La peligrosa danza de Israel e Irán

La peligrosa danza de Israel e Irán
Menahem Kahana/AFP via Getty Images

Irán e Israel llevan mucho tiempo trabados en una confrontación volátil, una guerra fría que todo el tiempo está a un paso de convertirse en caliente. La teocracia iraní, instrumentalizando una variante peculiar del islam que desvaloriza el nacionalismo en favor de un Estado islámico, define como uno de los elementos de su misión divina la eliminación de Israel. A tal fin, ha creado fuerzas delegadas en toda la región (de Gaza y el Líbano a Siria y Yemen) y las ha provisto de armas.

Pero en los últimos meses, de la guerra por intermediarios y las operaciones clandestinas se ha pasado a la posibilidad cierta de un enfrentamiento directo y total. Aunque ambas partes entienden los peligros actuales, el régimen iraní se encuentra en un momento difícil para su imagen y su supervivencia, y el primer ministro israelí Binyamin Netanyahu parece dispuesto a aprovechar la vulnerabilidad de su enemigo para golpearlo.

El ataque terrorista cometido por Hamás el 7 de octubre de 2023 fue un doloroso punto de inflexión para Israel. El ayatolá Alí Jamenei, líder supremo de Irán, elogió la exitosa operación de Hamás como un signo de la desaparición inminente de la «entidad sionista»; y otros clérigos iraníes llegaron a decir que presagiaba el regreso del duodécimo imán, que traerá el triunfo global del islam. El brutal asalto a civiles indefensos deshizo el aura de inviolabilidad que por mucho tiempo rodeó a Israel; y su campaña en Gaza, que ya lleva un año, se convirtió en una bendición propagandística para el régimen iraní. En la práctica, los gazatíes también son rehenes de la teocracia despótica de Hamás, pero las imágenes de su sufrimiento han ayudado a los secuestradores y a sus valedores en Teherán.

Sin embargo, el régimen iraní no quiere una guerra total, sobre todo tras las grandes pérdidas que sufrieron sus intermediarios. El asesinato de Qassem Suleimani por parte de los Estados Unidos en 2020 fue un cataclismo para la Fuerza Quds iraní, la unidad de élite de la Guardia Revolucionaria Islámica que está encargada de proyectar la influencia iraní y organizar la mayor parte de las actividades terroristas del régimen. Y después de eso Israel eliminó a más comandantes iraníes y a los jefes de Hamás (Ismail Haniyeh) y Hezbolá (Hassan Nasrallah).

Estos ataques (logrados en muchos casos mediante osados actos de espionaje y asesinato), demuestran hasta qué punto la inteligencia israelí (el Mossad) se ha infiltrado en las estructuras de Irán y de sus intermediarios. El «eje de la resistencia» en cuya formación Irán ha invertido décadas y muchos miles de millones de dólares enfrenta desafíos inéditos, lo que disminuye la capacidad del régimen para proyectar fuerza frente a Israel.

En este contexto más amplio, la teocracia iraní se encuentra en una posición difícil. Las prolongadas sanciones internacionales y el amiguismo corrupto del régimen han debilitado la economía, lo que provoca descontento general y agitación política latente. La ciudadanía iraní, liderada a menudo por las mujeres, exige con valentía igualdad, libertad y condiciones de vida acordes con el abundante capital natural y humano del país.

Involucrarse en una guerra debilitante contra Israel desestabilizaría aún más al régimen, y podría incluso ponerle punto final. Shakespeare observó que los gobernantes pueden mantener a los «espíritus inquietos» ocupados con «guerras extranjeras», pero el régimen iraní sabe que obligar a una población profundamente insatisfecha a soportar los tormentos de otra aventura violenta fallida puede inducirla a rebelión.

Además, los mismos intermediarios que Irán emplea contra Israel, contra las fuerzas estadounidenses y contra otros actores regionales (por ejemplo Arabia Saudita) también han sido utilizados en ocasiones para sofocar la protesta interna. Con el debilitamiento de esa red de intermediarios, la teocracia iraní se sentirá más vulnerable, y por tanto desesperada por restablecer un poder de disuasión contra enemigos regionales y disidentes internos.

Sin embargo, tiene que andarse con cuidado. La última andanada de misiles iraníes contra Israel fue parte de la danza disuasoria, pero tras el ataque llegó de inmediato el anuncio de que la operación de «venganza» del régimen estaba completa, lo que indica su deseo de evitar una ulterior escalada. Una guerra entre Israel y la República Islámica no puede sino forzar la intervención de Estados Unidos, y los iraníes saben que contra el poder militar combinado de los dos países no tienen ninguna esperanza.

Netanyahu también enfrenta serios desafíos. Un conflicto prolongado sometería los recursos israelíes a una presión excesiva, y podría provocar pérdidas humanas masivas. Es difícil prever el impacto de una guerra costosa sobre su ya muy dividido gobierno. Netanyahu ha centrado su legado político en impedir que Irán se haga de armas nucleares, pero corre riesgo de acelerar sin quererlo eso que más teme. La situación es compleja, pero no es improbable que en su desesperación, el régimen teocrático procure alcanzar la condición de estado nuclear para establecer una nueva forma de disuasión, más peligrosa.

Jamenei es el principal arquitecto del programa nuclear iraní, y los mulás siempre han confiado en la falsa creencia de Occidente en que con concesiones y promesas de acuerdo podrá disuadir la carrera nuclear iraní. El régimen dice estar sujeto a una fatua de Jamenei que le prohíbe la búsqueda de armas de destrucción masiva, y siempre ha sostenido que su programa nuclear es para fines pacíficos. Pero muchas de las figuras que han repetido estos tópicos ahora dicen que los componentes para armar una bomba ya están todos listos.

Los enormes riesgos de este escenario son evidentes. La aceleración del programa nuclear llevaría casi con certeza a que Israel, y tal vez Estados Unidos, lancen ataques preventivos contra las instalaciones nucleares iraníes; el resultado casi seguro sería una ampliación del conflicto. Tal vez Irán mande a sus intermediarios regionales a atacar bases estadounidenses, instalaciones petroleras saudíes, rutas de transporte internacional y otros objetivos, y las consecuencias para la región y la economía global serían devastadoras.

Israel e Irán están en la cuerda floja. El primero todavía no se ha recuperado de la pérdida de su aura de inviolabilidad tras el ataque de Hamás; el segundo lucha por mantener su influencia regional mientras sus intermediarios sufren grandes pérdidas. Ambos países saben muy bien que una guerra total sería catastrófica, pero ninguno de los dos puede permitirse dar total marcha atrás.

Occidente necesita con urgencia una estrategia para Irán. Estados Unidos y sus aliados llevan demasiado tiempo respondiendo a cada escalada con medidas tácticas y paliativas. Pero la única solución real es un Irán democrático. Ni el ejército israelí ni el estadounidense podrán lograrlo, pero el pueblo iraní sí puede hacerlo, y su determinación ha crecido en los últimos años. Por ahora, el resto del mundo debe confrontar y contener la conducta inaceptable del régimen, y al mismo tiempo hacer todo lo posible por apoyar las aspiraciones democráticas de los iraníes.

Abbas Milani is Director of the Iranian Studies Program at Stanford University and a research fellow at the Hoover Institution. Traducción: Esteban Flamini.

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