La pervivencia de la corrupción

Etimológicamente, el término “corrupción” significa “romper desde adentro”. En realidad, es el mecanismo que utiliza el cáncer para alterar el sistema inmunitario. Ataca desde el interior, usando códigos aprendidos de buena fe, y los manipula. Engaña a las células y las destroza. Se convierte en lobo con piel de cordero y ¡zasss! Ya la ha liado. Los tejidos se descomponen y el organismo llegará a su fin si no se ataja a tiempo el problema. La detección precoz es esencial. Ante cualquier síntoma debemos actuar acudiendo a profesionales para intentar evitar un resultado que nadie querría, salvo los suicidas o los filósofos existencialistas.

En su sentido público, la corrupción —ese otro cáncer— es moralmente perversa. Destruye la convivencia, envenena la salud social, genera pobreza a la vez que abundancia insana para el organismo invasor y mentiroso. Solo desea ser corrupto quien desprecia al resto. Es corrupto quien quiere beneficiarse del trabajo de todos, quien, pese a aparentar cumplir las normas, se aprovecha de ellas para su beneficio. Un corrupto en realidad es un ser despreciable. Una pobre persona de catadura moral inexistente que, al final, morirá ahogada en su propia inmundicia. Es por tanto algo convenido, desde hace siglos, que luchar contra la corrupción, castigar al corrupto y sus métodos, es saludable y favorece al bien común. Quien sostenga lo contrario está en su derecho, pero deberá ser muy hábil en su argumentación y en los ejemplos de su vida pues, si así no la hace, se caerá con todo el equipo. Ahora bien, sería ingenuo pensar que somos “puros”. No podemos olvidar ni soltar el lastre. ¿De dónde somos? ¿De dónde venimos? La cultura adquirida en la infancia, la educación transmitida por nuestros antepasados y que es debida a las circunstancias de la vida, de la historia, incluso del propio clima… esas cuestiones forman parte de cada individuo o individua (como ahora es lo correcto, al parecer). Pensar otra cosa, equivaldría a dar por sentado que los cerdos vuelan.

Hace unos días, he visto una película llamada Un iItaliano en Noruega. No hay que dudar de que los españoles comprendemos perfectamente el mensaje y la actitud del protagonista. Sabemos lo que hace y por qué lo hace e, incluso, nos reímos, pese a saber que, en cierto modo, es un corrupto. Lo comprendemos y nos incita incluso a la ternura y la compasión, ya que nosotros en España hemos “mamado” esas prácticas toleradas y admisibles. Uno de los mecanismos que los Estados utilizan para evitar este mal es el denominado GRECO, organismo inserto en el Consejo de Europa y creado en 1999. No es el momento de exponer el sistema de seguimiento de este grupo en sus objetivos. Ahora bien, dando por sentados que acatamos sus recomendaciones y que ya somos europeos, habría que dar por sentado también que ese organismo sirve para algo, pues, si en cierto modo lo financiamos y luego no cumplimos, el Estado también estaría malgastando fondos públicos y, por tanto, corrompiéndose. Los diversos ciclos de evaluación que GRECO ha realizado desde sus comienzos en relación a España, han puesto de manifiesto entre otras cosas que el nombramiento de los vocales judiciales del Consejo General del Poder Judicial que se utiliza desde tiempo ya, es una práctica que favorece la corrupción. Pero nada. Como si se oyese llover por los diversos Gobiernos de España. Como que si… ¿Quieres arroz, Catalina?... ¡¡De eso nada, monada!! Nosotros gobernamos, legislamos y, por tanto, nombramos a quien nos parezca. Faltaba más. Para eso somos representantes del pueblo y manejamos los fondos. Ni Greco, ni Goya, ni Zurbaranes. Nosotros somos más listos que Calixto. Eso de Europa y de la corrupción es una bobada. Vosotros, “podercillo” inferior, a callar, a poner sentencias, que para eso habéis estudiado. No como nosotros, que hemos sido elegidos en las urnas. ¿Qué sabréis vosotros lo que conviene a los españoles? Nosotros sí que sabemos quiénes son los que os deben gobernar a vosotros.

Resulta monótono y cansado observar cómo por parte de la mayoría de nuestros representantes, se incumplen directrices europeas muy sencillas de comprender. Luego, sin embargo, frente a la opinión pública, fuegos artificiales…¡¡¡Qué hastío, Dios Santo!!!

Pues nada… Quizás tengan razón quienes no quieren seguir los consejos anticorrupción en este sentido. Quizás los equivocados seamos los jueces, las instituciones europeas, los propios ciudadanos que ya recelan del sistema de nombramientos. Quizás eso de Europa está bien para aparentar, pero ¡ojo!, que no nos toquen a nosotros, egregios representantes patrios de un pueblo milenario que ha sobrevivido a casi todo. En realidad, los jueces no sirven para mucho. Se les utiliza en el día a día, pero no dan votos. Los jueces solo sirven para dar paz social, confianza, riqueza, seguridad jurídica, salud democrática, pero eso no es mucho comparado con un titular periodístico mañanero.

El Greco padecía astigmatismo…Otros padecen ceguera.

La guerra contra la enfermedad no ha acabado, pese a que algunos estén tan calentitos en su sillón viendo descomponerse el cuerpo. No obstante, recuérdenlo, siempre habrá alguien o quizás muchos, que quieran atajar el cáncer. Luego, si se aplican técnicas invasivas, que nadie se llame a engaño.

Raimundo Prado Bernabéu es portavoz nacional de la Asociación de Jueces y Magistrados Francisco de Vitoria.

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