La peligrosa deriva del gobierno de May en el RU

Los conservadores que hicieron campaña por la salida del Reino Unido de la Unión Europea siguen parloteando acerca de crear una Gran Bretaña abierta al mundo y al libre comercio. Pero la realidad es que el RU se está volcando hacia dentro. La primera ministra Theresa May, que se presenta a sí misma como la respuesta británica a Angela Merkel, está revelando más parecidos con Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional de Francia, que con la internacionalista canciller alemana.

May expuso su visión del futuro de Gran Bretaña en el congreso del Partido Conservador celebrado este mes. Prometió activar el proceso formal de salida del Reino Unido antes de fin de marzo de 2017, y declaró que su prioridad en las próximas negociaciones para el “Brexit” será el control nacional de la inmigración (no la permanencia en el mercado común europeo). Su postura encamina al RU a un Brexit “duro” en abril de 2019.

Los gobiernos de la UE insisten, con razón, en que la libertad de movimiento es un pilar central del mercado común, y el giro nativista de May ya llevó a que Merkel y otros líderes europeos, en particular el presidente francés François Hollande, adopten una actitud más dura con el RU.

Como era de prever, la libra se derrumbó en los mercados de divisas, en anticipación del perjuicio económico de un Brexit duro, al quedar los mercados del RU y la UE separados por costosas barreras comerciales (controles aduaneros, normas sobre origen de productos, aranceles a las importaciones y regulaciones discriminatorias) que afectarán a casi la mitad del comercio internacional británico.

Pero May no sólo sentó las bases de una ruptura completa con la UE; también adoptó una visión profundamente iliberal para el futuro británico: intervencionismo en lo económico, nacionalismo en lo político y xenofobia en lo cultural. La primera ministra (no electa) está rechazando el manifiesto liberal conservador del ex primer ministro David Cameron (con el que este ganó la mayoría parlamentaria el año pasado), el compromiso de Margaret Thatcher con la globalización en los ochenta y una larga tradición británica de apertura liberal.

Tras apoyar casi en silencio la permanencia en la UE durante la campaña por el Brexit, May se ha puesto el traje del populismo antieuropeísta y ataca tanto a las “élites internacionales” como a los británicos de mirada cosmopolita. En su discurso en el congreso del partido, declaró: “Oíd tan sólo cómo muchos políticos y comentaristas hablan de la gente: consideran de mal gusto vuestro patriotismo, provincianas vuestras inquietudes sobre la inmigración, iliberales vuestras opiniones sobre el delito”.

En un eco de nacionalistas como Le Pen y Viktor Orbán (el autoritario primer ministro de Hungría), aseveró: “Quien cree ser ciudadano del mundo, no es ciudadano de ningún lugar; no comprende el verdadero significado de la palabra «ciudadanía»”. Irónicamente, la noción de May de que hay un solo modo de pertenecer a la comunidad política británica es precisamente lo más antibritánico.

May demandó que las empresas radicadas en el RU privilegien a los trabajadores británicos en un “espíritu de ciudadanía” (otro término para referirse a lo que Le Pen llama “preferencia nacional”. No es sólo retórica. La situación de los nacionales de la UE en el RU es moneda de cambio en las próximas negociaciones sobre el Brexit. May quiere evitar el ingreso de futuros inmigrantes de la UE, a los que erróneamente acusa de quitar empleos a los británicos y deprimir sus salarios. La ministra del interior, Amber Rudd, está dispuesta a más. Hace poco pidió que las empresas radicadas en el RU declaren su personal extranjero, para poder “denunciar públicamente” a las que no contraten “suficientes” trabajadores británicos. “Los empleos británicos para los trabajadores británicos” era un eslogan usado por el partido racista Frente Nacional en el RU en los setenta; ahora tiene partidarios en el gabinete.

Este chauvinismo no sólo es despreciable: también es tonto. Ya provocó indignación y amenazas de otros países. En un momento en que muchas empresas están reconsiderando sus planes de inversión post-Brexit, deja en ridículo la afirmación del gobierno de que el RU está abierto a los negocios. Parece que el gobierno de May pretende que el Citibank opere en Londres sin personal estadounidense, Nissan sin gerentes japoneses y las empresas globales sin talentos internacionales.

Ya ni los médicos nacidos en el extranjero que salvan vidas británicas son bienvenidos; May quiere que el RU sea “autosuficiente” en atención médica de aquí a 2025. Como uno de cada tres médicos en el RU es inmigrante, el país se verá en problemas si muchos ahora decidieran llevarse sus consultorios a otra parte.

La experiencia de gobierno de May se limita a funciones dirigistas: estuvo a cargo de supervisar la seguridad interna y la inmigración como ministra del interior del gabinete de Cameron. Parece no tener idea del funcionamiento de una economía de mercado abierta y desconocer que el comercio internacional, la inversión y las migraciones están entrelazados. Hace poco alardeó de que Londres es la capital financiera del mundo, pero omitió decir que esto se debe en gran medida a la presencia de bancos extranjeros que emplean personal extranjero (“ciudadanos del mundo”) para atender a mercados internacionales (entre ellos, los de la UE).

En un nivel más básico, May parece no darse cuenta de que controlar la inmigración equivale a poner barreras comerciales. Cuando una empresa británica subcontrata trabajo informático a Bangalore es “comercio”, pero si programadores indios hacen el mismo trabajo en Birmingham es “inmigración”; sin embargo, las transacciones son análogas. Si Polonia se especializa en construcción y el RU quiere comprar sus servicios, el intercambio no será posible sin movilidad de las personas entre los países.

Oficialmente, el gobierno británico sigue proclamándose fanático del libre comercio, pero en la práctica, su política iliberal es más fuerte: la eurofobia vale más que el libre intercambio con los vecinos y principales socios comerciales de Gran Bretaña, y la xenofobia vale más que la necesidad de trabajadores extranjeros. ¿Cuánto más durará el resto de su agenda de globalización? Aun suponiendo que el gobierno encuentre socios bien dispuestos, el populismo puede impedir cualquier acuerdo comercial que parezca servir a las “élites internacionales”. El nacionalismo también puede llevar a que Gran Bretaña se cierre a la inversión china.

Los votantes británicos eligieron abandonar la UE, pero no dijeron cómo: May no tiene mandato electoral para su giro hacia el iliberalismo. Pero su oposición oficial es un Partido Laborista que, capturado por la izquierda dura, no es electoralmente viable. Así que de no mediar una recuperación de los liberaldemócratas, es posible que Gran Bretaña necesite un nuevo partido político (o una alianza multipartidaria) que luche por un país abierto al mundo, liberal y tolerante.

Philippe Legrain, a former economic adviser to the president of the European Commission, is a visiting senior fellow at the London School of Economics’ European Institute and the author of European Spring: Why Our Economies and Politics are in a Mess – and How to Put Them Right. Traducción: Esteban Flamini

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