En una época de globalización no resulta nada raro que las identidades propias y diferenciadas se quieran defender y mostrar al máximo. Tanto como, también con idéntico esfuerzo, se quieren excluir todos los símbolos diferenciadores para ir a la búsqueda de una pretendida globalidad uniformadora. No creo que la azafata de tierra del aeropuerto de Heathrow y empleada de la compañía aérea británica British Airways Nadia Eweida, que fue enviada a casa por su negativa a quitarse un colgante con una cruz, haya tenido más problemas de los que hubiera tenido con un piercing o un tatuaje. Hace ya años que las azafatas de todas las compañías aéreas, como si fueran sacerdotisas de la religión del aire, van uniformadas y son elegidas también con los mismos patrones. Con un piercing o con un tatuaje no hubiera sido noticia por discriminación religiosa, pero también se habría ido para casa.
Por otra parte, entre nosotros, el símbolo de la cruz ya se ha independizado de la tutela religiosa y, más allá de ser un referente religioso, ha pasado a ser también un elemento decorativo tanto para la alta joyería como para la más baja bisutería. De la misma manera, la cruz, como uno de los logotipos más antiguos de la historia, igual la podemos encontrar estampada en una camiseta, al lado de la media luna, para identificar a un organismo internacional de ayuda humanitaria: la Cruz Roja. Ni todo puede quedar absolutamente cerrado dentro de la esfera religiosa ni todo puede ser erradicado del espacio público. He aquí el debate actual en Europa.
Es lo mismo que le ha pasado estos días a la profesora de la escuela inglesa de Dewsbury Aishah Azmi, que ha sido temporalmente suspendida de dar clase de inglés a los recién llegados por vestir dentro del aula el niqab, el velo que le tapa la cara y deja al descubierto solo los ojos. Fuera de los aspectos prácticos de dar clase de idiomas con la boca tapada, el caso también se ha mezclado con la cuestión de los símbolos religiosos.
En la búsqueda del punto medio en el que regular todo lo que, aun formando parte de la identidad personal, puede ser mostrado en el espacio público, hay que hacer muchas distinciones y una buena selección. En primer lugar, es conveniente, con todos los respetos, separar el grano de la paja o, mejor dicho, lo cultural o político de lo religioso. No se puede mezclar todo y ponerlo en el mismo saco. Así como en Occidente llevar una cruz a modo de colgante o estampada en una camiseta no significa ninguna afirmación religiosa de quien la lleva, en el caso del mal llamado velo islámico pasa lo mismo. El velo es mucho más cultural y preislámico que religioso, si bien es cierto que el Corán sacraliza la cultura de los países orientales donde ha echado raíces y aconseja a las mujeres que procuren por su dignidad externa. Así, hay países donde es obligatorio (Irán o Arabia Saudí) y otros en los que está prohibido (Turquía).
El problema lo tenemos entre nosotros. Porque mientras interpretamos que el velo es un signo religioso que muestra la sumisión de la mujer al hombre y que lo lleva por obligación, muchas chicas y mujeres de ascendencia árabe lo siguen llevando libremente con toda la satisfacción que conlleva el antiguo arte de la seducción femenina. ¿O es que nosotros ya hemos olvidado aquellas actrices de los años 60 con los pañuelos anudados bajo la barbilla y conduciendo descapotables? Para muchas mujeres orientales, más que símbolo de afirmación religiosa o de sumisión machista, hoy en día tanto el chador como el niqab forman parte de su atractivo femenino.
Por eso hay que ser prudentes y, más que luchar contra símbolos religiosos, muchas veces inexistentes, lo que nos conviene es explicar bien el porqué de nuestras normativas y prohibiciones. Ahora más que nunca, los países que hasta el momento habían resuelto la cuestión, tanto Francia como Gran Bretaña, deben ser más pedagógicos y deben explicar bien claramente las razones de las prohibiciones. Y estas deben ser muy argumentadas si no queremos perder autoridad. Junto a los valores culturales o religiosos, que siempre deben ser respetados, también deben ir creciendo otros valores que han de justificar claramente una necesaria regulación pública.
Por ejemplo, debe quedar muy claro que hay que quitarse el velo en el recinto cerrado de la escuela en razón de una muy buena calidad de la enseñanza. Como también hay que quitarse el velo en la fotografia del pasaporte o del carnet de identidad por razones de seguridad, pero no por ningún tipo de oposición ni cultural ni religiosa. Y las azafatas, como los cocineros o los futbolistas, quizá necesiten una normativa o un árbitro que regule cualquier tipo de colgante que salga del marco de la uniformidad de una aero- línea, de una cocina o del campo deportivo. La solución francesa --en Francia, en el 2004, se votó una ley que prohíbe utilizar en las escuelas simbología religiosa ostentosa-- tampoco ha sido ni muy clara ni muy pedagógica. ¿Qué significa ostentoso? ¿Hasta qué medida lo consideramos ostentoso? ¿Quién decide qué es ostentoso? Las razones públicas continúan pareciendo demasiado subjetivas. Tan subjetivas como lo son las causas que hacen que una persona tenga ganas de mostrar en público rasgos diferenciales de su propia identidad.
Francesc Romeu, sacerdote y periodista.