La pérdida del centro

Por Eugenio Trías, filósofo y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO (EL MUNDO, 31/03/04):

Estos días hace un año que se desencadenó una guerra que muchos tratamos de evitar con las escasas armas a nuestro alcance: la opinión expresada en artículos de periódico, o en el modo testimonial de la participación en manifestaciones callejeras. Confieso que se me encogía el alma al pensar que podía quedar impune una decisión a la que el Gobierno español se había sumado, contradiciendo la opinión clamorosamente mayoritaria del país. O que no se pagara ningún precio político por los estropicios que el Partido Popular con mayoría absoluta había generado en la política internacional, desbaratando las alianzas consolidadas con países europeos como Francia y Alemania, o con la mayoría de pueblos y culturas que compone el mundo musulmán.

A cambio de todo eso se adquiría una coyuntural cercanía con la actual administración norteamericana, siempre secundada por su dócil aliado en Europa, el Gobierno británico. Se estrechaban lazos, así mismo, con el gobernante que ha levantado un muro de la vergüenza semejante al de Berlín (expresión y símbolo de una forma totalitaria de entender el poder.) A estos despropósitos se sumó un renacimiento tardío de las más puras esencias de la España castiza. Todo lo que no fuese enrocarse en una posición de esencialismo unitario y ultra-patriótico constituía, para el Gobierno, hacer el juego a la banda terrorista vasca, de manera que no cabían distingos: todos los discrepantes eran culpables de directa, indirecta, perfecta o pluscuamperfecta complicidad.Bajo la bandera de la «Lucha a Muerte contra el Terrorismo» se reeditaba una opción de extrema derecha, también en España, en mímesis mecánica del extremismo de la administración de George W. Bush, que entre tanto había tomado las riendas del Imperio.

Terrorismo es, en la mente de la extrema derecha nacional o foránea, una palabra ancha, generosa, imposible de matizar y de diferenciar.Terrorismo es todo lo que se opone con medios violentos a la política bélica agresiva que esa extrema derecha en el poder suele propiciar. La oposición armada a una inicua invasión a Irak, eso es terrorismo. Como lo es también la lucha desesperada y suicida con la que una población acorralada hace frente a la crueldad de Ariel Sharon. Y terrorismo es el terror local perpetrado por una banda de desalmados que amenaza la pacífica vida civil de la población española. Y por supuesto también lo es ese terrorismo apocalíptico nacido y criado en el entorno de países amigos y aliados del Imperio, gobernados por autocracias islámicas de estricta observancia, o por férreas dictaduras: Arabia Saudí, Pakistán. Todo es lo mismo: no cabe en este extremo ningún distingo, ningún matiz ni salvedad. Ese es el hostes al que debe declararse la lucha a muerte (en salvaje interpretación de la célebre concepción de Carl Schmitt sobre los fundamentos de la política.)

Esa es la horrible lógica de Lucha a Muerte contra una potente Sombra -llamada el Eje del Mal- de un imperio norteamericano en el que el complejo militar-industrial del que habló el presidente Eisenhower ha logrado al fin hacerse con el poder. De este modo se ha alimentado y se ha dado cauce a la voluntad de dominación de una elite carente de escrúpulos (y de aptitudes intelectuales perfectamente descriptibles.) Se han desoído las prudentes advertencias de esa «Vvieja Europa» tan insensatamente menospreciada. Toda esta enciclopedia de desvaríos morales y mentales, que parecen reeditar las más célebres previsiones del último Gustave Flaubert, pero en escala imperial y global, confluyeron en la reunión tan comentada de las islas Azores. Lo más grave y alarmante para nosotros, los españoles, fue que uno de los que componían ese trío de Grandes Estadistas Mundiales era el presidente del Gobierno español.

Tengo muy presente el contexto trágico en el que se ha producido el final de esta pesadilla nacional, propiciándose un deseado giro de ciento ochenta grados en la política internacional de nuestro país. ¡Y que lo sea de una vez y para siempre, sean cuales sean las presiones a que el nuevo gobierno pueda sentirse sometido por parte de las amenazas imperiales! Este vuelco electoral español podría ser quizás un ensayo primerizo, primaveral, de lo que muchos deseamos que se produzca en el centro mismo del Imperio.Podría escenificar quizás una especie de primarias del triunfo del candidato demócrata.

Por mucho que el mundo sea global España es un país soberano, aunque de manera obviamente limitada por su inserción en el proyecto de construcción política de Europa, que ahora debe ser relanzado también desde nuestro país. Hoy más que nunca el Imperio norteamericano necesita ser limitado en sus pretensiones unilaterales, o en sus ambiciones de poder sin contención ni medida; sobre todo por una Europa libre, con política propia. Dentro de ella España debe jugar con prioridad sus bazas como socio con el que se tiene que contar para contribuir a la construcción de la Unión.

Sé que ha sido una verdadera tragedia la que ha removido de pronto, en la conciencia de muchísimos españoles, el recuerdo de las mentiras y manipulaciones con que fue tratado y contestado el espontáneo modo de manifestar en las calles su actitud respecto a la Guerra de Irak. A las mentiras de las armas de destrucción masiva se añadía la reticencia evidente con la que se trató la información sobre los causantes del espantoso suceso el día anterior a las pasadas elecciones.

Lo más lacerante de estos días lo constituyen las más de doscientas historias personales que la prensa más responsable nos ha ido ofreciendo. De manera que han irrumpido en nuestra intimidad vidas desconocidas pero próximas, hermanas. Truncadas de cuajo del más injusto, incalificable modo. Vidas de personas nacidas en las inmediaciones de Madrid, o del propio Madrid, o procedentes de otras partes de España, o del mundo entero (rumanos, norteafricanos, subsaharianos, peruanos, ecuatorianos). Muchos de ellos radicados en esos pueblos de la periferia de la capital de nuestra nación española, una ciudad que muchos llevamos en el corazón y en el cerebro. Y no sólo desde ese día aciago.

Propondría a nuestros mejores y más sensibles artistas, especialmente del mundo del cine, o de la narración y de las artes plásticas, que intentasen condensar algunas de esas vidas que, de pronto, se dan cita en el tren de Cercanías. O en ese tren de la muerte que pone fin a su existencia a través del más terrible Deus ex machina. Ese es el verdadero sujeto de la historia; de toda historia.En este caso, la que ha tenido por escenario Madrid, la capital de España. Ese sujeto es, siempre, aquél que sufre como víctima los despropósitos de los poderes terrenales.

Importa acabar de una vez y para siempre con la lógica diabólica tramada por una administración imperial incompetente, secundada por su séquito de vasallos, en consorcio dialéctico con un terrorismo apocalíptico cada vez más envalentonado. Al cual las recetas de la extrema derecha imperial le parecen las más apropiadas, las que mejor hacen crecer sus posibilidades e intereses.

Nada más propicio para reproducir el terrorismo que nos azota y zarandea que obsesionarse con él, situándolo en el lugar absolutamente prioritario de la agenda política. Este fue, a mi modo de ver, el trágico error del segundo gobierno del Partido Popular.

Esa falta moral y mental proviene del desconocimiento de los límites. Límites que todo poder debe respetar, evitando a toda costa traspasarlos. Esa infracción del sagrado sentido del límite es lo que subjetivamente se registra en el término griego hybris, aplicado al comportamiento trágico, y que los filólogos más sofisticados suelen traducir, más que por extralimitación, por obcecación.Una especie de ceguera que es, a la vez, mental y moral.

Una obcecación empedernida y obstinada que lleva consigo ademanes de prepotencia y altanería. Una especie de deleite en la verdad y rectitud, o aptitud sin fisuras, de la posición que se adopta.Y de jactancia y goce en ella. Y que debe ser corregida -con el fin de que el límite se restablezca- por la némesis trágica.

Eso se ha producido, tal como suele suceder, y como le ha pasado al segundo gobierno de Aznar, justo en el terreno en el que había hipotecado (de forma bien insensata) todas, absolutamente todas sus bazas políticas: la lucha contra el terrorismo local. Y por extensión, a través del atajo de la alianza con el mandatario imperial, contra el terrorismo tout court.

Y la ironía trágica consistió en que no fue el terrorismo local el que terminó arruinando la política de ese gobierno sino aquel terrorismo global al que había ido, cual ejército cruzado, a combatir en Irak. Todos los errores de ese doble frente, local y global, acabaron conjurándose a través del más cruel Deus ex machina.

El gran error de ese gobierno fue dilapidar de la manera más incomprensible un capital difícilmente conseguido y alcanzado a través de una primera legislatura en la que el Partido Popular gobernó con prudencia, con tiento y con savoir faire. Corremos el riesgo de olvidarlo, pues los fallos garrafales de los últimos años se conjuran para arruinarnos la memoria de los cuatro primeros.

Una propensión muy hispana al revanchismo vengativo de los que no saben ganar, y al resentimiento del mal perdedor, con toda la dialéctica galdosiana de las cesantías propias de los «partidos del turno», parecen darse cita en estos días entre actitudes mezquinas muy igualitariamente repartidas en esas Dos Españas que hielan el corazón (según verso de Antonio Machado.)

Si el Partido Popular consiguió mayoría absoluta fue por méritos propios: por su prudente labor con los nacionalismos periféricos, por su política exterior todavía marcada por la sensatez, por un equilibrado modo de conducir la política social, laboral y económica, y sobre todo por el ejemplar modo con que se comportó esa formación ante el constante vapuleo en atentados y asesinatos a que fue sometido por el terrorismo de ETA. Eran los años en los que la gran mayoría nacional nos movilizamos, con la pluma, o a través de las manifestaciones callejeras, contra esa banda asesina. Eran los tiempos en que fueron asesinados alevosamente tantos miembros de ese partido y del partido socialista.

Pero la mayoría absoluta les hizo caer en la peor de las tentaciones, aquélla que en este país se revela mortal, letal: el abandono del centro. El «giro al centro», que fue el excelente lema de la primera legislatura, se fue convirtiendo en una instalación cada vez más inequívoca en posiciones lindantes con esa extrema derecha que en Estados Unidos había tomado el poder.

Y está claro que nuestro país es «aristotélico», o ha aprendido a serlo: la mayoría penaliza todo intento de perder de vista ese sector de centro que, por lo que se ve, compone una y otra vez el espacio de las victorias electorales. Y es que una política del límite por la fuerza ha de evocar ese justo medio teorizado por el más grande filósofo de todos los tiempos, Aristóteles.En su Política lo concibió como el lugar de los equilibrios sociales, políticos y económicos, más acá y más allá de excesos y defectos (en poder, en riqueza, en la administración de las reputaciones.) Una sociedad bien orientada, o políticamente saneada, es siempre la que aspira a lo más difícil: ese justo medio en el cual, según el estagirita, se halla la virtud. No sólo la virtud ética, o la relativa al comportamiento y al carácter; también la virtud política.

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