La pesadilla árabe

Tahar ben Jelloun es escritor, autor de Los náufragos del amor o El niño de arena (EL MUNDO, 24/08/05).

Los atentados terroristas contra Sharm el Sheij fueron una inmensa humillación para la cultura y la hospitalidad árabes, un insulto ensangrentado para el pueblo egipcio y una catástrofe para su economía, que padece graves dificultades desde hace tiempo. No es la primera vez que el terrorismo internacional pone en su punto de mira en Egipto, en su población y en sus turistas. Esta vez el terror no hizo más que renovar su mensaje: destruir la vida de inocentes, fueran musulmanes o no, desestabilizar la economía egipcia, rechazar a su jefe de Estado -que se presenta a la reelección por quinta vez- y, por último, suscitar odios y rencores entre las diversas comunidades.

Ya sea en Londres o en Sharm el Sheij, el efecto de las bombas colocadas en los coches o en las mochilas de los kamikazes siembra el desconcierto y el pánico entre la gente. Todo el mundo piensa: esa persona cuyos restos están recogiendo podría ser yo, podrían ser mi hijo o mi hermano. Esa mujer que chilla de dolor podría haber sido mi esposa o mi hermana. Ese padre italiano que ya no encuentra a su hijo en la habitación en la que le había dejado unos minutos antes de las explosiones, ese hombre roído por el dolor podría haber sido cualquiera de nosotros. O ese joven rescatado de la discoteca y que tiene la mirada perdida, como visitada por el viento ardiendo de la muerte.

Al terrorismo le gusta matar a gente anónima porque el impacto sobre los demás es más fuerte. Si atacase, por ejemplo, un cuartel o un convoy militar, el ciudadano se diría: mata a gente cuyo oficio implica ese riesgo. Por eso, mata sin distinción a viandantes y turistas, al tiempo que golpea y hiere la imaginación de la gente.

Cada vez que se produce un atentado terrorista, nos planteamos la misma cuestión: ¿qué hacer para que no haya otro? Este verano ha atacado en Londres y en Egipto. ¿Quién va a ser el próximo? No olvidemos que el lugarteniente de Bin Laden, el médico egipcio Ayman al Zawahiri, es uno de los estrategas de esta guerra, cuyo final nadie ve. El pasado 17 de junio, Al Zawahiri reclamaba «la sustitución de los dirigentes del mundo árabe y musulmán» nombrando explícitamente a Egipto, Arabia Saudí y Pakistán. Y llamaba a «una guerra en nombre de Dios», al tiempo que pedía a los palestinos que no renuncien «a la yihad para liberar Palestina».

Los discursos de condena y de indignación ante los atentados terroristas se han convertido en rituales sin eficacia alguna.Los terroristas juegan con la sorpresa y con los símbolos. No fue una casualidad que eligiesen para atentar el día de la fiesta nacional egipcia. Egipto festejaba el aniversario de la República.Egipto es un país que firmó la paz con Israel. Los turistas israelíes van a menudo a Sharm el Sheij. Esta vez fueron mayoritariamente egipcios los que murieron. Egipto ha sido castigado. Se está intentando arruinar a este país, ponerlo de rodillas, hacer que su población pase hambre con el objetivo de que se rebele y derroque a Mubarak y reemplazar su régimen por una república islámica.

Este sueño es una pesadilla para todo el mundo árabe. Dado que Egipto está cercano a Occidente y es ayudado por EEUU por el hecho de haber firmado la paz con Israel, los islamistas lo combaten a muerte. No olvidemos que el islamismo radical nació en Egipto en 1928 con la creación del movimiento de los Hermanos Musulmanes.Si Egipto cae, todo el mundo árabe quedará tocado. Y si bascula Arabia Saudí, todo el Golfo quedará desestabilizado.

Mientras permanece vigilante, es hora de que Occidente cuestione su visión del mundo árabe y se comprometa a que las heridas profundas de esos pueblos sean curadas. Los árabes son humillados demasiadas veces, no se tienen en cuenta su existencia ni sus preocupaciones, al tiempo que se firman demasiados compromisos con estados que no respetan los derechos humanos pero con los que se comercia tranquilamente.

Para salir de este círculo vicioso, hay que poner en marcha un cambio radical y replantear por completo la visión política que tiene Occidente del mundo árabe y musulmán.

Por ejemplo, solucionar de manera justa y duradera el problema palestino. Eso es algo que puede hacer EEUU si realmente quiere.Poner fin al caos que la Administración Bush ha creado en Irak.En este país será difícil evitar una guerra civil más amplia que la que mata a una media de 34 personas al día. Aquí los americanos y los europeos tendrían que pasar de las palabras o los hechos y poner sobre la mesa propuestas concretas.

Para eso necesitamos un gran estadista, un visionario, un hombre excepcional que tenga la inteligencia superior del político con visión de futuro, pero también la inteligencia del corazón y la pasión por la justicia. Un hombre que supere la política de los intereses hacia estos países martirizados, que conozca bien su cultura, sus tradiciones y las profundas necesidades de las que estos pueblos no hablan porque se sienten avergonzados al hacerlo.

Un hombre que deseamos y con el que soñamos. Un hombre que no existe. No es evidentemente Bush ni lo son Blair, Sharon, Berlusconi o Chirac. El secretario general de las Naciones Unidas podría ser ese hombre providencial, pero para que lo consiga tendría que tener el apoyo más total, tendría que aceptar echarle de nuevo un pulso a EEUU y cantarle las verdades del barquero a las familias reinantes de los países del Golfo así como a determinados dirigentes árabes cuya legitimidad es cuestionada por sus propios pueblos. Kofi Annan es un hombre de gran calidad, pero al menos por ahora no puede salir de su papel de equilibrista. Por eso, el político soñado sigue siendo una idea, un desafío y una pasión.

Dado que el terrorismo recurre al sistema diabólico del kamikaze, todo tipo de represión está condenada al fracaso. No se puede responder a la violencia con más violencia. En este ámbito, los demócratas siempre llevan las de perder. La lucha contra el terrorismo debería abrazar diversos frentes y utilizar no el enfrentamiento directo, sino una política más sutil, más inteligente y, sobre todo, más sincera.

El mundo árabe necesita el consuelo de la Justicia. A partir del momento en que se encuentran jóvenes dispuestos a matar al máximo de inocentes sacrificándose ellos mismos, a partir del momento en que el instinto de la vida es reemplazado por el de la muerte provocada y sufrida, Occidente no sólo lleva las de perder en este enfrentamiento, sino que debería plantearse las verdaderas cuestiones sobre su pasado y sobre la relación que quiere mantener con los pueblos árabes y musulmanes en el futuro.Los valores se han corrompido. La religión se ha manipulado.La desesperanza se ha utilizado con un cinismo basado en el racismo, el odio y la necesidad de venganza. A veces, los candidatos a kamikazes se reclutan entre los hijos de la inmigración que ya son europeos.

Spinoza nos recuerda que «todo tiende a perseverar en su ser».Hagamos que se equivoque, haciendo un esfuerzo doloroso sobre nosotros mismos y cambiemos nuestra forma de ver para transformar a la persona y ayudar, de una manera real, eficaz y duradera, a los pueblos que sufren y a sus jóvenes inmigrantes que en Occidente parecen invisibles.

Sólo la Justicia, la aplicación del Derecho y de las resoluciones de las Naciones Unidas (a menudo ignoradas), sólo la voluntad si no de amar a este mundo que sufre sí al menos de prestarle atención, de considerar su desgracia y de respetar sus aspiraciones a vivir con dignidad, podría apagar el brasero del terrorismo.