La poderosa debilidad de Corea del Norte

Hace ya algunas semanas, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el presidente de China, Xi Jinping, celebraron en California una “cumbre en mangas de camisa”, y Corea del Norte fue un tema importante de conversación. Aunque la cuestión en sí no era nueva, esta vez cambió el tono del diálogo.

Hace más de dos décadas, el Organismo Internacional de Energía Atómica encontró a Corea del Norte violando su acuerdo de salvaguardas y reprocesando plutonio. Luego el Gobierno del presidente Bill Clinton negoció un acuerdo marco con Corea del Norte, pero en 2003 el país lo abandonó, expulsó a los inspectores del OIEA, se retiró del Tratado de No Proliferación Nuclear y desde entonces ha detonado tres dispositivos nucleares y realizado varios ensayos con misiles.

A lo largo de estas dos décadas, funcionarios estadounidenses y chinos han discutido frecuentemente la conducta norcoreana, tanto en forma privada como en el marco de reuniones públicas. Los chinos han dicho una y otra vez que no querían que Corea del Norte desarrollara armas nucleares; pero también aseguraron que su influencia sobre el régimen es limitada (a pesar de que China es el principal proveedor de alimentos y combustibles de Corea del Norte). El resultado fue un intercambio de mensajes hasta cierto punto previsible, en el que China y Estados Unidos se limitaron a proclamar la desnuclearización como objetivo compartido.

Aunque China no mintió al declarar sus deseos de una península coreana libre de armas nucleares, la cuestión nuclear no era su principal preocupación. China también tenía otro objetivo: evitar el colapso del régimen norcoreano, con el consiguiente riesgo de caos en su propia frontera (que se manifestaría no solamente en la forma de flujos de refugiados, sino también en la posibilidad de que tropas surcoreanas o estadounidenses se desplazaran hacia el norte).

Puesta en esta disyuntiva, China priorizó el mantenimiento de la dinastía familiar de los Kim, una elección con un efecto aparentemente paradójico: inesperadamente, Corea del Norte obtuvo un enorme poder sobre China.

Corea del Norte tiene lo que yo denomino “el poder de la debilidad”. En ciertas situaciones de negociación, la debilidad y la amenaza de derrumbe pueden ser fuentes de poder. Un ejemplo fácilmente reconocible es este: si yo le debo al banco mil dólares, el banco tiene poder sobre mí; pero si le debo mil millones de dólares, puede ser que yo tenga un considerable poder de negociación sobre el banco. En este sentido, China es para Corea del Norte como el banquero demasiado expuesto.

Así pues, China intentó persuadir a los norcoreanos para que sigan el ejemplo chino y adopten una economía de mercado. Pero como el régimen de Kim le tiene pavor a la posibilidad de que la liberalización económica termine provocando demandas de mayor libertad política, la influencia de China sobre el régimen es limitada. Como me dijo cierta vez un funcionario chino en un momento de franqueza: “Corea del Norte tiene nuestra política exterior de rehén”.

Los líderes norcoreanos jugaron con audacia la carta de su debilidad y, con ello, lograron aumentar su poder. Saben que si estallara un conflicto militar con todas las letras, las fuerzas militares surcoreanas y estadounidenses los derrotarían. Pero al mismo tiempo, con sus 15.000 piezas de artillería en la Zona Desmilitarizada, a apenas 30 millas (48 kilómetros) al norte de Seúl (la capital de Corea del Sur), también saben que pueden hacer estragos en la economía surcoreana, mientras que ellos tienen relativamente menos que perder.

Corea del Norte lleva mucho tiempo alardeando de su disposición a correr riesgos. En 2010, hundió un buque de la armada surcoreana y bombardeó una isla del país vecino, lo que provocó una crisis. Esta primavera, realizó una prueba nuclear y una serie de ensayos con misiles, que acompañó con una andanada de retórica belicista.

Pero parece que ahora China comienza a perder la paciencia. El inexperto nuevo gobernante norcoreano, Kim Jong-un, le inspira menos confianza que su padre, Kim Jong-il. Además, los líderes chinos comienzan a darse cuenta de los riesgos que Corea del Norte está imponiendo a China.

Si las pruebas nucleares continúan, en Corea del Sur y Japón podría aumentar la demanda de contar con armas nucleares. Además, si a la retórica estridente que empleó el régimen de Kim esta primavera le siguen provocaciones contra Corea del Sur como las ocurridas en 2010, puede suceder que los surcoreanos respondan con uso de la fuerza, y China podría verse arrastrada al conflicto.

Las señales de cambio son intrigantes. Tras la discusión “franca” del tema Corea del Norte entre Xi y Obama, el presidente chino se reunió con la presidenta surcoreana Park Geun-hye sin reunirse antes con los norcoreanos, sus aliados oficiales. Más tarde, dos funcionarios de alta jerarquía de Corea del Norte visitaron Beijing y recibieron una reprimenda por la conducta de su país.

A diferencia de otras veces, ahora Xi Jinping y Park Geun-hyeemitieron una declaración conjunta sobre la importancia de una implementación fiel de las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que invocan la aplicación de sanciones a Corea del Norte, así como del acuerdo multilateral de 2005 que exige a los norcoreanos renunciar a sus programas de armas nucleares a cambio de beneficios económicos y diplomáticos. Además, ambos líderes demandaron que se reanuden las conversaciones a seis bandas sobre desnuclearización, que están suspendidas desde 2009.

Nadie sabe con certeza qué pasará después. Corea del Norte atemperó su retórica y su conducta, pero el régimen de Kim no da señales de estar dispuesto a abandonar el programa de armas nucleares, que considera esencial para su seguridad y su prestigio. Puede ser que en el largo plazo, el cambio económico y social ayude a resolver la situación. China sigue enfrentada al mismo dilema: si presiona demasiado en demanda de reformas, puede provocar el colapso del régimen de Kim.

En estas circunstancias, lo que pueden hacer Estados Unidos y Corea del Sur es dar pasos para garantizar a China que en caso de producirse dicho colapso, no aprovecharán la situación para desplazar tropas hacia la frontera con China. Las otras veces que Estados Unidos propuso tener conversaciones discretas para discutir planes de contingencia para el supuesto de una caída del régimen norcoreano, China no quiso ofender y debilitar a Corea del Norte. Pero ahora que el Gobierno chino busca modos de superar el dilema en el que está metido, puede ser que su próximo paso sea buscar una fórmula que permita discutir dicha eventualidad.

Joseph S. Nye Jr. es profesor en la Universidad de Harvard y autor del libro Presidential Leadership and the Creation of the American Era (El liderazgo presidencial y la creación de la era estadounidense). © Project Syndicate, 2013. Traducción de Esteban Flamini.

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