La prensa sigue enamorada de Obama

El amor ciego por Obama es la gran noticia de nuestro tiempo. ¿Ha disfrutado de una cobertura mediática tan favorable algún presidente en la Historia? Quizá Kennedy de forma pasajera; pero ningún otro desde entonces. En general, este enamoramiento no es sano para América. Nuestro sistema político funciona mejor cuando el presidente se enfrenta al escrutinio crítico de su gestión. En este caso, la vigilancia sobre Obama es modesta y proviene de los representantes del Partido Demócrata del Congreso, que en su mayor parte comparten sus fines, aunque no siempre sus medios. Los republicanos, carentes de dirección y confusos, no pueden ejercer una oposición eficaz. Y la Prensa -tanto en política nacional, como en política exterior- ha renunciado hasta el momento a su papel de observador escéptico de la realidad.

Obama ha despertado la lisonja colectiva. Este fenómeno comenzó durante la campaña (su principal víctima fue Hillary Clinton, no John McCain) y ha continuado desde que tomó posesión en enero. Así lo demuestran las conclusiones del estudio del Proyecto para la Excelencia en el Periodismo del Pew Research Center: «El presidente Barack Obama ha disfrutado de un seguimiento en los medios notablemente más favorable que Bill Clinton o George W. Bush durante sus primeros meses en la Casa Blanca».

El estudio examinó 1.260 informaciones y comentarios del Washington Post y New York Times; las cadenas de televisión ABC, CBS y NBC, la revista Newsweek y la web NewsHour en la PBS. Las noticias favorables a Obama (el 42%) eran el doble que las negativas (el 20%) mientras el resto eran «neutrales». El trato dispensado a Obama contrasta vivamente con la cobertura de los dos primeros meses de las Presidencias de Bush (las noticias favorables eran el 22%) y Clinton (el 27%). Al contrario que ambos predecesores, Obama es objeto de una cobertura muy favorable tanto en las secciones de información como en las de opinión. El contenido de las informaciones también ha cambiado. «El 44% de las noticias ha versado sobre la vida personal y el talento como líder del nuevo presidente, mientras que en el caso de Bush este tipo de informaciones sólo llegó al 22% y con Clinton al 26%. Así pues, según el informe, la atención mediática se ha fijado más en su vida personal que en su agenda política.

Cuando el Pew Rechearch Center amplió el análisis de campo a 49 medios -canales de cable, páginas web informativas, programas matinales, más cabeceras de prensa y la radio pública- los resultados fueron parecidos. Como era de esperar, la cobertura de la MSNBC (canal de noticias que emite por cable 24 horas) era favorable, la de Fox no. Otro estudio, difundido por el Center for Media and Public Affairs de la George Mason University llega a conclusiones parecidas.

Este enamoramiento colectivo importa porque los objetivos políticos de Obama son muy ambiciosos. Quiere ampliar los subsidios sanitarios, controlar férreamente el consumo energético y reformar de manera integral la inmigración. Proyecta la mayor ampliación de las competencias del Estado desde Lyndon Johnson. La Oficina Presupuestaria del Congreso sitúa el gasto federal en el ejercicio de 2009 rozando el 25% del Producto Interior Bruto (PIB), superior al 21% de 2008, y muy por encima de la media después de la Segunda Guerra Mundial.

¿Cuáles podrían ser las consecuencias imprevistas de la gestión de Obama? No todas estas reformas tienen el éxito asegurado; algunas provocan más problemas de los que solucionan. Las políticas económicas de Johnson, heredadas de Kennedy, demostraron ser desastrosas; condujeron a la estanflación de la década de los 70. La «guerra contra la pobreza» fracasó. La prensa no tendría que ser hostil con Obama, pero sí debería manifestar un sano escepticismo. Pero este distanciamiento crítico no aparece por ninguna parte. La idea de una noticia crítica con el presidente supone entrar en conflicto con los demócratas del Congreso y enfrentarse a un sector importante del electorado. Los asuntos de mayor calado son minimizados, a pesar de ofrecer motivos generosos de escepticismo.

Y ello a pesar de que la retórica de Obama roza la inconsistencia. Durante la campaña, dijo que iba a superar la bipolaridad política pero al mismo tiempo anunció una agenda netamente partidista. Es evidente que esto no es compatible, aunque él logró que fueran ciertas una cosa y su contraria. Ahora afirma que va a controlar el gasto sanitario al mismo tiempo que propone un mayor presupuesto público. Promueve la «responsabilidad fiscal» mientras los números evidencian gigantescos y continuos déficits presupuestarios. Los periodistas parecen confiar plenamente en sus declaraciones incluso cuando muchas de ellas tienen claramente un lado oculto.

La causa de este trato de privilegio no está muy clara. La Prensa suele guiarse en ocasiones por las encuestas de opinión, los presidentes populares tienen una cobertura favorable, y Obama es enormemente popular. Según el estudio antes citado, el grado de aprobación de su gestión alcanza el 63%. Pero el enamoramiento comenzó en la campaña, por lo que esta explicación es parcial en el mejor de los casos. Puede que la inquietud causada por la crisis económica haya desviado la atención de las implicaciones a largo plazo que tendrán el resto de sus medidas políticas. Pero la explicación subyacente podría ser más directa y más simple. A la mayor parte de los periodistas Obama les cae bien; admiran su dominio del lenguaje; supone un alivio después de Bush; coinciden con su agenda (de forma que nunca se les ocurre cuestionar las premisas básicas); y no quieren ver fracasar al primer presidente afroamericano. La Prensa se ha convertido en el mejor aliado de Obama en la sombra, y parece inmersa en un estado de ceguera propio de las personas enamoradas. Como era de esperar, el estudio sobre esta cobertura mediática tan favorable no gozó precisamente de una gran cobertura en la prensa objeto del análisis.

Robert J. Salmuelson, columnista de The Washington Post.