La precariedad de Grecia

La deuda externa ha condicionado la política del mundo desde tiempos inmemoriales. Felipe II no podía mantener cinco guerras simultáneas pero, sobre todo, no podía pagar a los banqueros europeos que las financiaban y no podía aumentar más los impuestos a sus súbditos. La relaciones entre Francia y el resto de Europa estuvieron marcadas por las deudas promovidas por las aventuras militares de Napoleón. Francia fue castigada a pagar más de lo que podía después de la derrota de Waterloo en 1815 y volvió a hipotecarse tras la victoria prusiana de 1871 que proclamó la unidad alemana en París.

Una generación después fueron los alemanes los humillados a pagar cantidades estratosféricas después de la Gran Guerra. El espíritu revanchista de los franceses convirtió a Alemania en un páramo del que saldrían las ideas que promovieron el nazismo y la Segunda Guerra Mundial. John Maynard Keynes formaba parte de la delegación británica en la Conferencia de París de la que salió el Tratado de Versalles. Escribió un breve libro, Las consecuencias económicas de la paz, en el que abogaba por mitigar a los alemanes el peso insoportable de la deuda.

En vez de discutir sobre las nuevas fronteras europeas y sobre los botines que podían arrebatar a los imperios caídos, se dedicaron a calcular las reparaciones de la Gran Guerra. Lo que debían haber hecho es cancelar todas las deudas y dedicarse a reconstruir un continente devastado.

Hitler suspendió los compromisos de Alemania con los países que ganaron la guerra de 1914. Pero a partir de 1945 y después de las desgracias y la barbarie provocadas por el nazismo, volvieron a plantearse las deudas no satisfechas de la primera guerra y las que se establecieron a partir de la segunda.

En 1953 se llegó a un acuerdo en Londres según el cual Alemania pagaría lentamente las deudas contraídas en los años veinte y treinta. En 1995, tras la unificación, Alemania decidió pagar todas sus deudas y no fue hasta el 3 de octubre de 2010 cuando se liquidaron todos los intereses de la deuda contraída hacía casi un siglo.

El Plan Marshall fue una inteligente decisión de Estados Unidos que emergió como la primera potencia mundial después de la guerra. Mantenían sus estructuras intactas, producían a gran escala y mantenían una acumulación de capital que convirtió al dólar en la moneda de referencia mundial. Se beneficiaron británicos, franceses, alemanes occidentales, italianos, belgas y holandeses pero los que más ganaron fueron los norteamericanos.

La deuda de los países ha existido y existirá siempre. Lo que ocurrió en los años noventa en América Latina fue un desastre que provocó situaciones catastróficas como las de Argentina. La responsabilidad la tuvieron los argentinos pero también los gerifaltes del Fondo Monetario Internacional que no quisieron o no pudieron controlar la lluvia de dólares prestados por varios países latinoamericanos. Al final tuvo que condonarse la deuda total o parcialmente. No tenía sentido.

La deuda contraída por Grecia es un problema que refleja la irresponsabilidad de los sucesivos gobiernos griegos pero también un descontrol de los acreedores pilotados por la troika que no supieron exigir transparencia a las autoridades de Atenas. Prestar sin ton ni son, sin exigir las reformas antes de que fuera demasiado tarde, forma parte también del cuadro de responsabilidades en la actual crisis de la zona euro y de la Unión Europea.

Es una evidencia que los gobiernos griegos de los últimos años no han sido responsables. Pensaban que la Europa del euro les podía financiar un modelo sin efectuar las reformas mínimas. La chulesca despedida del ministro Varufakis diciendo que “llevaré con orgullo el odio de los acreedores” me parece una simpleza. Los acreedores no tienen odio sino que quieren cobrar. Los griegos han pagado con creces su mal gobierno. Sólo hay que ver las colas ante los bancos que no tienen el dinero que recibieron de sus clientes.

Los que piensan que la crisis griega hundirá el euro o la Unión Europea tendrían que tranquilizarse. Lo que se va a imponer es una reforma, una más, sí, Europa se ha hecho así, con reformas, para que los países de la zona euro puedan resistir las turbulencias que vengan porque tendrán la solidaridad del resto.

Habrá que pasar de la austeridad al crecimiento. Grecia no puede pagar la deuda contraída. Tampoco España, Portugal, Francia o Italia. Habrá que pensar en quitas proporcionadas con el objetivo de deshacerse de la soga al cuello y dedicarse a producir y crear riqueza. Afortunadamente, la situación griega no deriva de las consecuencias de una guerra sino del mal gobierno y la frivolidad. También de la falta de control de los acreedores.

Para evitar más sufrimientos Europa tiene que ceder y Alexis Tsipras debe ser consciente de su extrema precariedad.

Lluís Foix

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