La Princesa Leonor ante el futuro

Tenía 13 años. Era un adolescente espigado y simpático en el que destacaba la inteligencia y el sentido del humor. Despertaba las esperanzas de todos los españoles. Era el hijo de Don Juan Carlos, el nieto de Don Juan. Siendo un bebé yo le había tenido en brazos en Villa Giralda durante una visita fugaz porque así me lo pidió Doña María. Niño de cuatro o cinco años, jugábamos con él, su abuelo y yo en el jardín de aquella casa que cobijó el largo exilio de Don Juan contra la dictadura de Franco.

Y allí estaba Don Felipe, en el escenario del teatro Campoamor, frente a una sala abarrotada, pronunciando su primer discurso durante el acto de entrega de los Premios Príncipe de Asturias. La gente le aplaudió de forma atronadora porque el adolescente estuvo seguro y tranquilo. Unos años después, cuando estudiaba en la Academia de Zaragoza, su padre me pidió que le hiciera la primera entrevista política. Almorzamos juntos y hablamos varias horas. La entrevista abrió el dominical del ABC verdadero y muchos años después, el 28 de enero de 2018, cuando Don Felipe cumplió 50 años, fue reproducida por el diario La Razón, que subrayó lo que había afirmado el Príncipe: "No hay sacrificio que no esté dispuesto a hacer por España". Y ha cumplido ejemplarmente con el deber contraído con el pueblo español. José Hierro, que ganó en 1981 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, me dijo al terminar el acto desde su republicanismo: "Bien por Felipe. El futuro de España está asegurado". Más tarde el gran poeta se situó por encima del bien y del mal, por encima de premios, distinciones y galardones, impávido antes de cruzar la oscura penumbra del más allá. "Qué más da que la nada fuera nada si más nada será después de todo, después de tanto todo para nada".

El lector de EL MUNDO comprenderá la emoción con la que voy a asistir hoy a la intervención de Doña Leonor, Princesa de Asturias, en el teatro Campoamor. ¡La bisnieta de Don Juan, Dios santo! Cuánta historia acumulada en la fatiga de mis ojos. En tres modalidades del Premio, aunque habitualmente en el de las Letras, he participado todos los años en los Jurados del Príncipe de Asturias. Me aseguran que soy el único que lo ha hecho siempre. Con presidentes de la Fundación de tanto prestigio como Pedro Masaveu, Plácido Arango, José Ramón Álvarez-Rendueles, Matías Rodríguez Inciarte, Luis Fernández-Vega... el éxito de los Premios se debe en parte sustancial a la lucidez y a la tenacidad de Graciano García que supo internacionalizarlos. The New York Times los consagró como los Premios de más relieve en el mundo tras los Nobel; y el Financial Times los consideró como el buque insignia de la cultura universal. Graciano García, gran periodista, excelente poeta, escritor enamorado de la libertad, se sentirá hoy satisfecho del relieve alcanzado por los Premios. La UNESCO reconoció la aportación de los Premios Príncipe de Asturias al patrimonio cultural de la Humanidad, subrayando "el extraordinario trabajo desarrollado por la Fundación", así como "el eminente papel jugado por los Premios en la promoción y respaldo de los valores científicos, culturales y humanísticos que forman el patrimonio común de la Humanidad".

Doris Lessing, Günter Grass, Camilo José Cela, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa fueron Premios Príncipe de Asturias, antes de ser Premios Nobel de Literatura. Con todos ellos tuve ocasión de conversar en Oviedo y también con Juan Rulfo, Francisco Nieva, Carlos Fuentes, Paul Auster, Amos Oz, Margaret Atwood, Isamil Kadaré, Susan Sontag, Caro Baroja, Raymond Carr, Philip Roth... Recuerdo las dos conversaciones, apasionantes para mí, con Stephen Hawking, que robusteció con su nombre a los Patarrollo, Fuster, Grisolía, Peter Higgs y otros muchos científicos internacionales. Los nombres enaltecidos por el Premio Príncipe de Asturias de las Artes abruman: Oscar Niemeyer, Vittorio Gassman, Fernando Fernán Gómez, Bob Dylan, Pedro Almodóvar, Roberto Matta, Victoria de los Ángeles, Norman Foster, Nuria Espert, Coppola, Tapies, Chillida, Scorsese... Presencié, por cierto, el encuentro entre Woody Allen y Arthur Miller en el vestíbulo del hotel Reconquista. De profesiones paralelas, viviendo los dos en Nueva York, no se conocían. El Premio Príncipe de Asturias los reunió en Oviedo. "Sí, soy yo", le dijo sonriendo el cineasta al dramaturgo. Capítulo aparte para Plácido Domingo, el primer nombre de la historia de la música española, que fue Premio Príncipe de Asturias, poco después de que el ABC que yo dirigía le proclamara "El español del año". Inolvidable también el encuentro sobre el escenario del Campoamor de Isaac Rabin y Yasser Arafat. Y las conversaciones con Nelson Mandela y con Mijail Gorbachov o con Helmut Kohl.

A lo largo de mi dilatada vida profesional solo la elección en 1996 como académico de la Real Academia Española ha significado más para mí que la concesión en 1991 a mi humilde persona del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Ya se puede imaginar el lector la satisfacción que me produce que mi nombre figure, de forma tan inmerecida, en la lista de los Premios Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades junto a Kapuscinski, Enzesberger, Steiner, Umberto Eco, Vaclav Havel, Indro Montanelli, Octavio Paz (por Vuelta), María Zambrano, Emilio Lledó, maestros que recibieron el galardón.

La Fundación tuvo el acierto de no dejar a un lado al deporte, manifestación de primer orden en la cultura popular. Rafael Nadal, el primer deportista español de todos los tiempos, ganó el Premio Príncipe de Asturias del Deporte junto a Bubka, Induráin, Lewis, Casillas, Ballesteros, Steffi Graf, Arancha Sánchez Vicario, los Gasol, Martina Navratilova... Y Fernando Alonso, que nos hizo recordar la frase del Manifiesto del futurismo de Marinetti en 1909: "Sabed que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil rugiente, que parece correr sobre la metralla, es más bello que la Niké de Samotracia. Cantaremos a las grandes multitudes agitadas por el trabajo, la vibración nocturna de los arsenales bajo sus violentas lunas eléctricas".

Sería injusto no reconocer que Teresa Sanjurjo ha sabido prolongar el éxito de Graciano García. Y que ha robustecido, además, con personalidad propia, el prestigio de los galardones. Su trabajo prudente, eficaz, incansable, inteligentísimo, merece el aplauso general.

La Corona, en fin, se ha beneficiado del éxito y del prestigio de los Premios Princesa de Asturias. La expectación por escuchar a la Princesa Leonor ha rebasado todos los límites. Su madre, la Reina Doña Letizia, ha enseñado a su hija a comportarse de forma sencilla y espontánea, y estoy seguro de que también a hablar en público. Asistí al acto en Palacio cuando el Rey le impuso el Toisón de Oro. La niña actuó con sencillez y se ganó la simpatía de todos. Los espectadores que abarrotarán hoy el teatro Campoamor dedicarán a la Reina Doña Sofía, como todos los años, la mayor ovación del acto. Permanecerán luego prendidos de la palabra de esta adolescente que es la hija de Felipe VI, la nieta de Juan Carlos I, la bisnieta de Juan III, la descendiente, de padres a hijos, de Carlos III, de Felipe II, de Carlos I y de los Reyes Católicos. A la princesa Leonor le espera una vida de duras experiencias, "que el reinar es tarea -escribió Quevedo-; que los cetros piden más sudor que los arados, y sudor teñido de las venas; que la Corona es el peso molesto que fatiga los hombros del alma primero que las fuerzas del cuerpo; que los palacios para el príncipe ocioso son sepulcros de una vida muerta, y para el que atiende son patíbulos de una muerte viva; así lo afirman las gloriosas memorias de aquellos esclarecidos príncipes que no mancharon sus recordaciones, contando entre su edad coronada alguna hora sin trabajo".

Luis María Anson, de la Real Academia Española.

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