La poética del espacio

En los últimos diez años he vivido en diez casas distintas. Por orden: Sant Feliu de Llobregat, Castro-Urdiales, L'Hospitalet de Llobregat, el Clot, el Raval, Cervelló, Cervelló (otra casa), A Coruña, Esplugues de Llobregat y Sant Andreu de la Barca. En algunas de ellas solo he alquilado una habitación lo suficientemente amplia como para considerarlas, también, mi casa. Salvo en la de mis padres y en otra, en las demás casas he entrado a vivir teniendo clara una única cosa: dónde iría mi escritorio. He vivido en diez, pero he visitado otras tantas, y la condición indispensable es que en todo momento tuviera claro dónde iba a colocar mi escritorio. Escritorio que, por supuesto, no siempre he tenido. La mayoría de las casas o bien ya estaban habitadas, o bien ya estaban amuebladas. No importaba: siempre que tuviera clara la ubicación de la mesa de trabajo, me veía viviendo dentro.

Después de algún tiempo habitándolas, tarde o temprano he tenido la urgencia de cambiar los muebles de sitio, hacer una nueva distribución, comprar nuevas estanterías, ir a buscar un perchero de segunda mano a cualquier mercado, adornar las paredes, buscar cuáles son los rincones con más luz, poner un espejo de cuerpo entero en alguna pared, decidir si ordeno los libros o los voy colocando a medida que los compro, quitar todos los cuadros y sustituirlos o cambiar la orientación de la cama. Hace más de un año recogimos un secreter rojo, precioso, de la calle. Desde entonces, cuando entro en una casa, incluso cuando no la visito con intención de alquilarla o comprarla, intento saber dónde colocaría el escritorio... y el secretero, al que llamamos 'el mueble rojo'.

Llevo cinco años trabajando en casa, lo que significa que paso muchísimo tiempo en ella. No es ninguna queja, no me lamento: siempre me ha gustado y solo le veo ventajas, una vez acordada la disciplina y los tiempos conmigo misma. Algunos días ni siquiera piso el suelo de la calle, y desde que vivo en una casa con jardín --ya no solo voy coleccionando cuartos propios-- todavía menos. El campo de batalla se ha ido ampliando a medida que mi vida se ha ido volviendo más tranquila, más familiar. He pasado de tener un pequeño escritorio en una habitación a moverme por todas las estancias de la casa. Ahora ya no tengo una habitación para escribir, sino un estudio en la parte abuhardillada de arriba.

El orden me preocupa, más que la limpieza, que también. Si cuando me despierto tengo que estar pendiente de ordenar, limpiar, recolocar, buscarle sitio a algún objeto... no puedo escribir. Eso significa que la casa debe 'mantenerse sola', sin demasiado esfuerzo, y eso también significa que con el tiempo me he ido volviendo metódica para no tener que perder demasiado tiempo buscando cosas perdidas o dejando el gran orden para un solo día. Una vez establecidas ciertas normas de trabajo y conciliación, la casa es un estado mental o emocional más. Quizá por eso cuando escribo algunas historias, los lugares en los que se vive tienen una importancia vital. La casa en penumbra, la casa con jardín que se basta con la luz natural.

Hace apenas unas semanas recolocamos los muebles, los cuadros, cambiamos la cama de la niña, volvimos a decorar sus paredes y compramos algunas plantas más. No es nada nuevo en mí, en todas mis casas he acabado por hacerlo... pero esta vez es distinto. La inspiración, por decirlo de algún modo, no ha sido una repentina manía... la culpa la tiene 'El libro de las casas bellas'. Cuando Cristina Camarena me propuso colaborar con un relato en el monográfico, me estaba ofreciendo algo más: una invitación a 13 casas preciosas y estimulantes. Desde entonces vivo todavía más pendiente de mi casa, de cómo coloco ciertos muebles, de cómo juego con las partes vacías o con la luz. Han conseguido que una persona que piensa la casa y le da importancia al espacio, repiense si el escritorio está en el mejor lugar, si el mueble rojo no quedaría mejor en el lado opuesto del comedor o si debajo de la escalera no sería mejor inventar un pequeño altar de cosas importantes. Los cestos, cómo guardar la leña, el color de los cojines, las estanterías para los libros, la distribución del sofá para que la tele no sea siempre el centro de todos los salones. Las casas de Paula Bonet, Bateau Lune, Singulares magazine, Two Thirds, Lady Desidia, La Casita de Wendy, Black Oveja, Sonia Rayos, Verónica Moar, Rebeca Terrón, Fine Little day, Oye Deb y Pintameldia... fotografiadas por Montse Mármol son una invitación a 13 hogares. Y cuando cierres el libro, ya no verás tu casa igual.

Jenn Díaz, escritora.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *