha sido lamentable y desazonador ver los enfrentamientos políticos que en estos dos últimos años ha provocado el debate sobre el terrorismo. El comunicado de ayer, aunque luego se hagan mil interpretaciones torticeras, invalida las gravísimas acusaciones de los conservadores contra Rodríguez Zapatero sobre su política antiterrorista, en el sentido de estar vendido y entregado a ETA, de traicionar el sistema constitucional español y de pactar bajo la mesa precios políticos con los asesinos.

Tampoco tengan duda de que ahora los que se han hartado de lanzar esas difamaciones manejarán para sus fieles el sofisma de que, efectivamente, el presidente pactó concesiones con los etarras, pero que gracias a esa firme y contundente oposición no se ha atrevido a seguir adelante.

Lo cierto es que Rodríguez Zapatero, al igual que el resto de los presidentes anteriores, ha intentado legítimamente acabar con la violencia, aprovechando un contexto internacional favorable y una constatada debilidad de la organización terrorista, facilitada, sin duda, que todo hay que decirlo, por una acertada estrategia que en los últimos cuatro años realizó el PP. Zapatero fue al Parlamento, pidió permiso e inició la negociación.

Pasado este tiempo, el presidente del Gobierno tiene que hacer una autocrítica profunda de todo este proceso. Ha cometido serios errores, pero sus equivocaciones no son merecedoras de las calumnias, el hostigamiento y la desconfianza de los que ha sido objeto desde el primer minuto de juego, algo insólito en la democracia española. Tenía derecho a una tregua política.

¿Dónde están los errores de Rodríguez Zapatero? Sus fallos han sido dar la impresión de que manejaba mejor información sobre ETA de la que realmente ha demostrado tener; creer que existían unas bases más maduras y sólidas para emprender ese camino hacia la paz, con un optimismo antropoló- gico que contagió a muchos españoles, algo que luego ha supuesto un jarro de agua helada; y mostrar ciertos guiños y flexibilidad hacia el entorno de ETA en algunas cuestiones que han originado cierta alarma social. El proceso estuvo, pues, asentado desde el principio sobre arenas movedizas, aunque el presidente Zapatero confió en su buena estrella para ser capaz de convencer a unos asomatognósicos asesinos de cuál era la auténtica realidad.

Su primer round lo ha perdido, pero habría merecido más apoyo. José María Aznar tuvo la valentía de anunciar públicamente, por primera vez, que se mantenían conversaciones directas con los terroristas, hizo el guiño ridículo de llamar a ETA "Movimiento Nacional de Liberación Vasco" para no ofenderlos, y ordenó acercar a cientos de presos etarras al País Vasco para facilitar el camino hacia la paz... Y se le respetó. Ahora, en una situación similar, con un Rodríguez Zapatero que en estos dos años no ha hecho ni la mitad de la mitad de gestos a los terroristas que su antecesor, solo ha recibido por parte de la oposición ataques, desprecio y desconfianza.

Podemos apelar a la necesaria unidad de todos los partidos sin excepción para afrontar la nueva ofensiva de ETA que está al llegar, pero no se hagan muchas ilusiones: será muy difícil que se consiga. Al menos en esta legislatura. Ojalá no sea así, pero la gran ventaja es que, con unidad o sin unidad, y hagan lo que hagan los descerebrados de ETA, el Estado de derecho, forjado a prueba de bombas y asesinatos, aunque no del dolor circunstancial que ocasionen, no se va resentir ni un milímetro.

Ahora toca detener a cuantos más terroristas mejor, ingresarlos en prisión y tratarlos de asomatognosia para intentar ver la salida del túnel. No hay ninguna otra solución.

Miguel Ángel Liso, Director editorial y de comunicación del Grupo Zeta.