La pérdida de un museo

Escribí en fechas recientes que, si no fuese por el enorme respeto y afecto que le tengo a Barcelona y a muchos barceloneses y al imperecedero recuerdo que guardo de mi paso por la Capitanía General, no hablaría de Montjuïc. No puedo respaldar determinadas decisiones políticas que vienen de atrás, soy muy crítico con el comportamiento de alguno de mis compañeros de armas y cáustico con la actitud pasiva de gran parte de mis amigos vecinos de la ciudad condal. Me enfado con ellos cuando me piden que haga algo. ¿Tú que has hecho?, les respondo.

También escribí que los hijos de los hijos de quienes han tomado ahora la decisión de desmantelar el Museo Militar acabarán recorriendo medio mundo para intentar recuperar lo que ahora se dispersa. Intuyo, hoy, que el movimiento se producirá mucho antes. La colección de armas fabricadas en Ripoll no es que sea la mejor del mundo: es que es la única que hay en el mundo. ¿Adónde irá a parar? ¿Quieren que hablemos de lo demás?

Se me mutiló en un periódico de tirada nacional un artículo en el que hacía referencia a los recuerdos guardados entre esas paredes de los aviadores de la República --bandera tricolor incluida-- o del Batallón Pirenaico, aquella magnífica unidad formada por montañeros de élite que puso orden en amplias zonas del norte de la Catalunya republicana. El censor debió de considerar que no era políticamente correcto recordar que en el museo de Montjuïc también estaban presentes.

Un museo militar suena para algunos a guerrero, a dictadura, a bombardeos. "Si se suprime podrá crearse una verdadera cultura de paz, no habrá mas guerras", gritan demagógicamente otros. Piensan que borrando el pasado construyen un futuro mejor para sus hijos. Pásense por la antigua Yugoslavia o por la Georgia de estos días. Acérquense a Ruanda o suban a las montañas de Afganistán, si quieren hablar de paz.

Siempre he mantenido que Barcelona era la segunda capital de España y su primera capital mediterránea. Barcelona es la expansión catalanoaragonesa a todos los confines del Mediterráneo: es Lepanto, es el gran sitio de Malta; es Orán, Argel; es el comercio de trigo con el Mar Negro; es la exportación de tejidos. Pero es también Tambor del Bruc, es Colegio Militar de Matemá- ticas --el primer centro de ingeniería que hubo en toda España--, es la inigualable fuerza de choque de los voluntarios catalanes que empleó el general Prim en Castillejos, es la permanente lucha contra las ambiciones de Francia, de las que Montjuïc también fue protagonista defendiendo la ciudad.

Por supuesto, en la montaña encontramos otras historias. ¿Qué fortaleza del mundo no guarda en sus entrañas luces y sombras? ¿Son culpables las piedras de los desvaríos del alma humana?
Llámenlo como quieran llamarlo, de la paz o de la luna llena, pero no permitan que se pierda el conjunto de lo que se exponía en el Museo Militar de Montjuïc. Mejórenlo, interprétenlo, explíquenlo como quieran. Dejen que los mag- níficos técnicos que hay en la completa red de museos de Barcelona, de la que el de Montjuïc debe formar parte, lo analicen y decidan. Que forme parte del conjunto cultural que la ciudad ofrece al visitante. Dejen la demagogia y el electoralismo ahora que disponemos de un tiempo de reposo. Insisto: dejen decidir a los técnicos; integren a buenos especialistas militares, que los hay. En Menorca, un consorcio integrador funciona a la perfección custodiando un inigualable, como el de Barcelona, patrimonio histórico.

Atención a los intereses económicos, que siempre trabajarán a favor del río revuelto. Les prometo que escribo estas líneas completamente gratis. Es más, seguramente recibiré algún disgusto. Pero bien sé que otros han escrito por encargo o apoyados en generosas subvenciones.

Les corresponde a ustedes, queridos barceloneses, decidir sobre lo que van a legar a sus hijos. Que no tengan que acabar yendo a Valencia o a Zaragoza o a mi querida Menorca a recuperar lo que es de ustedes.

Por supuesto, preferiría escribir sobre otro tema. No puedo: la lealtad y el afecto que les debo no incluye la sumisión.

Luis Alejandre, General.