Estás en la playa y hace mucho calor. La arena arde, pero caminas y caminas en busca de un puesto de helados. Y, cuando llegas, no te encuentras uno, sino dos chiringuitos contiguos. Qué poca deferencia con el cliente. ¿Por qué no están repartidos a lo largo de la playa para minimizar los desplazamientos de los bañistas? Lo mismo en la carretera. Conduces en reserva varios kilómetros. Y, cuando das con una gasolinera, resulta que hay dos estaciones de servicio, casi idénticas y adyacentes.
No has tenido mala suerte. No es la ley de Murphy. Es la teoría de Hotelling, un modelo económico para entender por qué empresas que ofrecen los mismos bienes con precios parecidos no se distribuyen uniformemente por el territorio. Dos chiringuitos que compiten por atraer a los veraneantes se situarán, espalda contra espalda, en el centro de la playa. Así cada uno se asegura la mitad del mercado.
También se aplica a la política. Es el llamado modelo de Hotelling-Downs. Si, en un sistema bipartidista, todos los votantes del país se colocaran en una playa de acuerdo a su ideología —con la persona más de izquierdas en una punta y la más de derechas en la otra—, los dos partidos correrían a ocupar el centro. Y no porque sus dirigentes sean cínicos interesados sólo en los votos y no en las políticas. Incluso asumiendo que se mueven por una vocación genuina de poner en marcha medidas de izquierdas (o derechas), la única posibilidad realista que tienen estos políticos de alcanzar el poder, y por ende de implementar sus preferencias, pasa por emplazarse en el medio del espectro ideológico. Como, tradicionalmente, han hecho Demócratas y Republicanos en EE UU, Laboristas y Conservadores en Reino Unido, o PP y PSOE en España.
El centrismo produce desencanto. Sobre todo, en los extremos. Como a los bañistas que deben andar mucho para comprar un refresco, si le preguntásemos a los votantes más de izquierdas (o de derechas), éstos demandarían que los dos partidos se alejaran del centro. Pero los partidos no tienen incentivos para desviarse. Moverse un centímetro a la izquierda (o derecha) significa necesariamente perder votantes. Aunque enfurezca a los radicales, el equilibrio político en un sistema bipartidista es la posición ideológica del votante medio.
Sin embargo, en España este equilibrio se rompe en 2015. Aparecen Podemos y Ciudadanos. Y, al principio, muchos pensamos que el aumento de competidores intensificaría la lucha por la centralidad política. Pero está sucediendo lo contrario. Los partidos más cercanos al centro, PSOE y Ciudadanos, que, inicialmente parecían querer cortejar al votante español medio, han ido desplazando su interés hacia los electores de centro-izquierda y centro-derecha respectivamente.
Lejos quedan los días del pacto Sánchez-Rivera. El líder del PSOE hace guiños ahora a los votantes de Podemos. Y el de Ciudadanos atrae a los del PP con su férrea defensa de la unidad de España. La evolución de la ubicación ideológica de los votantes indica también que PSOE y Ciudadanos se están moviendo cada uno hacia su lado del eje ideológico.
¿Por qué se está vaciando de partidos el centro político en España, justo cuando, irónicamente, tenemos un partido autoproclamado de centro? Aunque con las limitaciones propias de cualquier modelo teórico, Hotelling nos puede ayudar a entender también esta paradoja. Con cuatro chiringuitos en la playa, o con cuatro partidos en el sistema, el centro deja de ser la localización preferida. Y emerge un nuevo equilibrio, con dos empresas (o partidos) que se instalan en el punto correspondiente al primer cuarto (25 en una escala 0-100) y las otras dos en el tercer cuarto (75 en la escala 0-100). De acuerdo a esta predicción, en España se estarían conformando dos parejas de partidos mellizos: PP y Ciudadanos en lado derecho y PSOE y Unidos Podemos (UP) en el izquierdo.
Juzgando por la tendencia de las encuestas, PSOE y Ciudadanos han captado intuitivamente esta dinámica mejor que UP y PP. Sánchez y Rivera llevan tiempo desoyendo los cantos de sirena que, desde todo tipo de púlpitos, les reclaman moderación y centrismo. Y, siguiendo sus instintos, están lanzando mensajes con un perfil ideológico más inequívocamente socialdemócrata (PSOE) y liberal (Ciudadanos). Están moviendo sus chiringuitos políticos hacia donde se encuentran UP y PP.
Y avanzan plácidamente. Porque, en el nuevo escenario estratégico, Rajoy e Iglesias andan despistados. En lugar de oponer resistencia en el centro-derecha y centro-izquierda, huyen hacia los extremos, reivindicándose como los auténticos defensores de las esencias. Por ejemplo, el PP con Albiol en Cataluña o UP radicalizando su agenda social. Si siguen moviéndose en el mismo sentido que Ciudadanos y PSOE, en lugar de salirles al paso, PP y UP corren el riesgo de quedar arrinconados en cada una de las dos puntas de nuestra playa política. Obtendrían así sólo los votos de los más radicales.
En términos de representatividad democrática, ¿es mejor un sistema con cuatro o con dos partidos? En comparación con antes de 2015, los votantes más ideologizados están ahora ciertamente más contentos. Ya no tienen que “caminar” hasta el centro para votar. Pero si el bipartidismo enfadaba a los votantes radicales, el multipartidismo puede enojar a los moderados. Son ahora los que se hallan en el centro de la playa quienes tendrán que desplazarse, a izquierda o derecha, para encontrar un partido que les represente.
Sin duda, el votante mediano siempre tendrá quien le escriba. PSOE y Ciudadanos intentarán mantener a los ciudadanos de centro en sus radares. Pero ya no conformarán la base de sus programas, que tendrán unos tintes ideológicos más marcados.
Esta mayor ideologización de los discursos casa mal con la creciente necesidad de pactos parlamentarios. Tanto la aprobación de los presupuestos como cualquier reforma legislativa —por no hablar de los postergados pactos de Estado (en educación, sanidad, pensiones o estructura territorial)— requiere, dada la fragmentación del hemiciclo, un acuerdo entre unas fuerzas de izquierdas y derechas cada vez más distantes. Cuando más importante es tender puentes, más se alejan las dos orillas.
Dentro del parlamento, el mestizaje ideológico es más necesario que en cualquier otro periodo de nuestra democracia. Pero, fuera, los partidos tienen más interés que nunca en apelar a la pureza ideológica.
Tenemos más chiringuitos en la playa, pero nos vamos a seguir quemando los pies para encontrarlos.
Elena Costas es economista, profesora en la Universidad Autónoma de Barcelona y editora de Politikon.