La presidencia imperial de Morsi

No es ninguna sorpresa que el presidente Morsi se haya otorgado amplios poderes e inmunidad frente a una supervisión de tipo legal.

Desde su victoria en las elecciones presidenciales de junio –cuando fue acogido jubilosamente por decenas de miles de egipcios que celebraban el acontecimiento en el lugar emblemático de las revueltas de la primavera árabe, la plaza Tahrir–, Morsi ha alcanzado escasos logros a la hora de aliviar las penalidades económicas del país o de fomentar la democracia en ciernes de Egipto. Por el contrario, se ha dedicado a moldear el panorama político y constitucional egipcio mediante la concentración del poder y la autoridad en sus manos.

Ahora bien, lo sorprendente del último decreto del presidente es la extensión de los poderes y atribuciones de que se ha investido como presidente del país. Morsi, realmente, se ha designado a sí mismo líder supremo de Egipto y la personalidad de la oposición Mohamed el Baradei le ha acusado de convertirse en un “nuevo faraón”.

Ninguna autoridad puede invalidar una decisión presidencial tomada por Morsi este año. Al igual que sus predecesores, los presidentes Naser, Sadat y Mubarak, Morsi ha creado una presidencia imperial, una presidencia que se sitúa por encima del imperio de la ley, la sociedad civil y el reparto del poder. Es una presidencia que socava los mismos cimientos del proceso democrático, la separación de poderes y la responsabilidad de los políticos; cuestiones, por cierto, que se hallan en el corazón de la “revolución” árabe y egipcia.

Los Hermanos Musulmanes, el partido islamista cuyo líder es Morsi, han elogiado su iniciativa describiéndola como algo necesario para “proteger la revolución y realizar la justicia”. El lenguaje nos remonta al periodo revolucionario de los años cincuenta y sesenta en vez de al momento constitucional de la post primavera árabe en Egipto.

El decreto de Morsi sobre un nuevo juicio del expulsado Mubarak y otros funcionarios del régimen anterior acusados de la muerte de manifestantes en el curso de las protestas el año pasado parece haber sido motivado por un deseo de aplacar la ira social por la impunidad de que han podido disfrutar hasta ahora.

A los partidarios de Mohamed Morsi les gustaría que creyéramos que necesitaba poderes extraordinarios para acelerar estos juicios, pero la inmunidad frente a una acusación o juicio con respecto a su persona guarda escasa relación con la justicia. Su acaparamiento de poder no hará más que intensificar las luchas y conflictos en Egipto, como se ha podido apreciar en fechas recientes. Ha echado gasolina a un fuego ya de por sí violento.

Las protestas han vuelto a las calles con toda su energía. Una coalición de inclinación progresista promete hacer frente a Morsi hasta que revoque su decreto. La judicatura se ha movilizado contra Morsi. Si el nivel de seguridad empeora, las fuerzas armadas podrían tomar cartas en el proceso político bajo el pretexto de salvaguardar la paz, lo cual representaría el golpe de gracia al momento constitucional del país animado por la revuelta egipcia.

El resultado y cuestión determinante es la siguiente: críticos y detractores han infravalorado a Morsi. Han infravalorado su sagacidad y perspicacia, su espíritu resuelto y sus dotes a la hora de concentrar el poder en sus manos. Cuando, hace unos meses, aisló a la vieja guardia militar de Egipto promoviendo a la joven oficialidad que encarna una nueva generación, muchos se sorprendieron de que de un solo golpe fuera capaz de desembarazarse del mariscal Mohamed Husein Tantaui y de sus comandantes.

Ahora Morsi ha adoptado una iniciativa decisiva en un momento crítico, justo después de negociar el cese el fuego entre Israel y Gaza y después de que Barack Obama le elogiara por su precisión, control y pragmatismo durante las negociaciones.

Los críticos le seguirán infravalorando, en todo caso, por su cuenta y riesgo. Lo que resulta indudable es que la iniciativa de Morsi tendrá costes sociales y políticos, suscitando el espectro de una mayor inestabilidad política que difícilmente puede permitirse Egipto.

Al ser elegido, Morsi declaró: “No poseo derechos, sólo responsabilidades… Si no estoy a la altura, no me obedezcáis”. Es posible que ahora sienta que le persiguen sus propias palabras.

Fawaz A. Gerges, director del Centro sobre Oriente Medio, London School of Economics. Traducción: José María Puig de la Bellacasa

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