La presidencia de la innovación

La presidencia de la Unión Europea es un acontecimiento infrecuente en una Europa de 27 miembros. De ahí la importancia de que cada gobierno, en este caso el español, aproveche la oportunidad para dejar su marca en la construcción europea y presentar sus credenciales de liderazgo. Tiene razón Zapatero en que la gestión de la crisis económica es la tarea fundamental que tiene ante sí la presidencia española.

Pero las medidas de reactivación de la economía a corto plazo ya se han tomado en todos los países y sus frutos dependen de cómo reaccionen los mercados en el contexto de la economía global. El incremento del gasto público no puede ir mucho más lejos. El aumento del déficit no puede seguir financiándose con niveles de endeudamiento intolerables. La regulación financiera de parche que se podía hacer ya se ha hecho, y las medidas de fondo requieren una negociación en el G-20 que va para largo. Así que la principal contribución de la presidencia española a la salida de la crisis no se refiere al repunte económico en los próximos meses (que si se produce será el resultado de lo que ya se ha hecho), sino a la puesta en marcha de mecanismos que relancen la economía a medio y largo plazo con independencia de la restricción del crédito.

En efecto, lo que frena la economía es que el colapso del sistema de financiación mediante capital virtual ha secado las fuentes de préstamo de capital, porque las instituciones financieras tardarán tiempo en poner en orden sus cuentas y mientras tanto no arriesgan. La demanda se ha reducido por la crisis del empleo, la congelación de salarios y la tendencia de las familias (menos en Sevilla) a ahorrar más que a gastar en esta situación. Con restricción de la inversión y estancamiento de la demanda, ¿cómo puede crecer una economía? En teoría sólo hay una fórmula: mediante el aumento de la productividad sobre la base de la innovación. Producir más y mejor gracias a una mejor utilización de capital y trabajo. Pero ¿de dónde sale la innovación? De la aplicación de nuevo conocimiento al desarrollo de nuevos procesos y nuevos productos. O sea, de la conexión entre la investigación de universidades y centros de investigación y la actividad de las empresas. Una clave de esa conexión son las pequeñas y medias empresas impulsadas por emprendedores que se la jueguen y que reciban financiación de capital riesgo y soporte tecnológico y de gestión.

Para superar el conservadurismo de las instituciones financieras es necesaria una acción pública que actúe como capitalista de riesgo, distinto de subsidio. En fin, la conexión entre universidades y empresas, tanto pequeñas como grandes, es la piedra angular del proceso de innovación. Todo esto se sabe desde hace tiempo y múltiples programas europeos, desde la creación de Eureka en 1985, han ido por ese camino, con resultados desiguales.

Es el momento de retomar las riendas de una política de innovación como política central de salida de la crisis mediante la formación de un nuevo modelo económico donde la capacidad de innovación desplace a la creación artificial de capital como motor del desarrollo. De la Comisión Europea han surgido recientemente una serie de iniciativas en este sentido. La más significativa es la creación en mayo del 2008 del Instituto Europeo de Innovación y Tecnología (EIT, en inglés), una institución autónoma con sede en Budapest bajo la tutela del Consejo de Ministros de la UE y el Europarlamento. La misión del EIT es impulsar la colaboración directa entre universidades, centros de investigación y empresas en torno a proyectos innovadores que induzcan negocios rentables y de utilidad social. Funciona mediante redes de empresas y universidades localizadas en una ciudad europea y vinculadas a otras redes formadas en otras ciudades en torno a un programa de investigación, doctorado y proyectos empresariales en un ámbito concreto. Tras 15 meses de trabajo el consejo de gobierno del EIT aprobó el 16 de diciembre pasado las tres primeras KIC (knowledge and innovation communities)en tres temas estratégicos: cambio climático, sostenibilidad energética y tecnologías de información y comunicación para la sociedad futura. Cada una de dichas KIC incluye decenas de universidades y empresas coordinadas en red a lo largo de Europa, con una participación española importante en la KIC de energía sostenible. La gran mayoría de su financiación provendrá de las empresas que han apostado decididamente por el proyecto, integrándose sin problemas con la investigación universitaria, en contraste con la imagen dominante de la distancia entre los dos mundos. Aunque el proyecto es de gran dimensión, con cientos de millones de euros de inversión y decenas de entidades en cada KIC, es un programa experimental para servir de modelo a lo que se podría hacer en Europa. Aquí es donde la presidencia española,trabajando sobre un modelo ya en marcha, podría intervenir decisivamente, impulsando una política de innovación de nuevo cuño. ¿Cómo? Por un lado, proponiendo que se levante la arbitraria limitación impuesta por el Parlamento Europeo de no crear más de tres KIC antes del 2014 aunque la iniciativa funcione, como se ha demostrado. Pero, sobre todo, proponiendo nuevos programas sectoriales, por industria, por regiones, con un modelo similar, basado en las experiencias internacionales en la materia. La Estrategia Europea de Innovación en curso de elaboración en la CE avanza en ese sentido, pero no puede desarrollarse si el Consejo de Ministros no la asume como política común. No hay tantos temas donde Europa pueda fácilmente ponerse de acuerdo. Pero hay acuerdo sobre la prioridad de la innovación. Articular el conjunto de programas europeos de innovación en un proyecto común y darle impulso político podría ser una contribución decisiva a una construcción europea que tenga sentido para los ciudadanos. Y España tiene la oportunidad de liderar ese gran proyecto estratégico que de verdad supere la crisis y nos haga creer en un futuro común.

Manuel Castells