La persona y el trabajador como un todo continuo

El Lifelong Learning (LLL o aprendizaje a lo largo de la vida) ofrece dos líneas de pensamiento y acción diametralmente opuestas. Al debatirse sobre formación y empleabilidad sólo se alude hasta la saciedad a una de ellas. Se trata de aquella centrada en la pérdida precipitada de oportunidades y competitividad laboral por escasez de competencias digitales, analíticas y cuantitativas. Esta corriente dominante del LLL centra toda su energía en realzar las virtudes de las supuestas habilidades útiles a adquirirse a cambio de otras inservibles a abandonar. Llevándolo al extremo convierte al trabajador en un sujeto a programarse y desprogramarse libremente en función de la versión del software que lleva incorporada.

Esta interpretación del LLL dibuja indirectamente un panorama gris para gran parte de la población activa cuando aborda las tendencias de la automatización (propulsadas por el machine learning y la inteligencia artificial) sobre un elevado número de profesiones aun siendo en ocasiones algunas tareas y no los oficios los que posiblemente desaparecerán o se reconvertirán. Este LLL suscita en empleados veteranos cierto complejo de inferioridad por sus capacidades y conocimientos absorbidos durante el pasado analógico de sus trabajos.

Al periodo histórico del universo laboral actual (en el cual convive el LLL) se refieren sus valedores como Cuarta Revolución Industrial. El temor o vergüenza entre numerosos empleados veteranos a no estar a la altura de esta Revolución genera un inusitado consumo doméstico, virtual y acelerado (amplificado durante el “confinamiento pandémico”) del menú just-in time de cursos on line. Los contenidos y las destrezas ofertadas son de todo tipo y a bajo o cero coste para el usuario, cliente o alumno (según nos veamos y nos vean los proveedores de servicio). Como reconocimiento a este tiempo de reciclaje no es un crédito académico ni certificado oficial lo que se obtiene sino un o una colección de microcredenciales. Muchos lo insertan rápidamente en su curriculum vitae digital con el fin de mantenerse más actualizados a los ojos del empleador en particular y del mercado laboral en general.

En cuanto al segmento de los universitarios a la espera del primer trabajo la onda expansiva de esta sesgada asimilación del LLL también se hace notar. En este caso, resuena un mensaje inquietante y manido que actúa como comodín en numerosas conferencias, presentaciones e intervenciones públicas: “Casi nada o nada de lo aprendido hoy os servirá mañana”. El remate final llega cuando alguien asevera que los adolescentes de hoy cambiarán durante su vida laboral entre siete y nueve veces de empleos que no existen en la actualidad. Es de imaginar que el sobrellevar tal peregrinaje profesional será gracias a una prolongación natural de la esperanza de vida y no necesariamente a una mayor versatilidad de los trabajadores, pero resulta difícil entenderlo a primera vista como algo esperanzador, enriquecedor o sugestivo.

Afortunadamente existe otra cara de la moneda bien distinta para el LLL, la gran desconocida o marginada que alientan con nobleza e idealismo (quizás, ingenuidad incluso) determinados organismos multilaterales y una minoría de universidades en todo el mundo. Esta LLL educadora promueve y profesa aptitudes, cualidades, sentimientos y emociones humanas. La empatía, la sensibilidad, la compasión, la curiosidad, la imaginación, la responsabilidad y el respeto, entre algunos otros, conforman su universo terrenal. El sociólogo contemporáneo y experto en educación para adultos Jack Mezirow enclavaría dentro de este halo su teoría del aprendizaje transformativo; emancipador y capaz de generarnos un pensamiento propio y autónomo desligado de actuaciones teledirigidas por las creencias, deseos y las motivaciones de otros.

Este LLL se inclina por el descubrimiento propio (quienes somos) con anterioridad a nuestra “función de utilidad”. Nos referimos a un LLL humanístico y no transaccional, uno que cultiva la personalidad y practica los valores universales por la vía de las experiencias vividas, desde la más temprana edad hasta el final de nuestros días. Hace ya más de un siglo, el jurista e intelectual Louis Brandeis pronunció aquello tan en consonancia con esta segunda derivada del LLL: “Cada ciudadano debe obtener educación, amplia y continua. Este elemento esencial de la ciudadanía no se consigue finalizando el ciclo educativo a los 14 años ni tampoco a los 18 o 22. La educación debe continuar a lo largo de toda la vida…” (True Americanism, 1915).

El LLL real no establece fronteras entre teórico y lo aplicado. Engranda la vocación altruista y el cultivarse no sólo para hallar un trabajo, promocionar o cambiar de profesión, sino para reconocerse ante el espejo cada mañana independientemente de la edad, labor y papel que se juegue en la sociedad. No segmenta la vida en estudio, trabajo y jubilación, sino que acompaña a la persona y trabajador como un “todo continuo” propiciando siempre una segunda, tercera o cuarta oportunidad educativa para quien no pudo o no tuvo nunca una primera. Confiemos en que un número creciente de líderes de opinión, directivos y decisores se unan a esta aproximación alternativa de la LLL en beneficio del empleado como persona antes que del empleado como trabajador.

Samuel Martín-Barbero es Presidential Distinguished Fellow, Universidad de Miami (Estados Unidos).

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