La política exterior equivocada de Alemania

La canciller alemana Ángela Merkel suele navegar por la política con la vista –y es una vista muy corta, por cierto. Pero cuando la niebla oscurece la visibilidad y no se es un conductor instintivo (como parece ser el caso) y no encuentra uno sus lentes, no sólo se pone en peligro a sí mismo, sino también a los demás.

Este escenario resume la política exterior de Alemania en Libia. El daño consiguiente para Alemania y su postura internacional es evidente: nunca había estado el país tan aislado. Ha perdido su credibilidad ante las Naciones Unidas y el Medio Oriente; sus posibilidades de ser miembro permanente del Consejo de Seguridad se han esfumado para siempre; y realmente debe temerse lo peor para Europa.

La Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, que autorizó la actual misión para proteger a los libios, contó con la aprobación explícita o tácita de las cinco potencias que tienen derecho de veto. También tuvo el apoyo de la mayoría del Consejo, de la Liga Árabe y de la Organización de la Conferencia Islámica, y en la operación militar participan abiertamente dos Estados árabes.  Entonces, ¿qué más necesitaba el gobierno alemán para respaldar la intervención?

¿De qué sirve hablar de multilateralismo? ¿De qué sirven los grandilocuentes discursos de los líderes alemanes sobre dejar el ejercicio del derecho internacional al Consejo de Seguridad si Alemania se niega a apoyar una resolución para proteger a los ciudadanos libios de un régimen brutal que se vale de todos los medios a su disposición para luchar por su supervivencia? De nada. Son palabras vacías. Y eso no se olvidará ni en la región, ni en la ONU ni entre los amigos de Alemania.

Todo lo que puedo decir es que me siento avergonzado por este fracaso del gobierno alemán y –desafortunadamente—por los líderes de los partidos de oposición rojo y verde que al principio aplaudieron este escandaloso error.

La política exterior no se trata únicamente de dar una buena imagen en el escenario internacional y después concentrarse en las próximas elecciones internas. Significa asumir la responsabilidad de tomar decisiones estratégicas difíciles aun cuando no sean populares en casa.

Y por favor no me mencionen las abstenciones en el Consejo de Seguridad de Rusia y China, que constituyeron una renuncia a su veto y por lo tanto un apoyo de facto que permitió la intervención. Por el contrario, la abstención de Alemania se ve simplemente como un “no” porque no tiene veto y también es un miembro esencial de la Unión Europea y la OTAN.

No sé qué estaba pensando el ministro de relaciones exteriores alemán, Guido Westerwelle. Tomó partido acertadamente por los movimientos árabes que buscaban la libertad, viajó –ya que se había resuelto la cuestión—a la Plaza Tahrir del Cairo para recibir sus aplausos y luego pidió con razón el derrocamiento de Kaddafi y su entrega a la Corte Penal Internacional, para después acobardarse cuando llegó la hora del voto en el Consejo de Seguridad. Los motivos no tienen nada que ver con una política exterior ética ni con los intereses alemanes o europeos.

Se nos dice que la situación en Libia es muy peligrosa; el gobierno alemán no quiere caer en una situación que puede empeorar y que le obligue a la larga a enviar tropas en medio de una guerra civil. Pues si les asustan las situaciones difíciles, no participen en el gobierno, porque de lo que se trata es de lidiar con todo tipo de situaciones difíciles.

Claro que la misión en Libia es arriesgada. No se sabe quiénes serán los nuevos actores locales ni cuál será el futuro del país. Pero  la alternativa – un baño de sangre organizado por Kaddafi para restablecer su control de Libia– no es algo que se pueda contemplar seriamente.

Libia no es Afganistán ni Iraq. Alemania y otros países europeos fueron a Afganistán como muestra de solidaridad con una potencia de la OTAN –el principal garante de nuestra seguridad, los Estados Unidos—después de que fue atacada desde ahí el 11 de septiembre de 2001. Y la solidaridad dentro de la OTAN –un término que se evita actualmente en los círculos oficiales alemanes—es mutua: si se ve obligada a velar por sí misma, un día Alemania podría encontrarse en una situación muy precaria.

Y Libia tampoco es Iraq, donde la potencia occidental dominante, los Estados Unidos, inició una guerra por razones ideológicas y en contra de la mayoría del Consejo de Seguridad, una guerra destinada a terminar en un desastre, que fue lo que ocurrió.

En todo caso, tal vez debería compararse a Libia con Bosnia. Parece que el gobierno de Merkel ha adoptado la posición del Partido Verde Alemán de esa época. Pero, si bien el rechazo de la intervención militar humanitaria tuvo un elemento de tragedia en ese caso, la conducta actual de Alemania es pura farsa.

Como en el caso de los Balcanes, las costas del otro lado del Mediterráneo son parte de la zona inmediata de seguridad de la Unión Europea. Es ingenuo plantear que el miembro más populoso de la UE podría y debería no participar en una situación de crisis en una región en la que Europa y Alemania tienen tantos intereses inmediatos en cuestión de seguridad. ¿Cuáles cree el gobierno alemán que serían las consecuencias de que Kaddafi conservara el poder, tanto en términos humanitarios como de Realpolitik?

El daño colateral a la política exterior de la UE también es significativo. De todos los países, Alemania – a la que casi podría llamarse la inventora de la Política Exterior y de Seguridad Común Europea – ahora ha asestado a esa política el golpe más peligroso que ha recibido hasta la fecha. De ahora en adelante, el principio de “coalición de los países dispuestos” también se aplicará en la UE, lo que debilitará más a Europa.

Y si se mira la conducta de Alemania con respecto a Libia a la luz de los quejidos y vacilaciones relacionados con las consecuencias para Europa de la crisis financiera, no podemos menos que preocuparnos por el futuro tanto del continente como de la OTAN. Alemania parece estarse encerrando en un provincialismo introspectivo en un momento en el que su potencial e incluso su liderazgo se necesitan más que nunca. Desgraciadamente, podemos olvidarnos de eso.

Joschka Fischer, ministro de relaciones exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005, fue líder del Partido Verde Alemán durante casi 20 años. Traducción de Kena Nequiz.

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