La Presidencia de la guerra

Por William Kristol, director de «The Weekly Standard» (ABC, 01/09/05):

«Durante las últimas décadas, los terroristas llegaron a creer que si atacaban con dureza a Estados Unidos, como en Líbano y Somalia, EE.UU. se retiraría y se echaría atrás... Así que ahora están intentando quebrantar nuestra voluntad con actos de violencia... Su objetivo es forzar nuestra retirada... Resistiremos la ofensiva. Remataremos el trabajo en Afganistán e Irak. Una retirada inmediata... sólo envalentonaría a los terroristas y crearía un escenario para lanzar más ataques contra Estados Unidos y los países libres. Mientras yo sea presidente, nos quedaremos, lucharemos y ganaremos la guerra contra el terrorismo». -George W. Bush en un discurso a los soldados de la Guardia Nacional y sus familias en Nampa, Idaho, 24 de agosto de 2005.

Había que pronunciar estas palabras. En vista de las contradictorias noticias que llegan de Irak y las señales encontradas de la Administración, algunos partidarios y subordinados del presidente se muestran vacilantes. Han negado que la guerra contra el terrorismo sea una guerra, o que Irak sea esencial para ella. Han rebajado la definición de éxito en Irak y, ya puestos, de la victoria en la guerra contra el terrorismo en general. Por suerte, el presidente dejó claro la semana pasada que no está por la labor de aceptar ese derrotismo. No busca salidas.

Otros sí que quieren buscarlas. El estratega republicano Grover Norquist, por ejemplo, declaraba recientemente a The New York Times: «Si Irak está en el espejo retrovisor en las elecciones de 2006, a los republicanos les irá bien. Pero si todavía sigue en el parabrisas, habrá problemas». Norquist reflejaba la gran inquietud del Partido Republicano en el Congreso con respecto a la guerra y sus implicaciones para 2006. Pero, ¿sería realmente posible situar la guerra de Irak en el «espejo retrovisor» para otoño de 2006 aunque iniciáramos la retirada ahora? En cualquier caso, lo que hizo Bush en Idaho fue eliminar el vínculo entre la política de guerra y las elecciones de 2006. Dejó claro que su horizonte temporal es 2008. El Congreso podrá preocuparse y protestar, pero Bush no va a permitir que la política exterior de EE.UU. se guíe por esas preocupaciones y quejas.

Mientras tanto, el estimable columnista George Will proclamaba también la semana pasada que las esperanzas que alberga Estados Unidos respecto a una democracia en Irak son «ilusiones» y que deberíamos tener cuidado de no «rebasar más nuestros límites». En concreto, señaló la insinuación realizada en The Weekly Standard hace unos siete meses de que nos planteamos bombardear instalaciones militares de Siria y/u ocupar algunas de sus ciudades fronterizas para impedir que los terroristas utilicen el país como un santuario desde el que entrar en Irak para matar a estadounidenses e iraquíes. No. Will dijo: «Las fuerzas estadounidenses ya tienen suficientes misiones de bombardeo y ocupación».

¿De veras? De ocupación, puede, pero ¿de bombardeo? ¿Tienen nuestras Fuerzas Aéreas demasiadas obligaciones en estos momentos? ¿Somos tan débiles que no podemos disuadir o castigar a Siria? Algunos partidarios de Bush, en especial quienes ya se inclinaban por un escepticismo hastiado del mundo, han llegado a convencerse de que ni podemos ni vamos a librar la guerra para ganarla. Ése es un problema para el presidente. La solución es explicar que tenemos una estrategia para ganar -no una estrategia de retirada- y alentar al Ejército a ser agresivo e imaginativo a la hora de llevarlo a cabo, y facilitarle todos los recursos necesarios para hacerlo.

El jueves 25, el día posterior al discurso del presidente, The Financial Times publicaba un artículo basado en una entrevista con el general de brigada Douglas Lute, director de operaciones del Mando Central estadounidense (Centcom). Lute, que todavía hablaba ciñéndose a viejos temas de conversación de Rumsfeld y pasó por alto lo dicho por el presidente, afirmaba que pretendemos retirar soldados de Irak durante el próximo año. «Creemos que, en algún momento, para acabar con esta dependencia de la... coalición, uno debe sencillamente retirarse y dejar que los iraquíes den un paso adelante».

Esto es librar una guerra como si fuera una reforma del Estado de Bienestar. ¿Es de verdad el problema con nuestros aliados y potenciales aliados en Irak que estén demasiado convencidos de que nos quedaremos? ¿No es más probable que ahora estén demasiado preocupados porque vayamos a irnos, lo cual generará una peligrosa dinámica en la que chiíes, suníes y kurdos creerán que deben valerse por sí mismos? Y, lo que es más importante, si Irak es el frente fundamental de la guerra contra el terrorismo, ¿a quién le importa la teoría de la dependencia? ¿No debemos derrotar a Zarqawi? ¿No debemos desalentar a los terroristas de Irak y de todo el mundo que, como decía el presidente, «quieren que nos retiremos»? Necesitamos ganar en Irak. No estamos haciendo un favor a nadie. Y, de hecho, las conversaciones privadas indican que los generales estadounidenses operativos sobre el terreno están convencidos de que podemos ganar si no retiramos a los soldados demasiado pronto y si desarrollamos unas tropas iraquíes que luchen hombro con hombro con las nuestras en lugar de pretender que puedan sustituirlas de inmediato.

Se han cometido verdaderos errores en la ejecución de la guerra en Irak, y durante los últimos meses se ha hecho un mal trabajo a la hora de explicar la guerra en Estados Unidos. En este último frente, el discurso del 24 de agosto es un buen comienzo. Ahora el presidente debe garantizar que su Administración lleva a cabo una política coherente con sus palabras, y también que a dichas palabras las sigan muchas más. Los presidentes en épocas de guerra deben explicar una y otra vez lo que está en juego. Deben mantener informado al país sobre el conflicto. Deben mantener alta la moral. Y deben hacerse con el mando para que la estrategia militar y política aspire a la victoria. El éxito de la Presidencia de Bush depende de su éxito como comandante en jefe. Lo mismo ocurre con el éxito de la política exterior estadounidense.