La política como espectáculo

Decía hace poco un Barack Obama canoso al final de su mandato que ser presidente es un trabajo serio que no se parece nada a presentar ni participar en un 'reality show'. «Se trata de hacerlo bien y no actuar para obtener más atención mediática. A veces significa tomar decisiones difíciles aunque a la gente no le guste». El presidente norteamericano respondía así a una pregunta sobre la carrera electoral republicana y el ruido que está armando el polémico Donald Trump. Visto desde este lado del océano, el comentario de Obama bien podría explicar la parálisis que vive nuestro país tras las elecciones del 20 de diciembre.

La transición de nuestro sistema político en los últimos meses podría resumirse así: hemos pasado del espectáculo de la política -caracterizada por la perplejidad ciudadana ante la corrupción, mediocridad y desbordamiento de los partidos tradicionales ante una gravísima crisis- a la política del espectáculo, capaz de entretener pero no de dar soluciones. Una cosa es fomentar el acercamiento ciudadano a las instituciones -tan necesario por cierto-y otra hacerlo a base de dividir y atacar, con tal de subir la audiencia, en un momento en que solo los grandes acuerdos nos pueden dar un gobierno estable.

La 'nueva política', que cristalizó en el Parlamento más fragmentado que jamás hayamos tenido, iba a traer bajo el brazo un nuevo tiempo de reformas profundas -de la Constitución incluida- que algunos ya bautizaron como segunda Transición. Íbamos a vivir también nueva cultura política, sin miedo al pacto y ajena al sectarismo típico de los partidos tradicionales. La coalición sería a partir de ahora nuestra forma natural de gobierno, como lo es en la mayoría de países europeos. La verdad es que el mapa político ha cambiado pero nuestra cultura política, a pesar de la llegada de nuevos jugadores, sigue siendo la misma.

En la raíz de la parálisis para formar gobierno está la concepción de la política como espectáculo en la que se encuentran particularmente atrapados los nuevos jugadores. Pablo Iglesias y Albert Rivera pasaron del amor en los platós de televisión antes de las elecciones a los discursos excluyentes típicos de la viejos partidos en el Congreso. Es más fácil debatir bien que tomar decisiones difíciles de las que habla Obama, pensando primero en el país y después en el partido.

A Rivera le salva al menos su pacto con Sánchez. Pero, ¿no es algo infantil este juego de querer reunirse o no con ciertos actores mientras se agotaba el tiempo de evitar otras elecciones? La política de la exclusión está peligrosamente instalada y se acentuará en la nueva campaña. Podemos habla de pacto transversal pero su límite es el PSOE -¿qué queda de aquella idea de superar el eje izquierda-derecha?-. Ciudadanos no quiere saber nada de Podemos y Sánchez se niega a cualquier entendimiento con el PP, aunque sea para decirle a Rajoy que no habrá acuerdo mientras no limpie su partido.

Irresistible mencionar aquí el caso de Pablo Iglesias, producto de la telegenia y de esta era de la instantaneidad que nos divierte, informa y devora a partes iguales. Hace tiempo llegó a afirmar que «los verdaderos parlamentos son los platós de televisión». Después dijo que las negociaciones para formar un gobierno deberían ser retransmitidas en 'streaming', frivolidad de la que no se supo más. Hace unos días, dijo: «Una noticia antes que informar tiene que vender, si tiene que vender, el enfrentamiento vende mucho más que el diálogo». Comentario que nos lleva a preguntarnos por el papel de los medios de comunicación en esta agitada política del espectáculo.

¿Son los medios culpables de la política del espectáculo? Las nuevas formas de ejercer el periodismo, informando al minuto y con debates en donde la velocidad exige resumir argumentos hasta el límite y posicionarse en contra o a favor no son el marco más favorable para facilitar acuerdos. Los medios no son tampoco ajenos a nuestra cultura política, poco amiga del pacto y el consenso. Pero el liderazgo para cambiar la dinámica corresponde sobre todo a los líderes políticos. En todo caso, ¿no hubiera vendido la noticia de un pacto de gobierno en tiempo de descuento?

El británico 'The Times' ha anunciado que de ahora en adelante 'solo' actualizará su página web cuatro veces al día, salvo que se produzca un evento de espectaculares dimensiones. La decisión refleja la voluntad de poner algo de sosiego en la velocidad informativa, muy pertinente en España. Quizá podríamos exigir a los partidos: informen tres veces por semana, cuando haya avances. Hablen menos en público y dediquen más su tiempo a entenderse en una aburrida sala de reuniones, lejos de focos, pero pensando primero en el país.

Carlos Carnicero Urabayen, analista político.

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