La pesadilla griega

No existe, en esta crisis, un guionista que se relama los bigotes mientras imagina el salto de los espectadores. No hay guionista, pero como si lo hubiera. Un guionista experimentado, imaginativo, perverso, de los que te procuran una escena para respirar y tranquilizarte, una especie de falso final satisfactorio, para acogotarte a continuación por sorpresa con un golpe de efecto inesperado que pone todos los pelos de punta. Si añadimos la hipersensibilidad del público, comprenderemos el pánico. El día en que se acabe la pesadilla de la crisis de la deuda nadie querrá admitir que pasó miedo, pero, ahora que estamos en plena proyección, el terror está a punto de apoderarse incluso de los ánimos más serenos. Si a la cara de Nicolas Sarkozy, cuando reaccionó a la gamberrada de Yorgos Papandreu, se suma la predisposición general a escuchar a profetas del desastre y a oír, aunque no suenen, las alucinantes trompetas del Apocalipsis, multiplicadas por el tan enésimo como efímero estruendo de las bolsas, siempre escuchado como si fuera el primero, tendremos ya, además de las imágenes, la más adecuada y tenebrosa de las bandas sonoras.

Ya sabemos que todo esto es real, no ficción. Pero habría que averiguar hasta qué punto los gritos son de miedo verdadero o de histeria. Es evidente que Papandreu se mueve a la desesperada. Lo más probable es que caiga el Gobierno. Pero el hecho relevante no es la estridencia de un primer ministro, sino la escasa fiabilidad de los griegos. La presión europea sobre Grecia es muy fuerte; las condiciones de la ayuda y la condonación de la deuda, extraordinariamente favorables. Se requiere un ataque de locura colectiva, no de un individuo, para rechazarlas. Habría que proseguir en un ejercicio de ceguera general para no ver que el destino de Grecia es salir del euro. Este país ni cumple ni puede cumplir, ni querría cumplir aunque pudiera. En todo caso, lo mejor para Europa es que los griegos abandonen el barco del euro. Ahora, después de tantos temores, acabamos de descubrir que el euro no se hundiría. Al contrario, saldría reforzado y más creíble.

El euro puede hacerse mil pedazos cualquier día, pero no es probable. Europa produce, a día de hoy, poco menos de un tercio de la riqueza mundial. Ninguna previsión de ningún organismo prevé la menor recesión. Estancamiento sí, pero a partir de un PIB altísimo. El nivel de vida y las prestaciones sociales de los europeos son los más alto del mundo, con diferencia. Los recortes que aquí tenemos que sufrir y los griegos se niegan a asumir, a pesar de tener muchas más razones para el sacrificio, no son la norma europea, sino la excepción de los que han malgastado. Si la comparamos con la de Estados Unidos, la deuda exterior europea, es decir, de los países europeos con el resto del mundo, es baja. Es decir, que el dinero nos los debemos entre nosotros mucho más que a terceros. Todo ello también forma parte de la realidad. Más bien dicho, es el grueso de la realidad. ¿Por qué no se tiene en cuenta? Porque la histeria domina el panorama. Es lo que saben Merkel y Sarkozy, y por eso tratan de conservar el más valioso de los tesoros que puede tener un gobernante: la serenidad.

El temporal es real. El barco del euro se ve sometido a enormes sacudidas, pero el embate de las olas hace tiempo que dura. Insiste y persiste. Pone a prueba. En estas circunstancias, nadie puede descartar que una ola más alta que las otras vuelque la nave y hunda al euro. Pero lo cierto es que hasta ahora no lo ha hecho, y el oleaje de los mercados ha picado fuerte. Ahora, cuando los efectos del temporal se amortiguan por efecto de las prudentes y sensatas decisiones de la semana pasada, se produce una especie de sabotaje desde dentro. ¡Ay, la santabárbara, que explota! Pues no ha estallado. La pobre intuición de quien escribe, seguro que sin mérito suficiente, insiste en que ni explota ni explotará. Tendrían que pasar cosas todavía más grandes, ocurrir tsunamis encadenados que se encuentran todavía lejos del alcance de la imaginación del guionista más delirante.

Grecia quebrará, dentro o fuera del euro. Los ricos de Europa deberán reforzar aún más el sistema financiero. El Banco Central Europeo tendrá que comprar más deuda italiana y española para hacer efectivo el cortafuegos. Y poco más. Pase lo que pase, tanto si la crisis de la deuda debe sorprendernos con nuevas y aún más terribles sacudidas como si los vientos contrarios empiezan a aflojar, el país que sufrirá más es España. A España aún le quedan muchas reformas por hacer, unos cuantos escalones por descender antes de situarse en el nivel que le corresponde, según la riqueza real que es capaz de crear. Esta, la que nos corresponde, es la peor parte del pronóstico, pero sería miopía, y de la grave, confundir la precariedad de la propia situación con el panorama general europeo.

El día en que Europa se despierte de la pesadilla griega, con Grecia fuera del euro, se encontrará más tranquila. No habrá descubierto un final feliz, sino el menos infeliz de los finales posibles.

Por Xavier Bru de Sala, escritor.

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