La política de paz de Turquía

Turquía avanza hacia territorio político desconocido luego del fracaso del Partido gobernante de Justicia y Desarrollo (AKP, por sus siglas en inglés) para mantener su mayoría parlamentaria en las recientes elecciones generales del país. Las decisiones de Turquía en cuanto al establecimiento de un nuevo gobierno serán esenciales para delinear el futuro de su democracia. Asimismo, la siguiente administración podría tener un papel decisivo en una serie de procesos de paz cruciales para generar estabilidad en todo Medio Oriente.

Antes que nada, en Turquía tiene lugar un proceso de paz con su propia población kurda. Dicho proceso consiste fundamentalmente en redefinir el Estado unitario y secular creado en 1923. Cualquier persona en la nueva república que no fuera objeto de clasificación explícita de una minoría reconocida oficialmente debía fusionarse en una nueva identidad turca.

Sin embargo, lo anterior no resultó como Atatürk lo planificó. Los kurdos se ciñeron rápido a su propia identidad étnica. Al final, la eliminación del lenguaje y cultura kurdos desencadenaron una insurgencia brutal, encabezada por el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, por sus siglas en inglés) que costó al país más de 30,000 vidas humanas.

Se debe reconocer que el presidente, Recep Tayyip Erdoğan, tuvo el valor de lanzar un proceso de paz abierto con el PKK en 2013. Desde entonces dicho proceso ha traído avances que hace algunos años habrían sido impensables. Con todo, hay medidas clave que se deben tomar para alcanzar una paz duradera.

Resolver integralmente el asunto sobre la minoría kurda en Turquía será un elemento clave para la estabilidad del país y su posible entrada a la Unión Europea. De otro modo, ya se pueden prever escenarios en los que las fuerzas de la desintegración que ahora enturbian el vecino Levante mediterráneo se propaguen a Turquía cuyas consecuencias serían inimaginables.

El éxito del Partido Democrático del Kurdistán (HDP, por sus siglas en inglés) al ganar el 13% del voto en las recientes elecciones –porcentaje muy por arriba de la base de votantes del partido– debería estimular la confianza de los kurdos y facilitar el avance del proceso de paz. Sin embargo, el Partido de Acción Nacionalista (MHP, por sus siglas en inglés) de extrema derecha, tuvo muy buenos resultados en las elecciones, en las que obtuvo 16% de los votos. Esto tal vez se explica por la gran oposición a una apertura hacia los kurdos. En efecto, incluso Erdoğan, con la clara intención de frenar el avance del MHP, recurrió a campaña retórica, que desembocó en la alienación de muchos votantes kurdos.

La prioridad para cualquier gobierno en Turquía debería ser completar el proceso de paz iniciado por Erdoğan. Y Erdoğan debería entender que su legado puede definirse por el fracaso o éxito de dicho proceso.

El segundo proceso de paz que está en riesgo es el nuevo intento de unificar Chipre, que fue dividido a partir de su colapso constitucional en 1963 y de la invasión de Turquía en 1974. En efecto, es extraño que la capital de un país miembro de la UE esté dividida por una zona muerta que ha sido patrullada durante décadas por tropas de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas.

La continua división de Chipre está imposibilitando las negociaciones de Turquía para entrar a la UE así como la creciente cooperación necesaria entre la UE y la OTAN. Sin embargo, ahora en el mandato del presidente, Nicos Anastasiades, y el recién electo presidente del norte de Chipre, Mustafa Akinci, hay una verdadera posibilidad, después de años de estancamiento, de lograr un acuerdo que pueda reunificar la isla. Las negociaciones respaldadas por las Naciones Unidas han adquirido un nuevo e importante impulso.

Sin embargo, un acuerdo de paz no será posible sin un apoyo claro del gobierno turco. La postura de la nueva administración será por ende crítica: Turquía tiene mucho que ganar si respalda una solución en Chipre; pero también puede retomar viejos hábitos y echar a perder esta oportunidad única.

El tercer proceso de paz tiene que ver con la relación entre Turquía y Armenia, que al mejorar ayudaría a crear las condiciones para un acuerdo de paz entre Armenia y Azerbaiyán. Un acuerdo ambicioso se firmó entre Armenia y Turquía en Zúrich en octubre de 2009. Sin embargo, fuerzas regionales más grandes al final obstaculizaron los avances, entre otras, la intervención rusa fue decisiva.

Mantener un conflicto estancado con Armenia no es parte de los intereses de largo plazo de Turquía o de cualquier otro Estado en la región. Los bloqueos actuales y enfrentamientos militares podrían en algún momento conducir a una rebelión violenta en el Cáucaso meridional cuyos efectos para Turquía serían muy negativos. El próximo gobierno debería retomar el enfoque adoptado en Zúrich –y el gobierno de Armenia debe hacer lo mismo.

El cuarto proceso de paz con consecuencias más inmediatas tiene que ver con Siria. Turquía ha tomado una postura firme y de principio contra el régimen del presidente, Bashar al-Assad, y generosamente ha aceptado a más de un millón de refugiados. Sin embargo, los riesgos que plantea el conflicto actual, en particular, las tensiones propias de Turquía, no deberían minimizarse.

Todos los actores clave tienen el interés común de preservar el Estado sirio pero se busca cambiar su régimen. Un colapso total, propiciado por esfuerzos de imponer una solución política mediante la fuerza militar, conduciría probablemente a consecuencias catastróficas para las siguientes décadas, y Turquía sería la más afectada. Así pues, la nueva administración de Turquía debería estar lista para entablar un diálogo constructivo junto con los Estados Unidos e Irán, para encontrar posible soluciones.

La tarea inmediata para Turquía es borrar viejas divisiones y establecer un gobierno de coalición funcional. De otra manera, elecciones nuevas –y por ende incertidumbre política nueva– serán inevitables. Por estas razones los amigos de Turquía deberían aprovechar esta oportunidad para recordar a los dirigentes del país lo que está en riesgo –para Turquía y para la paz en la región.

Carl Bildt was Sweden’s foreign minister from 2006 to October 2014, and was Prime Minister from 1991 to 1994, when he negotiated Sweden’s EU accession. A renowned international diplomat, he served as EU Special Envoy to the Former Yugoslavia, High Representative for Bosnia and Herzegovina, UN Special Envoy to the Balkans, and Co-Chairman of the Dayton Peace Conference. He is a member of the World Economic Forum’s Global Agenda Council on Europe. Traducción de Kena Nequiz.

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