La peor España

Todos los seres humanos arrastramos nuestras flaquezas y extrañas singularidades. Por haber, hasta hay gente a la que le gusta montar muebles de Ikea. Personalmente, una de mis múltiples debilidades es el aprecio por el humor un poco tontolaba. Sé que no es acorde a mi edad y que resulta muy poco sofisticado, pero me siguen haciendo reír de modo irresistible algunas escenas de los viejos astracanes de Peter Sellers, Louis de Funes, Bob Hope o los Hermanos Marx. Un «placer culposo», que dirían los anglosajones, pues se trata de un humor un poco surrealista y a veces bastante palurdo. Pero qué le vamos a hacer, ¡al final te ríes! A mi nómina de cómicos de cabecera he incorporado últimamente a dos monologuistas que probablemente no se dan cuenta de que poseen tal vis, pues intentan investir todas sus actuaciones de una extrema solemnidad (uno de los factores que acrecientan el puntillo humorístico de sus faenas). Se trata de Isabel Celaá, ministra portavoz del Gobierno de Sánchez, y Carmen Calvo, su vicepresidenta. Ayer Calvo no defraudó. Cuando toda España debatía el plagio de Sánchez que había destapado ABC, ella salió a dar la versión del Gobierno en los pasillos del Congreso. ¿Y qué dijo? Pues que la información atendía a una maniobra de distracción de «la derecha azul y la derecha naranja» para no hablar de la exhumación de Franco.

Recurrir de manera tan chocarrera al capote del principal colaborador de Sánchez (Franco) me arrancó en un primer momento una sonrisa irónica. Pero luego, pensándolo bien, la patochada de Calvo me dejó un regusto amargo, porque atiende a un grave problema que está yendo a más en España: el retorno del guerracivilismo, la creciente incapacidad de valorar los hechos por sí mismos, sin que el odio ideológico vele por completo nuestra mirada. El debate sobre la tesis doctoral de Sánchez era y es muy sencillo: ¿Se adapta a las exigencias mínimas que fijan las universidades para ese tipo de trabajos? ABC sostiene que no, y ha aportado una serie de pruebas para sustentar su punto de vista. Como no podía ser de otra manera, cabe discrepar de los argumentos de este periódico e intentar refutarlos de forma razonada. Pero muchísimas personas adscritas al llamado «progresismo», empezando por todos sus políticos, han reaccionado contra la información de una manera visceral, iracunda, empezando por el propio Sánchez, cuyo desayuno del jueves consistió en amenazar vía Twitter a ABC con los tribunales a las siete de la mañana. Ni Trump va tan lejos en sus guerras mediáticas. No se ha querido entrar a debatir el fondo de la cuestión. Simplemente se ha aplicado un tamiz sectario, que anula toda capacidad de pensar y juzgar: somos de izquierdas y siempre tenemos razón, y ABC es de derechas, ergo ABC miente. Es especialmente grave que periodistas profesionales incurran también en semejante anulación del pensamiento crítico y la observancia de la verdad. La selva, como siempre, se espesa en Twitter y Facebook, donde directamente la bilis suplanta al cerebro.

Estamos volviendo atrás –la Memoria Histórica fue una pésima idea– y recuperando el odio como una forma de relaciones públicas. Malos pasos.

Luis Ventoso

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