La pérdida de credibilidad de Israel

Cuando el 7 de julio de 2009 publicaba en estas mismas páginas el artículo Obama en el laberinto de Asia Central, afirmaba que la seguridad mundial se estaba jugando en el triángulo formado por Palestina, Afganistán e Irán. Me refería a la crítica situación creada en la Franja de Gaza y a la operación Plomo Sólido, en la que murieron más de 1.500 civiles, víctimas de ataques con bombardeos indiscriminados y del empleo de bombas de fósforo por el ejército hebreo. El embajador israelí en Madrid me contestaba con una extensa carta, en la que alegaba que su país no se oponía en absoluto a la creación de un Estado palestino, y que la situación en Gaza era consecuencia de una encomiable labor israelí para controlar el terrorismo islámico.

Ahora, el sangriento ataque de la marina de guerra de Israel a la Flotilla de la Libertad, a 70 millas de la costa -es decir, en aguas internacionales-, ha originado que el embajador sea convocado por el Gobierno español, para ofrecer explicaciones por estos hechos inaceptables y gravísimos. Nos imaginamos que Rafael Schutz, siguiendo instrucciones de su Gobierno, habrá alegado que la flotilla formaba parte de una operación terrorista organizada por Hamas y Al Qaeda para desestabilizar la asediada y bloqueada Franja de Gaza.

En todo caso, lo que el embajador no puede negar es que el régimen jurídico de la Alta Mar está recogido en el artículo 87 y siguientes de la III Conferencia de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, donde se establece, muy claramente, no sólo la libertad de navegación, en el apartado A, sino también la precisión de que la Alta Mar está abierta a todos los estados. Unos barcos que navegan pacíficamente no pueden ser asaltados por tropas regulares de un Estado, porque ello supone un acto de guerra.

Los hechos ciertamente probados muestran cómo Israel está yendo demasiado lejos contra la precaria paz en la zona, y también contra la precaria paz mundial. La flota de seis barcos que se dirigía a Gaza, al frente de la cual iba el Mavi Mármara, transportaba 10 toneladas de ayuda humanitaria. A bordo de esos seis barcos, tres de ellos turcos, iban más de 750 personas de 30 nacionalidades distintas, incluidos tres españoles. El ataque llevado a cabo por el ejército israelí tuvo lugar a las 5 de la mañana del 31 de mayo, cuando se lanzaron cientos de soldados hebreos, bien armados, desde helicópteros y desde lanchas neumáticas, que abordaron en pocos minutos los seis barcos de la flotilla. Se advirtió a Israel de que no transportaban armas. Las autoridades israelíes contestaron que se encontraban en una zona de exclusión y que debían dirigirse al puerto de Ashdod. El resultado del enfrentamiento ha originado al menos nueve muertos y 60 heridos graves entre los activistas; también hay algún soldado israelí herido.

Las causas de este gravísimo ataque en aguas internacionales son difíciles de precisar y pueden responder a diversos motivos. Es altamente probable que la acción israelí dirigida principalmente contra Turquía, que es de donde procedía la mitad de la flotilla, sería en principio una respuesta al acuerdo recientemente llevado a cabo entre Brasil y Ankara con Irán en relación al uranio enriquecido en beneficio de este último país.

La gravedad del conflicto puede subir de intensidad en la zona si, como se espera, se produce un movimiento de protesta en los países árabes contra Israel, que se extenderá al resto del mundo. Ayer mismo, el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, lanzó un durísimo mensaje desde el Parlamento, tachando la acción israelí de «ataque contra la paz mundial». Horas antes de su alocución, ya habían sido atacados el consulado israelí en Estambul, así como la embajada en Ankara. Siria ha llamado a consultas a su embajador israelí, y fue el primer país que ha presentado una enérgica nota de protesta.

Por su parte, la jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, ha pedido una investigación completa. El jefe del Gobierno israelí, Benjamin Netanyahu, que tenía previsto desde Canadá viajar a Washington para entrevistarse con Obama, ha cancelado la entrevista ante el temor de un serio rechazo del presidente estadounidense. Mientras, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, ha declarado tres días de luto por el sangriento e injustificado ataque israelí a una población de su territorio sometida desde hace años a un bloqueo infame.

Pese a todo, Israel está acostumbrado desde que afianzó su poder en Oriente Medio a hacer caso omiso de las resoluciones de Naciones Unidas -el veto de EEUU impidió ayer, una vez más, una condena expresa a Israel por parte del Consejo de Seguridad-. Las acciones armadas de su bien entrenado y pertrechado ejército han sorprendido frecuentemente por su osadía y su desprecio a las más elementales normas internacionales. El pequeño Estado judío dispone de un servicio de información, el Mossad, que es de los más eficaces del mundo, y cuenta con una red de agentes, la mayoría de ellos con cobertura diplomática, que saben lo que se dice y comenta en la las cancillerías que le interesan. Está perfectamente infiltrado en la propia administración de Estados Unidos a través del poderoso lobby judío norteamericano, con profundo asentamiento no sólo en Washington sino también en Nueva York y en las principales ciudades de América. Sabe hasta dónde puede llegar en contra o en defensa de los intereses estadounidenses, y juega perfectamente la baza de ser un engranaje seguro no sólo para la Casa Blanca, sino también para muchos países occidentales. En definitiva, como se demostró en la primera Guerra de Irak, en la era del presidente Bush padre, así como en las posteriores, Israel y su ejército han sido garantes de los intereses norteamericanos en la zona.

En la compleja situación del mundo, que se inicia en los comienzos del siglo XXI con el terrible atentado del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, se pone de manifiesto un enfrentamiento entre Oriente y Occidente, que cada año sube de intensidad. Es necesario tener en cuenta que Israel es un Estado cuya existencia es fundamental para mantener el difícil equilibrio y la paz mundial, que ha contado siempre con un incondicional apoyo anglosajón.

En su más de medio siglo de existencia, Israel ha ido ampliando su territorio con asentamientos frecuentemente ilegales en Palestina, que han sido consentidos por la comunidad internacional y que hoy son parte integrante del territorio estatal de Israel. Su pretensión actual es asfixiar a la población de la Franja de Gaza, que apenas tiene posibilidades de defenderse. Alegan que el terrorismo islamista procede en gran medida de esa zona, y acusan a la Humanitarian Aid Foundation -que ha organizado la Flotilla de la Libertad con ayuda humanitaria- de ser una ONG islamista, donde están infiltrados terroristas de Hamas y Al Qaeda.

Difícilmente se podrá convencer a Israel de que acepte un Estado soberano palestino. Y más difícil resulta imaginar la devolución de territorios apropiados ilegalmente, que pertenecen a Palestina. Pese a todo, el esfuerzo de la diplomacia de la Unión Europea, de Estados Unidos y de potencias emergentes como Brasil, China e India deberían hacer saber a Israel que, sin la creación de ese Estado palestino que tanto se espera, es imposible alcanzar una paz estable en Oriente Medio.

Lo anteriormente expuesto nos lleva a la reflexión de que Israel está dilapidando las simpatías y la credibilidad que como pueblo judío tuvo después de la II Guerra Mundial. El horror del Holocausto removió la conciencia de los aliados vencedores, y propició en el comienzo de la era de las Naciones Unidas la creación del «Hogar Judío», que se transformaría en el Estado de Israel, en una parte de las tierras de Palestina.

En los años 50, el mundo admiró el tesón y la valentía de los judíos en su lucha por la defensa de su pequeño Estado. En los años 60 visité en varias ocasiones Israel, así como la mayoría de los países de Oriente Medio, y pude apreciar personalmente la ingente y meritoria labor que llevaban a cabo los judíos llegados de los cinco continentes para hacer florecer el desierto. Este sentimiento fue decayendo cuando comenzaron las sucesivas guerras que mantuvo con Egipto, el Líbano y Jordania, además de otras acciones militares fuera de sus fronteras. La prepotencia y la frialdad con que frecuentemente ha actuado el ejército israelí en las diversas intifadas han motivado el que la opinión mundial cambiase la simpatía inicial por una actitud mucho más crítica y, finalmente, contraria a las represalias que en muchas ocasiones lleva a cabo el ejército israelí.

La agresión injustificada y desmesurada origina una reacción contraria en la opinión pública mundial, que puede ser un arma muy difícil de combatir para los judíos. Hay que tener en cuenta que con los medios actuales de difusión de las noticias, los ciudadanos del mundo están informados en tiempo real de todo lo que ocurre.

Manuel Trigo Chacón, doctor en Derecho Internacional y autor del libro Oriente Medio: encrucijada de la Historia.