La política de tierra quemada

Maite Pagazaurtundúa Ruiz, Presidenta de la Fundación de Víctimas del Terrorismo (ABC, 01/08/05).

EL Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo (8-12-2000) aportó fuerzas e instrumentos renovados para hacer frente al entramado Batasuna-ETA. Lo distinto no era el terror o la capacidad de asesinar, sino que desarrollaban una táctica que buscaba paralizar a quienes hacían política y generaban opinión pública, para lograr el desistimiento del Estado y de la sociedad española. Ahora bien, también había avanzado el conocimiento del fanatismo de la identidad nacionalista vasca y sus potenciales víctimas habían decidido no ser invisibles y exigían al Estado de Derecho una reacción democrática que atacara todas las fuentes de la persecución.

No gustó, lógicamente, este pacto, a los nacionalistas vascos que habían abrazado el frente de Lizarra, pocos meses después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, y que lo hicieron tras negociar con ETA el aislamiento de PP y PSOE en el verano de 1998. El frente de Lizarra, por resumir, venía a ser el intento de unir el cese del terrorismo etarra a soluciones políticas más nacionalistas para el País Vasco. No debería olvidarse que los etarras fueron los que liquidaron Lizarra cuando el PNV no pudo seguirles el ritmo de exigencias independentistas. El Preámbulo del Pacto por las Libertades recuerda que los constitucionalistas debimos defendernos solos en aquellos años porque nos fallaron quienes debían haber caminado junto a nosotros, aquéllos que se dejaron llevar por la posibilidad de obtener ventajas políticas y poder, con una dosis, incluso, de candidez, si es que les asistía la consideración de que así podría terminarse el ciclo del terrorismo vasco.

Han pasado muchas cosas desde entonces. Hace poco más de un año, el 11-M nos mostró otro rostro cruel y destructor del fanatismo de la identidad, el integrista islámico, y a pesar de la primera reacción de médicos, sanitarios, policías, psicólogos y tantos ciudadanos -incluida la Casa Real- volcados en la asistencia y el cariño hacia los afectados, las víctimas no han contado con el consuelo de una clase política unida. Les han asistido las administraciones públicas y muchos ciudadanos anónimos y empresarios relevantes. Sin embargo, les quedará la amargura de que en la Comisión de Investigación que se desarrolló en el Congreso de los Diputados lo que menos pesó fueron las personas mutiladas, las asesinadas y sus familias, frente a la política de dureza extrema y de tierra quemada entre dos bandos, el PSOE con sus nuevos aliados, lospartidos nacionalistas periféricos e IU -que tanto habían denostado el Pacto Antiterrorista- y el PP.

El shock del 11-M parece haber sacado los peores demonios de la política española y tal vez ha sido así porque no estábamos preparados ideológicamente para analizar ni el fundamento ni la estrategia del terrorismo islamista. Tal vez, mejor dotados en el campo de las ideas no se habría encarnizado tanto la lucha del poder, que es legítima y sustancial a los grandes partidos políticos. Sin caer en el angelismo y sin pensar en que se pueda dar en nuestro país el ejercicio político como en un club de caballeros, donde la argumentación de las ideas propias excluyera la descalificación del contrario e incluyera el respeto profundo al distinto, tal vez, con mayor conocimiento sobre los mecanismos profundos del fanatismo de la identidad que practican las células islámicas, tal vez, sólo tal vez, no habrían saltado la mayor parte de los parapetos de lo razonable políticamente hablando.

Hay muchos que creen que si no hubiera pobres y explotación no habría terrorismo. O sin dramáticos errores en política internacional. Pero en Sharm el Sheij se atacaba hace pocos días la prosperidad turística de Egipto, una vez más, ¿o es que hemos olvidado el asesinato del presidente de Egipto, Anuar el Sadat, tras los acuerdos de Camp David y tantos atentados contra el turismo egipcio? El terrorismo etarra, por poner otro ejemplo, es un terrorismo burgués y cuando algún proyecto totalitario triunfa, como pasó en Afganistán, aumentó la pobreza y la brutalidad sobre la vida de los hombres y las mujeres. Este tipo de percepción podría ser fruto de la mala conciencia porque sabemos que en los países ricos consumimos de forma desproporcionada, derrochando y contaminando y criando niños consentidos y adictos al consumo. Ahora bien, el fanatismo que lleva a matar tiene sus propias reglas y son anteriores a las injusticias, a las religiones y a los sistemas políticos como refleja Amos Oz cuando dice que «el fanatismo es más viejo que el islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Más viejo que cualquier Estado, gobierno o sistema político. Más viejo que cualquier ideología o credo del mundo. Desgraciadamente, el fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera». Y Amos Oz considera que la esencia del fanático tiene que ver con un desvivirse por los demás, por su salvación, su pureza, la verdad, de una forma patológica. En los fanáticos reside el deseo de poder absoluto con verdades absolutas sobre los demás.

La conclusión más importante de lo anterior es que no podemos aplacarles con concesiones y que la propia democracia es nuestra fortaleza interior. Debemos actuar sin concesiones y sin otros atajos antidemocráticos, porque el fanatismo y el sectarismo se pueden contraer fácilmente, «incluso al intentar vencerlo o combatirlo», como apunta con sagacidad Amos Oz. Ante retos de esta envergadura la política es preeminente para articular la respuesta social y aunque no sea posible llegar al club de caballeros, la política española no debe consolidar la realidad castiza del cuadro de Goya, la de los dos hombres enterrados en el barro hasta las rodillas, armados de garrotes, dispuestos a ver sólo aquello que en cada momento ofrece algún tipo de ventaja política, utilizando la inteligencia para sustentar análisis parciales y sesgados que degradan la opinión pública, alejan a muchos ciudadanos de las institucionesy alimentan a los másproclives al forofismo político.

Los retos ante los que nos enfrentamos son demasiado relevantes como para que continúe la política de tierra quemada entre los dos grandes partidos españoles.