La Primavera Árabe y la psicología de masas

En 1896, el psicólogo social Gustave Le Bon advirtió a sus contemporáneos acerca de los peligros que plantean las multitudes humanas, con las siguientes palabras: “es necesario, o bien llegar a una solución de los problemas presentados por su psicología, o bien resignarnos a ser devorados por ellas”. Ahora que en todo el mundo árabe se suceden protestas espontáneas que toman desprevenidos a los movimientos políticos organizados, los dirigentes de las nacientes democracias de Túnez, Egipto y Libia deberían prestar mucha atención a la advertencia de Le Bon.

Desde que multitudes de personas tomaron las calles de Túnez, El Cairo, Bengasi y otras ciudades árabes y derribaron regímenes que se habían mantenido en pie por décadas, espectadores y analistas se hacen la misma pregunta: ¿hacia dónde va el mundo árabe? Pero en su pregunta suele estar implícita solamente la dimensión política de estos acontecimientos: ¿quiénes son los líderes, cuáles son las demandas?

En realidad, la persistencia, la intensidad y la frecuencia de las protestas (de las que sirve de ejemplo lo sucedido en septiembre en Bengasi, cuando miembros de las milicias locales mataron al embajador estadounidense en Libia, J. Christopher Stevens) demuestran hasta qué punto la cultura y la psicología de masas determinarán el curso futuro del mundo árabe. Tras décadas de gobiernos autoritarios, los ciudadanos, cansados de instituciones desprestigiadas y partidos políticos paralizados, empezaron a usar las redes sociales para organizar la resistencia civil.

Por eso, los países alcanzados por la Primavera Árabe se enfrentan ahora a contextos políticos que dependen más de la dinámica de masas que de la acción de movimientos políticos o ideológicos auténticos. De hecho, mucho de lo que está sucediendo en el mundo árabe se puede explicar en términos de psicología de multitudes.

Una multitud es lo opuesto de una organización: no depende de jerarquías rígidas, sino que suele seguir a individuos no situados en una escala formal. A diferencia de los movimientos políticos, las multitudes tienden a formarse espontáneamente y en poco tiempo, igual que las nubes negras se juntan para formar una tormenta, y sus objetivos son inmediatos: sitiar este destacamento policial, tomar de rehén a aquel ministro, etcétera. En la “política de multitudes”, las emociones suelen tener primacía sobre los objetivos.

Tal vez el primer país árabe que experimentó esta clase de política fue Líbano. Después del asesinato del primer ministro Rafic Hariri, en febrero de 2005, la Plaza de los Mártires del centro de Beirut se llenó de multitudes convocadas por diversos partidos políticos.

Pero en algún momento, los grupos estructurados cedieron el protagonismo a multitudes no organizadas que se convertirían en una fuerza dominante de la política libanesa. De hecho, las dos coaliciones políticas en pugna en Líbano, la Alianza del 8 de Marzo y la Alianza del 14 de Marzo, deben sus nombres a sendas reuniones multitudinarias ocurridas en esas fechas del año 2005.

La experiencia libanesa revela el desacuerdo que hay entre la psicología de masas y los objetivos de las élites políticas que acuden a apoyarlas, un conflicto que también ha podido apreciarse en la plaza Tahrir de Egipto, en Sidi Bouzid (Túnez) y en Trípoli (Libia), cuyas sedes parlamentarias fueron asaltadas por multitudes varias veces a lo largo de los últimos meses. Este desacuerdo amenaza con hacer descarrilar los incipientes procesos democráticos de estos países, debido a una creciente competencia entre lo que Le Bon llamó “soberanía de las masas” y la soberanía de las élites políticas.

En estas condiciones, el desafío real al que se enfrentan los países de la Primavera Árabe (al menos en lo inmediato) no es ideológico sino institucional. Los gobiernos deben hallar el modo de impedir que pequeños grupos utilicen el efecto de la multitud como capital político para hacer valer más el tamaño de una multitud que los resultados electorales. Pero se trata de un desafío con cuyo manejo las instituciones democráticas tradicionales (por ejemplo, los partidos políticos, los parlamentos y las comisiones de consulta) no tienen experiencia.

Las redes sociales son tanto parte del problema cuanto de la solución. A diferencia de lo que sucedió en Europa del Este a fines de los ochenta y principios de los noventa, las multitudes de la Primavera Árabe son el primer ejemplo de un movimiento que se formó en Internet antes de salir a las calles. La Primavera Árabe, siguiendo los pasos del Movimiento Verde de 2009 en Irán, marcó el inicio de la era de las “cibermultitudes”, reunidas, movilizadas y organizadas a través de las redes sociales.

Pero las redes sociales también pueden ser instrumentos eficaces de desmovilización, al reducir la distancia psicológica y de poder entre los dirigentes políticos y las masas. La nueva clase política debe comprender mejor la política de las cibermultitudes y aprender a aprovechar el poder de herramientas como Facebook, Twitter, YouTube, los blogs, las aplicaciones móviles y los mensajes de texto.

En Estados Unidos, los encargados de las campañas electorales del presidente Barack Obama reconocieron esta oportunidad y usaron ampliamente las redes sociales para comunicar mensajes políticos y para alentar y movilizar a sus partidarios. Una vez en el cargo, Obama lanzó la aplicación móvil de la Casa Blanca, una herramienta cuyo objetivo es dar a los ciudadanos un nuevo modo de conectarse con la dirigencia en Washington y que incluye actualizaciones sobre acontecimientos de actualidad, información sobre iniciativas administrativas y acceso a transmisiones en vivo y fotos de alta resolución de lo que sucede en la Casa Blanca.

Comprender la política de las cibermultitudes también puede ser beneficioso para las empresas privadas. Una investigación de Quy Huy y Andrew Shipilov, profesores en la Escuela de Negocios INSEAD, comprobó que el uso de las redes sociales permite a los líderes empresariales crear en sus empleados lo que se ha denominado “capital emocional”. Esto los ayuda a establecer y mantener vínculos humanos con grupos grandes de personas a pesar de las diferencias jerárquicas, y al mismo tiempo ayuda a los empleados a identificarse con la organización.

Para las nuevas élites políticas del mundo árabe, la lección es clara: no pueden ignorar la dinámica de masas. La observación cuidadosa de las redes sociales permite interpretar lo que allí sucede igual que las nubes preanuncian las tormentas. Si se detecta a tiempo la formación de una multitud tempestuosa, se podrán hallar soluciones para disgregarla antes de que su tamaño se imponga sobre la fragilidad de las nuevas instituciones.

Sami Mahroum is Academic Director of Innovation and Policy at INSEAD. Traducción: Esteban Flamini.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *