La polémica inventada

Por Anjeles Iztueta Azkue, consejera de Educación, Universidades e Investigación del Gobierno vasco (EL PAIS, 10/11/03):

Nos enfrentamos a poderes muy fuertes. Poderes políticos que mueven los hilos de los mass media. Poderes que no escuchan, que no pretenden aclarar las cosas, poderes que demonizan lo que se salga del status quo. Poderes que utilizan las palabras con lenguas afiladas, acerinas. Estos días mucha gente me pregunta por las razones últimas de esta gran polémica desatada en torno a la circular encaminada a recibir como es debido la escolarización del alumnado inmigrante. He recibido insultos, porque es un grave insulto que te llamen nazi, racista, excluyente, totalitaria.

¡Que despropósito! Nada más lejos de mi actitud, de mi ánimo, de mi voluntad. Pero volvamos a la pregunta. Por qué. En Euskadi nos preguntamos por qué están empeñados en trastocar las cosas, en sacarlas de quicio. A qué viene que el Plan de Convivencia del Gobierno vasco se le denomine el Plan de ETA. A qué viene tanta manipulación, tanta tergiversación, tanto desprecio.

Cada vez somos más quienes lamentamos el concepto que el PP tiene de la política. Para empezar, los políticos tenemos que hacer propuestas políticas, para debatirlas, para discutirlas, para que la ciudadanía, puesto que estamos en un sistema democrático, diga lo que piensa no sólo a la hora de votar. Porque en un sistema democrático quien manda es la ciudadanía. ¿Por qué no reparan en escrúpulos éticos de ningún tipo? ¿Por qué lo miden todo en términos de rentabilidad política? Y ya se sabe, con los adversarios -¿o para ellos somos más bien enemigos?-, cualquier método vale con tal de que proporcione los resultados esperados. Y no vale.

Han conseguido que la chispa de la polémica sobre la palabra "inmigrante" sobrevolara durante un tiempo todos los informativos y las tertulias, que funcione la tenue llama para utilizarla contra un departamento del Gobierno vasco, contra el lehendakari Ibarretxe, contra los que ellos denominan "amigos de los terroristas" y "enemigos de España". Así que ésa es la respuesta. Su argumento es maquiavélico, pero muy simple. Si demuestran que el Departamento de Educación, Universidades e Investigación del Gobierno vasco califica de extranjeros al resto de los ciudadanos de España, entonces es que en nuestro ánimo está la independencia y la exclusión; luego, a pesar de que neguemos que el plan es secesionista, todas nuestras ideas son secesionistas, pues tratamos a los andaluces, a los castellanos, a los gallegos como extranjeros. Que venga Dios y lo vea. Que lo digan los castellanos, los gallegos, los andaluces de origen que hoy forman parte de Euskadi, que digan si el Gobierno vasco les maltrata o les ignora. Nada más lejos de la realidad.

Pero tú insulta que algo queda. Tienen razón quienes nos dicen que no importa lo que hagamos, pues para ellos y ellas todo estará mal hecho. Ya lo decía Larra en el siglo XIX: "En esta sociedad de ociosos y habladores nunca se concibe la idea de que puedas hacer nada inocente, ni con buen fin, ni aun sin fin". Sin embargo, ¿es mucho pedir que al menos se lean el Plan del Gobierno vasco y la circular de Educación, que en este caso son apenas tres folios? No podemos hacer política en base a los titulares machacones, a los sumarios y resúmenes de prensa. Hay que leer. Y cada día estoy más convencida que muchos de nuestros adversarios políticos no se han leído el plan Ibarretxe. "Ni falta que hace", les oigo decir a algunos. Así que tocan de oídas.

¿No eran ellos quienes decían que en democracia todo se podía discutir? ¿Por qué ninguno de su coro de contertulios les recuerda ahora aquellas sabias palabras? Quizás ésa sea la clave, las palabras. En estas últimas fechas se escuchan palabras inquietantes. Incluso en los rotativos norteamericanos se ha publicado ese run run que nos amenaza con aplicar el artículo 155 de la Constitución, que prevé la suspensión de la autonomía de Euskadi. Son los viejos aires de la dictadura. Los aires de la amenaza.

Dice Saramago, en relación al mundo, que basta la conciencia de lo que ocurre en un solo día para vivir el desaliento y la desesperación. Pero si hablamos de los insultos y los desprecios que ha recibido la propuesta política que hoy por hoy representa a la mayoría de los que votaron en Euskadi en las últimas elecciones autonómicas, podríamos hablar de otro tipo de desaliento. Sin embargo, seguiremos trabajando con toda la mesura, la entrega y la ilusión del mundo

Se lo dije el otro día a los oyentes del programa radiofónico de Carlos Herrera, que estaba convencida de que la educación está en el buen camino, y lo nuestro nos cuesta (un 30% del presupuesto). Eso es lo que vale, las convicciones y los valores. No lo que los otros quieren ver, desean ver. Es tiempo de fantasmas, están en plena campaña electoral, miran a La Moncloa con ansias de poder. Y todo vale. "Hay que darle 'al vasco', que así conseguiremos más votos". A finales de diciembre aprobarán la última reforma de la Ley de Extranjería, ¡menuda ley!, que, la vistan como la vistan, es una vergüenza... ¡Qué curioso que esta ley siempre se reforma cuando se avecinan campañas electorales!

Pero hay otra cuestión que nos inquieta a los que vivimos junto a los inmigrantes extracomunitarios. La manera en que esa palabra, inmigrante, se ha degradado -y no precisamente gracias a Le Pen- en estos últimos años, sino gracias a la política que practica el PP. Ay, las palabras. La cantidad de cosas que se dicen con sólo una palabra. 'Inmigrante' se ha convertido en un insulto en la Europa de hoy, como antes lo fue 'moro', 'negro', 'judío', 'turco'... Menos mal que les necesitamos, lo dicen hasta los grandes bancos. ¿Qué pasaría si no les necesitáramos? En el Estado hacen falta unos 200.000 al año. ¿400.000 'manos de obra'? No, 200.000 seres humanos. ¿Habrá que llamarles de otra forma? Tendremos que complicarnos la vida para que no se sientan insultados, aun a sabiendas de que cuando nosotros decimos 'inmigrantes' no les insultamos, que no insulta quien utiliza un tono cálido, tierno, de amigos. Insulta quien escupe la palabra. Quien levanta vallas verdaderas. Quien les devuelve narcotizados en una avión, como hizo Mayor Oreja. Quien les niega el derecho de ciudadanía y el asilo.

Es obvio que son inmigrantes, como lo seríamos nosotros si emigráramos a otra región o a otras partes del mundo. También es obvio que son seres humanos y, sin embargo... Hace tiempo que han pervertido las palabras: lo han hecho con democracia, derecho, libertad, justicia... También lo han hecho con la palabra 'vascos' y 'vascas'. Así que no utilizaremos otras palabras. Las haremos más nuestras que nunca sin ringorrango, pero en un acto de desagravio, con serenidad, como una plegaria, como una oración a las palabras. Querida palabra INMIGRANTE, entiende que cuando pronunciamos tu nombre lo hacemos con el respeto y la admiración debida, con un cariño verdadero, sincero, intenso.

Esa palabra, inmigrante, forma parte de este pueblo, los que se fueron, los que vinieron; así que la asumo con naturalidad, me hace más cercana a tantos cientos de miles de seres humanos de todo el planeta. Es parte de nuestra identidad. Querida palabra inmigrante, tienes, como la gente que ahora la representa haciéndola carne con su vida, mis brazos abiertos. Así que recojamos del suelo esa palabra, tan pisoteada, y carguémosla al hombro, junto a nuestro corazón. Y sigamos adelante. Algunos ladran, pero nosotros avanzamos suaves y decididos, como en una plegaria. Somos un pueblo pequeño que ofrece testimonio en sus gestos. Un pueblo pequeño que pervive para dar ejemplo. ¿Cómo enfrentarnos a las peores amenazas antes de que surjan? Con la fuerza del corazón, con esa convicción de intentar cada día lo intachable, y con las personas que sostienen el buen sentido de las palabras que tienen alma propia. Como la palabra inmigrante. Es una luz que florece.