La primera victoria de Obama

Estados Unidos es uno de los países que más invierten en investigación médica –con capacidad para captar investigadores de excelencia en el resto del mundo– y de los que disponen de mejores hospitales. Sin embargo, su gasto sanitario (en porcentaje del PIB) es del 16%, apenas superior al de España (15,35%) e inferior al del Reino Unido, Francia y otros países europeos, y su esperanza de vida (79,1 años) es la misma que la de Grecia y queda por debajo de otros países desarrollados como Japón (82,7), Islandia y Suiza (81,7), Australia (81,2), Italia (81,1), Francia (81,0), Suecia (80,8), España e Israel (80,7), Canadá (80,6) y Noruega (80,5), entre otros. Esta disparidad entre, por un lado, investigación y excelencia de algunos centros hospitalarios y, por otro, una, comparativamente, baja esperanza de vida encuentra su explicación en el sistema sanitario y en la capacidad de presión de los lobis relacionados con las industrias farmacéuticas, con las compañías de seguros y con algunos destacados profesionales de la medicina.

El sistema de cobertura sanitaria en Estados Unidos presenta un déficit histórico que la reforma sanitaria de Barack Obama, aprobada anteayer en el Congreso, trata de paliar. Este ha sido, sin duda, uno de los caballos de batalla por el que llevaban más tiempo pugnando los sectores no conservadores del Partido Demócrata. Lo intentaron Bill y Hillary Clinton, fue la obsesión del desaparecido senador Ted Kennedy, y, mucho antes, fracasaron en el empeño varios presidentes. En efecto, hasta la actual ley, el sistema de cobertura sanitaria en EEUU no se parece en absoluto a sus equivalentes europeos. De hecho, la cobertura pública, en cuya financiación participan el Gobierno federal y los estados, solo está garantizada, parcialmente, en el caso de los pobres y de los jubilados mediante dos organismos (Medicaid y Medicare) que, en conjunto, cubren poco más de la cuarta parte de la población total. El resto se vehicula a través de compañías de seguros privadas (menos del 10%) o de los seguros de empresas. En total, esto supone menos del 60% de la población total y, muchas veces, con fuertes restricciones: límite en los gastos clínicos y en medicamentos, exclusión de determinados tratamientos, no aceptación de clientes con problemas de salud, etcétera. Por último, algo más del 15% del total de la población carecen de seguro médico, de tal manera que oenegés de profesionales de la sanidad ofrecen consultas itinerantes gratis que tienen una gran aceptación entre este colectivo desprotegido.
En el caso de los seguros privados, sucede que los asegurados con primas más bajas se encuentran a menudo en la disyuntiva de tener que priorizar determinados tratamientos por encima de otros relacionados con enfermedades o accidentes menos graves. No es extraño, pues, que países con una red sanitaria privada –o pública– más barata y accesible, pero eficaz, reciban enfermos estadounidenses para su tratamiento. Además, los lobis farmacéuticos negocian al alza los precios de los medicamentos, lo que los hace muchas veces inasequibles para los usuarios con menos recursos y es bastante frecuente que aquellos que tienen familia en otros países se desplacen o se hagan enviar medicamentos que en EEUU no pueden adquirir.
La reforma sanitaria de Obama pretende poner fin, parcialmente, a este estado de cosas. Por una parte, introduce el seguro médico obligatorio que deberán sufragar los propios asegurados, individualmente o a través de los seguros de empresas, que, en el caso de las familias con menos recursos, contarán con ayudas estatales para hacer frente a los costos del seguro. En segundo lugar, las compañías aseguradoras deberán renunciar a algunos de sus privilegios como poner límites al costo del tratamiento clínico, cancelar pólizas cuando el asegurado contraiga una enfermedad grave o no aceptar niños con patologías previas. En tercer lugar, se mejorará la financiación de Medicaid y Medicare para que puedan ampliar la cobertura a un mayor número de personas con escasos recursos económicos. Por último, tras el pacto alcanzado a última hora con los demócratas antiabortistas, no se incluye en la reforma sanitaria el uso de dinero público para financiar el aborto, excepto en los casos extremos (malformaciones, violación, incesto…).

Obama ha conseguido poner en marcha una reforma sanitaria que marca un antes y un después del 21 de marzo del 2010. Extiende la cobertura a 32 millones más de ciudadanos, aunque deja todavía fuera a casi 15 millones. El sistema no es todavía homologable a la cobertura sanitaria pública de la mayoría de los países de la UE, pero es un paso importante en la normalización de un sistema sanitario que no está a la altura de la capacidad económica de EEUU. Estamos ante la primera gran victoria de Obama que, con esta reforma, ha conseguido sacar adelante uno de los principales puntos de su programa electoral y empezar a cerrar un déficit histórico que venía planteándose sin éxito por diversas administraciones desde el final de la segunda guerra mundial.

Antoni Segura, catedrático de Historia Contemporánea de la UB.