La Península inevitable

Francesc Macià, de perfil y primero por la izquierda, y Manuel Azaña, con sombrero en la mano, en Girona.Sagarra, Josep Maria
Francesc Macià, de perfil y primero por la izquierda, y Manuel Azaña, con sombrero en la mano, en Girona.Sagarra, Josep Maria

Lo que sigue no es propiamente un artículo, sino una serie de citas útiles para tomar conciencia de la crítica situación política de España. La primera es de la Historia de España, de Pierre Vilar (1947): “El Océano. El Mediterráneo. La cordillera Pirenaica. Entre estos límites perfectamente diferenciados, parece como si el medio natural se ofreciera al destino particular de un grupo humano, a la elaboración de una unidad histórica”. Esta es la Península inevitable, la que es irrevocablemente nuestra, el inmediato escenario de nuestras acciones a lo largo de los siglos. Unos siglos en los que Portugal emprendió su propio camino. Pudo ser de otro modo, pero fue así. Y así la naturaleza y la historia han conformado España, como la naturaleza y la historia conformaron el hexágono francés. Es la “textura histórica de las formas políticas” estudiada por Michael Stolleis. Cierto que todo lo que nace muere, pero también lo es que las entidades históricas fruto de un proceso secular exigen tiempo y causas muy hondas para que el tejido generado se desgarre. Porque desgarro es, y no liviano. Máxime cuando todas sus partes se han beneficiado recíprocamente: por ejemplo, unas por las transferencias recibidas de otras, y estas por gozar de un mercado cautivo arancelariamente. En todo caso, el ámbito inmediato de las comunidades peninsulares está en la Península. De ahí la necesidad de articular jurídicamente España mediante un Estado que, con respeto al autogobierno de sus nacionalidades y regiones, defina y garantice la protección del interés general de todas ellas.

La segunda cita es de España invertebrada, de Ortega y Gasset (1922): “Será casualidad, pero el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parece ser la señal para el comienzo de la dispersión peninsular”. Lo que Ortega anunciaba se ha consumado. El proceso de dispersión peninsular ha alcanzado un clímax nunca visto. El riesgo de ruptura es hoy muy serio por la pérdida total del sentido de pertenencia a España de una parte significativa de la sociedad catalana. Pero no es este el único factor disgregador: la dialéctica centro-periferia y la proliferación de movimientos como Teruel Existe pueden postergar los intereses generales en aras de sus fines particulares. Máxime cuando la capital parece optar por “Madrid existe”. Ahora bien, la causa principal de disgregación no es la fuerza disolvente de estos movimientos, sino la impotencia de un Estado y un Gobierno débiles para proponer a todos los españoles “un sugestivo proyecto de vida en común”.

La tercera cita es de Entender la historia de España, de Joseph Pérez, (2012): “Algo se está rompiendo en España. (…) Es posible que llegue un día en el que la mayoría de los catalanes y de los vascos dejen de sentirse españoles. España quedaría entonces separada de territorios con los que ha tenido una larga historia común. Dejaría de ser la España que ha sido durante siglos (…)”. Todo puede pasar, y si es el desguace de España, no será bueno para nadie. ¿Estamos a tiempo de evitarlo? Al menos, de intentarlo. E intentarlo supone que el Partido Socialista y el Partido Popular consensúen unos temas básicos para evitar que el Gobierno quede a merced de pactos ocasionales con unos partidos, por supuesto democráticos y merecedores de respeto, pero cuyos objetivos son la independencia de su territorio o la abrogación del Régimen del 78. No se trata de recuperar un turnismo inviable e indeseable, sino de asegurar la subsistencia del entramado institucional para reformarlo sin demolerlo. Así, debería haberse evitado que el actual debate presupuestario pendiese de las admoniciones de unos y del desplante de otros. Pero, al final, deciden las personas, lo que hace focalizar la atención en el presidente del Gobierno y el líder del Partido Popular con una cuarta cita.

Es de Manuel Azaña, tomada de su última intervención parlamentaria como presidente del Gobierno, en abril de 1936: “Cuando se está al frente de un gran pueblo (…), el alma más frívola se cubre de gravedad pensando en la fecundidad histórica de los aciertos y los errores”. Esta es la responsabilidad personal de Pedro Sánchez y Pablo Casado. Sus aciertos y sus errores determinarán el futuro de España. Está en riesgo su continuidad. Deben tomar conciencia de ello y actuar en consecuencia, apartándose de ambos extremos (Podemos y Vox), pero sin rehuir el diálogo con todos los partidos. Lo que exige a ambos una fortaleza que sólo se alcanza desde el centro, así como cerrar un acuerdo de mínimos en los temas sistémicos. Un acuerdo que no quede luego enervado por aquellos partidos que atentan contra el sistema. El tiempo se agota y el escenario global que apunta no será pacífico, ni en lo económico ni en lo social ni en lo político.

¿Es tremendismo político? Claudio Magris, advierte —en El infinito viajar— que “los presuntos hombres prácticos (…) siempre creen, hasta el día anterior a su caída, que el muro de Berlín está destinado a durar”.

Juan-José López Burniol es notario.

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