La política italiana y el futuro de Europa

Hoy más que nunca, la Unión Europea necesita unidad para afirmar sus valores e intereses en una era en la que el liderazgo global de Estados Unidos está al borde del colapso, China está en ascenso, y Rusia oscila una vez más entre la cooperación y la confrontación con la UE. Dividida, la UE es un mero espectador impotente de la agitación geopolítica. Unida, puede desempeñar un papel global crucial, gracias a su exclusiva combinación de prosperidad, democracia, ambientalismo, innovación y justicia social. Pero que la UE recupere la unidad de propósito o se hunda en el desorden depende de lo que está ocurriendo en Italia.

El papel decisivo de Italia deriva de su posición en la divisoria geográfica entre la prosperidad de la Europa del norte y la crisis de la Europa del sur, y en la divisoria intelectual y emocional entre una Europa abierta y otra atrapada otra vez en el nacionalismo, el prejuicio y el temor. Italia también está en la divisoria política, con un nuevo partido insurgente, el Movimiento Cinco Estrellas (M5E), que comparte la escena política con la Liga (un partido derechista, xenófobo y antieuropeísta) y con el centroizquierdista Partido Democrático, europeísta pero muy debilitado.

En la elección parlamentaria del 4 de marzo, el insurgente M5E terminó primero, con un sorprendente 33% de los votos, contra 19% para el PD y 17% para la Liga. El significado de la fuerte victoria del M5E es tema de un acalorado debate en Italia y el resto de Europa.

En toda la UE, los partidos europeístas tradicionales de centroizquierda y centroderecha están perdiendo votos. Lo mismo que en Italia, partidos nacionalistas antieuropeístas como la Liga obtienen cada vez más votos, e insurgencias antisistema como el M5E (por ejemplo, Podemos en España y Syriza en Grecia) llegan al poder, o cuando no, arbitran el equilibrio de poder entre los grandes partidos tradicionales europeístas y los partidos nacionalistas antieuropeístas.

Los cambios en la política europea obedecen a tres razones. La primera, y tal vez la menos reconocida, es la política exterior desastrosa de Estados Unidos en Medio Oriente y África a lo largo de una generación. Tras el final de la Guerra Fría a principios de los noventa, Estados Unidos y sus aliados locales intentaron establecer una hegemonía política y militar en Medio Oriente y el norte de África, por medio de guerras de cambio de régimen lideradas por Estados Unidos en Afganistán, Irak, Siria, Libia y otros lugares. El resultado fue una situación de violencia e inestabilidad crónica que, al producir masivos flujos de refugiados hacia Europa, trastocó la política de un estado miembro de la UE tras otro.

La segunda razón es la falta de inversión en Europa, especialmente por parte del sector público, que ya es crónica. Bajo el ex ministro de finanzas Wolfgang Schäuble, una Alemania satisfecha y económicamente exitosa no permitió inversiones que condujeran al crecimiento de toda la UE, y convirtió la eurozona en una cárcel de deudores para Grecia y en una desesperanzadora zona de estancamiento para gran parte de Europa del sur y del este. Con una política económica paneuropea que se limitó a la austeridad, no es difícil entender por qué el populismo echó raíces.

La tercera razón es estructural. En Europa del norte hay innovación, pero en Europa del sur y del este en general no la hay, o al menos no a un ritmo que se le parezca. Italia está a medio camino entre los dos lados de Europa: dinamismo en el norte y malestar crónico en el sur (el Mezzogiorno). Es una historia vieja, pero también actual, que ayuda a explicar los elementos salientes de la política europea: el M5E fue victorioso sobre todo en el estancado sur de Italia.

Mis predilecciones políticas están con la socialdemocracia, y culpo a conservadores como Schäuble por arrojar a los votantes a los brazos de partidos populistas. Pero demasiados líderes de los grandes partidos socialdemócratas dieron a Schäuble un consentimiento tácito. También achaco a la canciller Angela Merkel y a otros líderes europeos no haber protestado con suficiente firmeza contra las guerras de Estados Unidos en Medio Oriente y el norte de África. La dirigencia europea tendría que haber planteado una oposición mucho más enérgica en Naciones Unidas a la política hegemónica de Estados Unidos en Medio Oriente, con sus catastróficos efectos, entre ellos desplazamiento de personas y flujos de refugiados a gran escala.

Los partidarios de una UE fuerte y vibrante (y yo soy decididamente uno de ellos) deberían alentar a los partidos insurgentes a que unan fuerzas con los debilitados partidos socialdemócratas tradicionales, para promover el desarrollo sostenible, la innovación y el crecimiento basado en inversiones y poner freno a las coaliciones antieuropeístas. O, como en Alemania, exhortar a la gran coalición de partidos de centroizquierda y centroderecha a que se vuelva mucho más dinámica y favorable a la inversión en el nivel europeo, tanto por sensatez económica cuanto para combatir el nacionalismo de extrema derecha. O, como en Francia, celebrar la amalgama de tradicionalismo europeísta e insurgencia expresada en el partido La República en Marcha del presidente Emmanuel Macron. Esos alineamientos europeístas dan a la UE tiempo para reformar sus instituciones, delinear una política exterior común e iniciar un crecimiento impulsado por la inversión y la innovación que reemplace a la austeridad y la indolencia.

Los partidos socialdemócratas tradicionales en general rechazan a los nuevos partidos insurgentes, a los que consideran populistas, irresponsables, oportunistas y deshonestos. Es lo que piensa en Italia el PD, cuyas principales figuras políticas se oponen a una coalición con el M5E. Es comprensible: los recién llegados propinaron una dura derrota al PD en las urnas (basada en gran medida en promesas populistas exageradas). Pero los socialdemócratas hicieron una oposición débil e incluso inexistente a la austeridad al estilo de Schäuble y a las irresponsables guerras de Estados Unidos. Para volver a triunfar en las urnas, como auténticos partidos progresistas, los partidos socialdemócratas tradicionales deben recuperar el dinamismo y la disposición a correr riesgos.

En Italia hay mucho en juego. Con una Europa política y geográficamente dividida, lo que suceda en Italia puede inclinar la balanza. Una Italia europeísta gobernada por una coalición entre el M5E y el PD podría colaborar con Francia y Alemania en la reforma de la UE; recuperar para la UE una voz clara en materia de política exterior frente a Estados Unidos, Rusia y China; e implementar una estrategia para un crecimiento basado en la innovación y respetuoso del medioambiente.

Para que esa coalición sea posible, es necesario que el M5E adopte un programa económico responsable y claramente definido, y que el PD acepte la posición de socio menor de una fuerza insurgente inédita. Una forma de generar confianza mutua sería que el PD se quede con el crucial ministerio de finanzas y el M5E designe al primer ministro.

No es extraño que Stephen Bannon, el completamente irresponsable exasesor del presidente estadounidense Donald Trump, haya volado a Italia para alentar al M5E y a la Liga a formar una coalición, algo que calificó como el “máximo sueño”, porque destruiría la UE. Eso debería bastar para recordar a los italianos la importancia de una coalición europeísta que rechace semejantes pesadillas lamentables.

Jeffrey D. Sachs, Professor of Sustainable Development and Professor of Health Policy and Management at Columbia University, is Director of Columbia’s Center for Sustainable Development and of the UN Sustainable Development Solutions Network. His books include The End of Poverty, Common Wealth, The Age of Sustainable Development, and, most recently, Building the New American Economy. Traducción: Esteban Flamini.

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