La Primera Guerra Mundial del islam

El mundo actual es una colección de mapas que fueron pero que ya no son, de creencias que se ven todos los días ampliamente rebasadas por la realidad y de un factor de imprevisibilidad que no por anunciado deja de producir un verdadero terremoto interno y externo, sobre lo que está pasando.

Desde la Primera Guerra Mundial y la caída del Imperio otomano, los ingleses con un plan absolutamente preconcebido hicieron en la Península Arábiga —incluida la antigua Persia—, todo un esquema destinado exclusivamente a controlar el petróleo y a producir falsos gobiernos en la zona.

Primero fue la caída del petróleo en una extraña confluencia de factores que, sin duda alguna, terminó beneficiando —y mucho— a los países industrializados.

Segundo, nunca habíamos asistido a un espectáculo como el que hoy tenemos de un presidente de los Estados Unidos enfrentado, más allá de toda lógica de la discrepancia que siempre fue permanente, al primer ministro de un país que es clave en el rompecabezas de Medio Próximo, pero también en la relación entre el mundo árabe y Occidente como lo es Israel.

Los intereses de los dos países están por encima de los dos hombres y al final del día, no importa que ellos se quieran o se odien, lo único relevante es dar el paso siguiente en la defensa de los intereses que hay en juego.

Lo que está en juego es muy sencillo: desde hace muchos años, desde la OLP, desde esa sala de laboratorio y experimentación de la relación árabe con el mundo occidental, desde 1948, hemos asistido a un fenómeno de absoluta desviación de los verdaderos ejes del poder.

Desde la primera guerra árabe-israelí tras la independencia hasta la llegada de Jomeini es un mundo (que ahora es fácil ver) en el que en el fondo, pese al terrorismo, era un mundo de guerra casi de juguete.

Es sólo a partir de la llegada de Jomeini y la entrada de los chiíes controlando el golfo Pérsico o al menos intentándolo, cuando se produjo realmente la confrontación seria dentro del mundo árabe.

Durante esos años la relación con Israel y el conflicto árabe-israelí permitió hacer de los Estados Unidos el eje frontal al cual atacar. Además, durante un tiempo se unieron los extremismos suníes y chiíes frente a un enemigo común que era la gran potencia americana.

Ahora, la guerra toca a la puerta del coloso económico y militar de la zona, Arabia Saudí.

Los hechos de Yemen dan un panorama completamente inédito que nunca nadie imaginó ni siquiera en los albores de Imperio otomano que se podría dar.

Si los chiíes conquistan Yemen, no solamente se habrán situado en las puertas de Arabia Saudí y ejercerán una gran presión sobre el mundo suní y sufí, sino que básicamente después de Yemen viene Sudán, y Sudán es, junto al delta del Nilo, la clave del control de la zona porque en la moderna teoría del dominó, inmediatamente después y como pieza segura viene Egipto.

No sé si Irán tendrá las armas nucleares pero sé que con Yemen consolida un gran bloque que da otro mapa de poder que ni siquiera Balfour o el propio Hitler soñaron.

Ahora ya no son guerras de escala entre Jordania e Israel, actualmente hay que entender la nueva geoestrategia de la zona basada en dos hechos fundamentales: primero, en una repetición de la vieja historia como no se había visto desde la época del profeta Ismael, los chiítas, la minoría que de verdad es, según ellos, fiel al islam y representa la pureza del pensamiento se enfrenta al 80% de los sunitas que niegan completamente la legitimidad.

Si Irán tiene a Irak, Libia, Líbano y Yemen se convierte en el poseedor del golfo Pérsico, pero sobre todo tiene la posibilidad desde la misma puerta del corazón del sofismo y de todo lo que hoy entendemos y de los equilibrios económicos y energéticos de atacar cambiando todas las reglas del juego.

Es solo cuestión de tiempo saber quién disparará primero, si el misil de Riad a Teherán o de Teherán a Riad.

Mientras tanto, todos los Emiratos Árabes Unidos y todos los países del Golfo están ya en una guerra en la que al final del día, lo único cierto es que así como pensábamos que el debate entre el comunismo y el capitalismo estaba en el Muro de Berlín, cuando donde de verdad estaba era en China, ahora, este nuevo mundo -con el que Occidente no es capaz de encontrar una salida satisfactoria o eficiente de la relación con el mundo del islam- venimos a una situación en la que sólo un conflicto generalizado entre religiones puede calmar las aguas y definir cuál será el modelo que primero, premie sobre lo que ya era el sueño de Laurence y una de las razones por las que entró y salió de la Historia, me refiero a la nación árabe, y segundo, el Estado Islámico no quiere un país sino una nación. Y tercero, los suníes y los chiíes coinciden en algo, la pureza religiosa está por venir.

En medio de toda esta crisis la figura del presidente de los Estados Unidos resulta troncal para entenderla.

El mundo árabe ardió con toda su primavera entre otras razones por el célebre discurso que el 4 de junio de 2009 Obama dio en la Universidad de El Cairo. Además, cuando todos en el mundo le pidieron que interviniera en Siria contra el dictador Bachar el Asad, se negó; esa circunstancia, más la retirada total del ejército estadounidense de Irak, le dio una fuerza insospechada al Estado Islámico.

Y finalmente, en medio de todo ese proceso, Obama se pone a negociar con Irán al mismo tiempo que pelea con Bibi Netanyahu. La política estadounidense pareciera ser que por las mañanas apoya a Siria y a Irán y por las noches debe luchar contra Irán para defender a Arabia Saudí.

El mundo árabe y el islam nunca hubieran llegado hasta aquí sin lo que implica Estados Unidos, es decir, sin Afganistán y sin el 11-S, pero ahora mismo la única manera de salir de esta situación es que Barack Obama defina una política que hoy por hoy es sumamente contradictoria, por lo que debe decantarse. Es momento de que decida ya sea por el acuerdo histórico con Irán y así entregarle el control de todo el golfo Pérsico y Oriente Próximo o bien, ayudar a Arabia Saudí contra los chiíes y encontrar la manera de cambiar unas monarquías y unos regímenes que ya no son capaces de sostenerse por sí mismos como demostró la primavera árabe.

Antonio Navalón

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