La primera vuelta al mundo frente al viaje a la Luna

Este año celebramos dos efemérides que tienen muchos puntos en común: los 500 años de la primera vuelta al mundo y los 50 de la primera llegada a la luna. Ambas hazañas tuvieron un mérito indudable, ambas cambiaron el mundo tal como se conocía en ese momento, ambas supusieron y demandaron un formidable avance tecnológico, ambas demandaron buenas dosis de heroísmo, tenacidad y sacrificio (que incluyeron pérdida de vidas humanas), ambas fueron impulsadas por una gran potencia económica y política, en pugna y competencia con otra por el liderazgo global (España y Portugal por el dominio de la ruta de las especias, y  EEUU y la URSS por quién dominaba el espacio), y las dos fueron empresas multinacionales que requirieron de aportaciones de otros países. Pero también subsisten algunas pocas pero importantes diferencias. Veamos unas y otras.

En contra del relato dominante, los norteamericanos no fueron los primeros en llegar a la Luna. Fueron los soviéticos, solo que lo hicieron con una nave no tripulada. De hecho, habían sido los primeros en lanzar un satélite a la órbita terrestre, el Sputnik 1; en enviar un ser vivo al espacio, la perra Laika; un ser humano, Yuri Gagarin; y la primera mujer, Valentina Tereshkova. Lo que decantó la balanza en favor de los norteamericanos fue la decisión política firme de Kennedy y su apuesta estratégica.

A principios del siglo XVI, Portugal era la otra potencia marítima que había logrado llegar a las islas Molucas por la ruta africana. Cuando Magallanes propuso al rey portugués intentar otra vía a través de América para llegar a las mismas islas, éste desechó la iniciativa pues consideró que los gastos y la incertidumbre de la iniciativa no merecían la pena. Cuando Magallanes le propuso su proyecto al rey Carlos I, éste lo aceptó sin dudarlo y puso a su disposición los medios económicos y humanos necesarios.

La operación de llegar a la Luna no se logró al primer intento. Los tres tripulantes del Apolo I murieron en un incendio: Virgil Grissom y los pilotos Edward White y Roger Chaffee. Nadie se acuerda de ellos, ni de los tripulantes de las otras nueve misiones antes de que el Apolo XI alunizase. Todo el protagonismo y mérito se lo llevó Neil Amstrong.

La primera vuelta al mundo se logró al primer intento, aunque también hubo muertos, bastantes más. De los 250 marinos que empezaron solo volvieron 18. Varias de estas muertes fueron causadas por el hostigamiento que sometió Portugal a la flota española, complicando todavía más de lo necesario (no dejaban atracar en sus posesiones a Elcano y sus hombres, a los que perseguía) la posibilidad de poder finalizar la vuelta y volver con vida. Por ejemplo, 16 marineros fueron apresados por los portugueses en Cabo Verde.

Las dos empresas fueron multinacionales y multiculturales. De los tres astronautas del Apolo XI, Amstrong era de ascendencia familiar escocesa, irlandesa y alemana, Michael Collins nació en Italia (donde su padre estaba destinado como agregado militar) y Buzz Aldrin era miembro de la Iglesia Presbiteriana, siendo la primera persona en oficiar una ceremonia religiosa en la Luna: "la cena del Señor". Ninguna de esas naciones u organizaciones ha reclamado por ello ningún protagonismo. Es más, el éxito de la llegada a la Luna no habría sido posible sin la red de estaciones del "Espacio Profundo" que la NASA mantenía alrededor del mundo, incluida la madrileña de Robledo de Chavela.

De la flota que dio la vuelta al mundo 150 marineros eran españoles y 30 portugueses, además de un número menor de otras nacionalidades. De los 18 que llegaron a Sanlúcar de Barrameda había más griegos e italianos que portugueses (sólo uno lo era), siendo once españoles.

Los norteamericanos contaban con unos medios técnicos muy superiores a los españoles, sabían (y veían) claramente dónde iban, y a pesar de ello fallaron diez veces y tras cinco nuevas misiones (Apolos  12, 14, 15, 16 y 17) no han vuelto más, hasta la fecha, con lo que la utilidad para la Humanidad ha sido en la práctica más accesoria que real.

Pero la diferencia esencial se refiere a cómo se ha vendido el protagonismo y liderazgo de cada hazaña. El programa espacial norteamericano no habría sido posible sin las aportaciones de Wernher von Braun, un científico alemán, reclutado por EEUU junto a más de mil científicos alemanes, que había formado parte del partido nazi y que había trabajado para el ejército alemán en el desarrollo del misil-cohete V2, lanzado sobre Amberes y Londres. Fue él quien diseño el cohete Saturno V que sería el impulsor del Apolo XI. No hay duda que sin él los norteamericanos no habrían sido los primeros en llegar a la Luna.

La vuelta al mundo se debe a la iniciativa Magallanes, pero el plan de éste era otro: trazar una nueva ruta a la isla de las especias y comprobar que ésta se situaba en la parte del mundo que correspondía a España (según el Tratado de Tordesillas). Magallanes no fue quien dio la vuelta al mundo (murió en las islas Filipinas) ni fue ése nunca su plan. En todo caso fue nombrado Caballero de la española Orden de Santiago por Carlos I y renunciando al vasallaje (y por tanto a la nacionalidad) del rey portugués. De hecho, éste mandó matar a Magallanes, debiendo ponerle escolta el obispo de Burgos, Juan Rodriguez de Fonseca, como responsable del Consejo de Indias, al que Magallanes acudió a pedir apoyo y protección.

Portugal no solo no colaboró en la empresa sino que hizo todo lo posible para que fracasara. A pesar de todo ello ha reclamado su protagonismo en la vuelta al mundo sin ningún rubor. Es como si Rusia, tal vez con más motivos, reclamara su liderazgo en la llegada a la Luna porque ella tuvo los primeros éxitos en la carrera espacial o Alemania hiciera lo propio porque todo el programa estadounidense se debe al trabajo y genio de un alemán. Que Gagarin o von Braun fueran hoy más conocidos que Amstrong o que compartieran su protagonismo. Sin embargo, nada de esto ocurrió. Nadie discutió ni discute que el protagonismo de esta aventura pertenezca al gobierno que lo impulsó, financió y organizó, sin que las particulares características de los individuos que en ella participaron, por relevante que fuera su función, pueda empañar ese prestigio.

¿Por qué Elcano es menos conocido que Magallanes o que Amstrong? ¿Tuvo quizás menos méritos en el éxito de la misión? ¿Por qué España debe compartir su protagonismo y EEUU no? Tal vez todo se deba a que una de las dos naciones protagonistas, a pesar de ser mucho más reciente que la otra, tiene muy claro el lugar que quiere ocupar en el mundo y la necesidad de mantener un elevado nivel de autoestima colectiva. Y ello no porque sobrevivan en su pasado menos sombras (justas o injustas); que se lo pregunten a los habitantes de dos ciudades japonesas. Entonces, ¿por qué aceptamos sin rechistar que se menosprecie nuestra Historia? Un fenómeno sin duda alunizante.

Alberto Gil Ibáñez es escritor y ensayista. Es autor de 'La leyenda negra: Historia del odio a España' (Almuzara, 2018).

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