La primera fuente de riqueza

La primera fuente de riqueza
Paula Andrade

Ha habido un tiempo en el que estuvo muy difundida la opinión de que la industria no era un sector especialmente relevante. Eran muchos los que pensaban que era preferible poner la fabricación o manufactura en manos de países subdesarrollados, con un menor coste de mano de obra, y disfrutar de las mayores rentas, que según consideraban, se derivarían de una economía de servicios.

Nadie pareció prever que, al final, los subdesarrollados se convertirían en desarrollados y aprovecharían las ventajas que brindaban ambos sectores: servicios y manufactura. Es más, en algunos países, se consideró que el apoyo estatal a la industria era innecesario, con la acción empresarial bastaría. Sirva de ejemplo el hecho de que el Tratado de Roma (1958) hablase de la importancia de la política industrial y, sin embargo, las primeras disposiciones de relieve al respecto de la Unión Europea sean de 2005.

Las revoluciones industriales se han ido sucediendo a lo largo de los últimos doscientos años. Las cuatro que se identifican en nuestro tiempo se han caracterizado por la aparición y desarrollo de una tecnología que afecta a todos los sectores de la economía. Estas tecnologías son fruto de la creatividad humana, de su obediencia al mandato de dominar la naturaleza.

Todas las revoluciones industriales han afectado a la estructura social, a las relaciones humanas, al modo de vivir la vida, a la educación, a las familias. La primera se relacionó con el uso de la máquina de vapor, que sustituyó el esfuerzo muscular en las fábricas y también con el telar de lanzadera automática, que disminuyó de modo importante el número de trabajadores en el sector textil; la segunda, con el uso de la electricidad, que hizo posible el transporte de energía a grandes distancias y también asistió a la redacción de los tratados clásicos de organización de empresas, que fundamentan los modelos de gestión empleados en nuestros días; la tercera, con el empleo de los ordenadores electrónicos y de las telecomunicaciones, que facilitaron la obtención y análisis de multitud de datos; la cuarta, la que vivimos hoy, que utilizando técnicas digitales simplifica los métodos de diseño, mejora la automatización y utiliza robots capaces de aprender.

La industria es un gran agente de transformaciones económicas y sociales. La industrialización provoca la disminución del número de personas empleadas en la agricultura y el aumento de las empleadas en los servicios. Las manufacturas, la parte más sustancial del sector industria, suelen significar el 20 por ciento o más del PIB de los países avanzados.

Una industria floreciente tiene impactos, como los siguientes, sobre la economía de cualquier país:

- El carácter multiplicador de la actividad industrial. Cada puesto de trabajo en la industria induce varios en los otros sectores. Entre uno y cuatro, según algunas estimaciones.

- La industria da lugar a más altos salarios, al incluir actividades de mayor valor añadido.

- Las crisis afectan menos a los países que tienen industria, provocan menos desempleo, menos caída del comercio. Sus economías son más estables frente a la adversidad.

- La mayor parte de los gastos de investigación y desarrollo (I&D), motor importantísimo del progreso, son realizados por la industria.

- La mayor parte de la exportaciones están compuestas por productos industriales, en muchos casos, por piezas, que se integran en un producto final.

- Las compañías industriales se entrelazan en las denominadas cadenas de valor o conjunto de actividades necesarias para conseguir un producto completo. Las actividades de las cadenas pueden estar situadas en distintas regiones o países. Se crea así una gran interdependencia, a la vez que una gran competencia por crear nuevos productos. La fabricación de automóviles es un claro ejemplo de ello.

- La industria induce altos niveles de educación. Sirvan de ejemplo los correspondientes, en tanto por ciento del PIB, a Corea del Sur (7,6 por ciento), Dinamarca (7,1 por ciento), USA (7,2 por ciento); Israel y Noruega (7.3 por ciento).

- La industria ha sido el origen de los modelos de gestión excelente.

Se estima que el 51 por ciento del PIB mundial manufacturero se reparte entre cinco países: China (23,5 por ciento); Estados Unidos (16,2 por ciento); Japón (8,9 por ciento); y Alemania (6,3 por ciento). China es la mayor potencia exportadora de bienes industriales del mundo. Son líderes, por la complejidad tecnológica de sus exportaciones, Corea del Sur, Alemania y Japón.

La situación en la Unión Europea es dispar, como muestran las siguientes cifras, correspondientes al tanto por ciento del PIB del Sector manufacturas: Irlanda (24 por ciento); Eslovaquia (22 por ciento); Alemania (22 por ciento); Italia, Finlandia y Suecia (15 por ciento); España (13 por ciento); Francia y Reino Unido (10 por ciento). En la actualidad la media en la UE es de un 15 por ciento de su PIB.

La preocupación de las autoridades europeas por la situación de su industria se refleja muy bien en el contenido del Manifiesto Franco-Alemán, de 2019, que suscribió España, y en el que se dice que el futuro de la economía europea dependerá de manera muy importante de su capacidad para seguir siendo una potencia industrial y manufacturera. Los europeos tendrán que elegir entre unir sus fuerzas para defender su industria o perderla paulatinamente.

La Comisión Europea ha propuesto a sus países miembros que impulsen un crecimiento del sector manufacturero hasta el 20 por ciento PIB, apoyando su estrategia industrial en tres pilares: una inversión masiva en innovación; una adaptación del marco regulatorio europeo; unas medidas efectivas de autoprotección. La UE tendrá éxito si es capaz de defender sus tecnologías, sus empresas y sus mercados.

El camino para crear industria es el apoyo al empresario mediante políticas industriales agresivas y permanentes, en focalizar el gasto público en aquello que crea empleo y bienestar.

Andrés Muñoz Machado es doctor ingeniero industrial.

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