La problemática relación de Italia con la Unión Europea

Italia es un país mucho más distinto de España de lo que tendemos a pensar. Estas diferencias no se aprecian únicamente en su institucionalidad y su manera de concebir la política, sino que las preocupaciones y el orden de prioridades de los italianos distan bastante del de los españoles.

Mientras que en España asuntos como los fondos Next Generation permanecen en un segundo plano, en Italia la gestión de estos fondos llegó a tumbar un gobierno –el Conte II. Lo mismo ocurre con otras tantas cuestiones, entre ellas Europa, un tema que es mucho más discutido en Italia que en nuestro país.

En España, Europa es sinónimo de progreso, modernización y aumento de la calidad de vida, y por ello, todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria, desde Vox hasta Podemos, suelen evitar plantear críticas estructurales a la UE. Se podrá criticar una medida o una forma de afrontar un shock externo como la crisis migratoria o la financiera de 2008, pero ninguna fuerza que aspire a tener influencia parlamentaria se le ocurre plantear una salida de la UE o del euro.

En Italia las cosas son diferentes y sí ha habido opciones políticas con un considerable peso electoral que eran abiertamente antieuropeístas, como la Lega de Salvini en el periodo 2014-2016. Incluso hay partidos que probablemente obtengan representación parlamentaria estas elecciones cuyo principal eje programático es la salida de la UE, como es el caso de Italexit.

Sin embargo, atendiendo a los datos que disponemos tampoco podemos decir que los italianos sean claramente antieuropeístas. En el Eurobarómetro de 2022 un 66% se considera europeísta, por debajo de la media europea (70%), pero bastante por encima de los países menos entusiastas con la UE, que se encuentran entre un 56 y un 61%.

El único bajón significativo se produjo en el momento más álgido de la pandemia, cuando la ayuda europea tardó un tiempo en materializarse y el gobierno de Conte recurrió a Rusia y China para obtener material sanitario. En aquellos meses, según una encuesta de Notosondaggi el porcentaje de ciudadanos que se sentían europeístas descendió del 66 al 49%, y según otro sondeo de la empresa Tecnè un 42% hubiera votado a favor de salir de la UE en un hipotético referéndum.

Unos datos preocupantes, pero que parecen haberse revertido tras la reacción europea a la pandemia a través de mecanismos como los fondos Next Generation.

Actualmente la relación de los italianos con la UE se encuentra en un momento estable, pero este próximo invierno las cosas podrían cambiar. La opinión italiana sobre la UE es mucho más sensible a los shocks externos que la de otros países. Tanto en la crisis financiera de 2008 como en la pandemia crecieron los sentimientos negativos hacia la UE, y este invierno, con una crisis energética e inflacionaria galopante, podría volver a ocurrir lo mismo. Además, si se cumple lo pronosticado por las encuestas, esto ocurriría con un gobierno de las derechas en Palazzo Chigi en el que figuras anteriormente muy críticas con la UE como Matteo Salvini ocuparían roles importantes.

A Bruselas le inquieta lo que pueda ocurrir en Italia, y prueba de ello son los esfuerzos continuos de la líder de Fratelli d’Italia y posible próxima primera ministra, Giorgia Meloni, de mostrarse como una opción de orden que no trastocaría los consensos sobre los que se sustenta el país.

Meloni ha insistido una y otra vez en su compromiso con la OTAN, recordando que su partido defiende desde hace tiempo el aumento del gasto militar propuesto en la última cumbre de la alianza atlántica. Y también ha reiterado que el futuro de Italia se encuentra en Europa, aunque su apoyo a la UE se mira con más recelo, a pesar de que, al contrario que Salvini, Fratelli d’Italia nunca ha apostado por una salida de la Unión.

La diferencia entre Salvini y Meloni en este punto es notable. Mientras el líder lombardo organizaba en 2014 una gira por las ciudades italianas criticando la moneda común, el “Basta Euro Tour”, en Fratelli d’Italia siempre se mantuvo una postura más reformista. Se quería cambiar la UE desde dentro, y atacar desde ahí las políticas en materias como medioambiente o igualdad de género además de devolver competencias a los estados. Por eso, Meloni siempre trató de estrechar lazos con los países del grupo de Visegrado, mientras que Salvini se inclinó más por figuras como Marine Le Pen, a quien Meloni ni siquiera apoyó explícitamente en la segunda vuelta de las presidenciales francesas de este año.

Sin embargo, la oposición de Fratelli d’Italia a muchas de las políticas de la UE y de sus objetivos a largo plazo hace que Meloni siga siendo vista con suspicacia en Bruselas. Unas sospechas que según comenta el periodista Francesco Olivo, Meloni estaría tratando de disipar a través de su cordial relación con Mario Draghi.

Según comenta Olivo, entre otros analistas italianos, la relación entre Draghi y Meloni no es mala a pesar de las críticas de la ultraderechista durante los últimos años. De hecho, el expresidente del BCE declaró hace unas semanas en un discurso en Rimini que dirija quien dirija el próximo gobierno, Italia saldrá de la crisis. Un mensaje de tranquilidad que choca con el discurso promovido desde otras opciones políticas.

¿Y cómo es posible que Meloni inspire tranquilidad a Draghi? Porque para el presidente en funciones, la líder ultraderechista respeta los tres grandes pilares sobre los que se sostendrá la política italiana del próximo curso: política exterior, energía y deuda pública. Desde la óptica de Draghi, donde la política es la mera aplicación de recetas técnicas, si se respetan estos tres pilares la máquina funcionará adecuadamente, y, por tanto, eso es suficiente para estar tranquilo.

Draghi confía en que Meloni toque poco de las grandes líneas de la política italiana, pero subestima los peligros que puede suponer tanto para su país como para Europa un gobierno encabezado por la ultraderechista.

En política exterior Meloni mantendrá a Italia en el eje atlántico, y en materia económica probablemente implemente recetas parecidas a las que llevaría a cabo un gobierno de Berlusconi.

Pero ¿qué ocurrirá con los extranjeros que quieran residir y trabajar en Italia? ¿Y con el aborto? Y si hay protestas por la crisis económica, ¿qué hará el gobierno? ¿Escuchará o tratará de limitar derechos constitucionales como el de reunión y manifestación?

¿Y que pasará con la educación? ¿Qué estudiarán los niños en los colegios? ¿Se tratará de poner remedio a las agresiones contra inmigrantes o personas LGTBI o empeorará la situación?

Todas estas dudas surgen ante un posible gobierno de Meloni en Italia, cuya influencia puede ser profunda a pesar de ser continuista en algunos aspectos.

Es poco probable que Italia se convierta en un estado antieuropeísta dentro de la Unión. Más bien, seguirá manteniendo la relación ambivalente que siempre ha tenido con Europa. Un país por el que circularon tanques rusos para enviar ayuda humanitaria durante la pandemia, pero que a su vez fue el principal beneficiario de los fondos Next Generation.

En el que se oyen muchas voces disidentes de la UE, pero que, a la hora de la verdad, tiene dos tercios de su población reivindicándose europeísta. Y en el que mientras sus políticos tensan y negocian cada presupuesto con la Comisión Europea, miles de funcionarios italianos realizan su trabajo en las instituciones comunitarias, como cuenta magníficamente Nacho Alarcón en este artículo.

Por eso, lo peligroso no es que Meloni vaya a destruir la UE desde dentro, ni a proponer una salida de la Unión. Es la influencia que puede ejercer hacia los otros países desde Italia, un país que siempre se ha movido bien en terreno europeo y que en los próximos meses podría empezar a promover una agenda ultraderechista dentro de la UE.

Jaime Bordel es politólogo y coautor del libro Salvini & Meloni: hijos de la misma rabia.

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