Este verano ha sido para Italia un verano complicado. Como italiano, no recuerdo una crisis en pleno mes de agosto. Una tormenta previsible, debido a la formación de un Gobierno entre dos fuerzas políticas muy distintas, los Verdes (Lega) y los Amarillos (Cinque Stelle). Dos partidos con visiones contrapuestas pero unidos en ser populistas, antisistema, contrarios a los partidos tradicionales y nacionalistas. Un movimiento Cinque Stelle primer partido con mas del 32% del voto y fuerte en el Sur, área económicamente complicada y constantemente subvencionada, y la Lega (ex Lega Norte), ya presente en toda Italia con el 17% del voto, pero muy concentrada en el norte, territorio de emprendimiento y de mucha más riqueza. Los resultados de las elecciones del 2018 y el éxito de Cinque Stelle y Lega, los dos partidos que más crecieron en votos, determinó la formación de un Gobierno que se autoconsideró revolucionario. Los Cinque Stelle propusieron a un desconocido profesional, el abogado Giuseppe Conte, como presidente del Consejo de Ministros, candidatura que la Lega aceptó y que recibió el visto bueno del presidente de la República. Nace así el primer Gobierno Conte, con dos vicepresidentes y al tiempo ministros, Luigi Di Maio, capo de los Cinque Stelle, y Matteo Salvini, capo de la Lega.
Los dos representantes políticos firman un contrato donde conviven las iniciativas banderas de los dos partidos, antitéticos en términos estratégicos, como por ejemplo el Rédito de Ciudadanía (Cinque Stelle) y la Flat Tax (Lega). El presidente Conte se presenta como garante de este contrato entre opuestos. Se crea en el Parlamento entonces un Gobierno con una mayoría absoluta, gracias a una ley electoral medio proporcional y medio mayoritaria. Pero el Gobierno desde su inicio evidencia contrastes y un tira y afloja en las decisiones, con una fuerte fricción sobre las inversiones en infraestructuras, sobre la inmigración -argumento clave del ministro de Interior Salvini- y con un enfrentamiento con la UE sobre el tema del programa, del presupuesto del Estado y del déficit. Mientras tanto, en las pasadas elecciones europeas se invierten los porcentajes de votos entre la Lega (34%) y Cinque Stelle (17%). A partir de ahí se vuelven más fuertes los desencuentros. Ursula Van der Leyen es elegida con el apoyo de los Cinque Stelle en oposición a la Lega, posicionada con los críticos de Europa. Como acto final, en junio los Cinque Stelle votan, en contraste con la Lega, en contra de la inversión de una importante infraestructura entre Italia y Francia, el tren de alta velocidad. No obstante estos constantes enfrentamientos, Di Maio y Salvini niegan que haya una voluntad de romper el Gobierno. Hasta que en muy pocos días Salvini decide que es la hora de oficializar la crisis y pedir unas elecciones. Como siempre, los protagonistas de la política se olvidan de que Italia es una república parlamentaria, por lo que antes de ir a las elecciones el presidente tiene que valorar si existen en el Parlamento mayorías alternativas. La crisis encuentra a los Cinque Stelle muy debilitados en los sondeos, y por lo tanto son contrarios a unas elecciones que pueden reducir a la mitad sus parlamentarios. El gran desencuentro se formaliza en el Parlamento con una bronca de Giuseppe Conte a Matteo Salvini, el anuncio de dimisión del primer ministro y en unas intervenciones de los grupos parlamentarios de izquierda (PD y Leu), lideradas por el exprimer ministro Matteo Renzi , orientadas a rechazar la hipótesis de elecciones e intentar una nueva posible mayoría con los Cinque Stelle, hasta entonces enemigo suyo. Ante la posible composición de una nueva mayoría parlamentaria, Salvini intenta dar marcha atrás para volver con los Cinco Stelle, decepciona así al electorado de la Lega sin conseguir su objetivo, porque la confianza con Conte y Di Maio ya está rota. Llegados a este punto, el presidente de la República impone a los Cinque Stelle y al Partido Democrático una hoja de ruta cerrada para la eventual formación de un Gobierno. Y tras algunos días de negociaciones llega el acuerdo que parecía imposible y nace así nace el Ejecutivo Conte 2.
El nuevo Gobierno se fija los siguientes objetivos: Una renovada y constructiva relación con la UE y una revisión del pacto de estabilidad. La reducción del número de parlamentarios y una nueva ley electoral. Una política más orientada a las exigencias de los ciudadanos. Desarrollo de una economía circular y verde. Un empuje a la economía con la reducción de impuestos a empresas y trabajadores. Una revisión de los decretos sobre inmigración, según las indicaciones del presidente de la República.
Con el nuevo Gobierno, tras las tensiones políticas y la preocupación de que un retraso en la maniobra económica podía determinar el aumento del IVA, se produce una reducción de la prima de riesgo italiana, mejores expectativas en el entorno empresarial y una positiva valoración de Europa hacia Italia con el velado ofrecimiento -también merced a la difícil situación económica alemana- de una mayor flexibilidad en la formulación del próximo presupuesto del Estado.
Parece que Salvini se equivocó en muchas cosas, de entrada el momento que eligió para desatar la crisis política. Tampoco consideró la posibilidad de otra mayoría y no supo construir relaciones internacionales con Europa, preocupado solo en ir creciendo electoralmente con constantes desafíos y amenazas como si fuese la oposición a todo en Italia y en Europa. Al final, después de toda esta parafernalia Italia tiene un nuevo Gobierno Rojo (PD-Leu)-Amarillo (Cinque Stelle). ¿Será el Conte 2 un buen Gobierno? Lo veremos. El Partido Democrático se juega su futuro. Por ahora, el resultado es que el movimiento antisistema Cinque Stelle ya es parte del sistema, ya gobierna con un partido tradicional hasta ahora adversario como el PD. La relación con Europa mejora y Conte ya no es solo el garante de un contrato, sino un mandatario con poderes plenos, que utiliza tonos institucionales, equilibrado y con una muy buena imagen internacional, a pesar de las tensiones con Europa de su primer Gobierno.
La conclusión es que Salvini ha demostrado su límite político. Su comportamiento y sus planteamientos equivocados han permitido que ahora se forme un Gobierno muy de izquierda, pero por lo menos no totalmente populista, debido a la presencia del PD como elemento de equilibrio. Ahora cabe esperar que a las declaraciones del nuevo Gobierno sigan medidas sensatas y que el acuerdo no vuelva a romperse, posibilidad siempre posible. Por el momento parece que los italianos, después de tantos meses de tensiones nacionales e internacionales, esperen de este nuevo Gobierno una mayor estabilidad. La mayoría de los ciudadanos ya estamos cansados de insultos, gritos, amenazas e incertidumbre. El grueso de los votantes del centro-derecha (Lega-Forza Italia-Fratelli d’Italia), que gobierna con éxito en muchas regiones, se identifica en la voluntad de bajar los impuestos o de mejorar la gestión de la inmigración del líder de la Liga, pero tengo muchas dudas de que compartan sus coloridas y discutibles performances.
El pueblo italiano es un pueblo moderado. A la larga, el populismo, el nacionalismo excesivo y el relato agresivo muestran sus límites y cansan. Lo estamos viendo claro también en otros países, donde crece el rechazo a los líderes intolerantes y egocéntricos. La gente quiere mejorar el sistema, no romperlo, quiere educación en las relaciones personales e institucionales, la búsqueda de concordia, el respecto de las exigencias de la sociedad, el sentido de Estado, la estatura internacional. La situación en general, y no solo en Italia, es compleja y se necesita trabajar todos juntos. Si existe la voluntad de colaborar por el bien común, las diferencias son un valor. Los extremismos dividen a la sociedad y no ayudan a resolver los enormes desafíos de este siglo XXI.
Giuseppe Tringali es vicepresidente del Internacional Advisory Board del IE.