La profundización de la confusión de Gran Bretaña

“Ya basta”, proclamó la primera ministra británica, Theresa May, tras el ataque terrorista contra el puente de Londres. Ahora está claro que casi la mitad de los que votaron en las elecciones generales del Reino Unido el pasado 8 de junio le dijeron ya basta a May, cuya mayoría conservadora fue aniquilada en las urnas, lo que condujo a un parlamento colgado (a un parlamento sin mayoría absoluta de ningún partido). Ya sea que los votantes británicos hubiesen dicho “basta de inmigrantes” o “basta de austeridad”, sin duda ellos ya están hartos de muchas cosas.

Sin embargo, estas elecciones han dejado a Gran Bretaña confusamente dividida. El año pasado, en el referéndum Brexit sobre la membresía en la Unión Europea sugirió una división Salir-Permanecer, en la que los que favorecen a Brexit tomaron la delantera por poca diferencia. Las elecciones generales de este año se superpusieron a esta división más tradicional izquierda-derecha, con un Partido Laborista resurgente capitalizado el descontento que sienten los votantes respecto a los recortes presupuestarios de los conservadores.

Para ver el terreno político resultante, imagine un tablero de dos por dos, con los cuatro cuadrantes ocupados por quienes están a favor de quedarse y de los recortes presupuestarios; los que están a favor de quedarse y de la expansión económica; los que están a favor de salir y de los recortes presupuestarios; y, los que están a favor de salir y de la expansión económica. Los cuatro cuadrantes no suman dos mitades coherentes, por lo que no es posible darse cuenta a favor de qué votaron los votantes.

Pero, sí es posible distinguir lo que los votantes estaban rechazando. Hay ciertamente dos víctimas. La primera es la austeridad, que incluso los conservadores han señalado que la abandonarán. La reducción del gasto público para equilibrar el presupuesto se basó en una teoría errónea y ha fracasado en la práctica. El indicador más revelador fue la incapacidad de George Osborne, Canciller de la Hacienda del 2010 al 2016, para lograr cualquiera de sus objetivos presupuestarios. El déficit tendría que haber desaparecido hasta el año 2015, luego hasta el 2017 y luego hasta el período 2020-2021. Ahora, ningún gobierno se comprometerá a lograrlo hasta una fecha específica.

Los objetivos se basaban en la idea de que un programa de reducción del déficit “creíble” crearía suficiente confianza empresarial para superar los efectos deprimentes sobre la actividad que tienen los recortes propiamente dichos. Algunos dicen que los objetivos nunca fueron lo suficientemente creíbles. La verdad es que nunca podrían serlo: el déficit no puede bajar a menos que la economía crezca y los recortes presupuestarios, reales y anticipados, son un obstáculo para el crecimiento. El consenso ahora es que la austeridad retrasó la recuperación durante casi tres años, deprimiendo los ingresos reales y dejando indiscutiblemente dañados servicios públicos clave, como ser los prestados por los gobiernos locales, la atención de la salud y la educación.

Consecuentemente, lo que se debe esperar es que la obsesión ridícula con el equilibrio del presupuesto sea desechada. A partir de ahora, el déficit se ajustará al estado de la economía.

La segunda víctima es la inmigración sin restricciones de la UE. La demanda de quienes están a favor de “controlar nuestras fronteras” fue dirigida contra la afluencia incontrolada de migrantes económicos de Europa del Este. Esta demanda tendrá que ser satisfecha de alguna manera.

La migración dentro de Europa era insignificante cuando la UE se constituía principalmente de países de Europa occidental. Esto cambió cuando la UE comenzó a incorporar a los países ex comunistas de bajos salarios. La migración consiguiente alivió la escasez de mano de obra en países como el Reino Unido y Alemania, y aumentó los ingresos de los propios migrantes. Sin embargo, tales beneficios no se aplican a la migración sin restricciones.

Los estudios de George J. Borjas de la Universidad de Harvard y de otros sugieren que la inmigración neta reduce el salario de la mano de obra doméstica competitiva. El estudio más famoso de Borjas muestra el impacto depresivo de los “Marielitos” – los cubanos que emigraron en masa a Miami en el año 1980 – en los salarios de los obreros a nivel nacional.

Estos temores han apoyado durante mucho tiempo la insistencia de los Estados soberanos sobre el derecho a controlar la inmigración. Los argumentos en favor del control se fortalecen cuando los países de acogida tienen un superávit laboral, como ha ocurrido en gran parte de Europa occidental a partir de la crisis del año 2008. El apoyo a Brexit es esencialmente una demanda a favor del restablecimiento de la soberanía sobre las fronteras del Reino Unido.

El punto neurálgico del asunto es la legitimidad política. Hasta tiempos modernos, los mercados fueron en gran parte locales, y fuertemente protegidos contra los forasteros, incluso de las ciudades vecinas. Los mercados nacionales se lograron sólo con la llegada de los Estados modernos. Sin embargo, el desplazamiento irrestricto de los bienes, el capital y el trabajo dentro de los Estados soberanos sólo se hizo posible cuando se cumplieron dos condiciones: el crecimiento de la identidad nacional y el surgimiento de autoridades nacionales capaces de proporcionar seguridad frente a la adversidad.

La Unión Europea no cumple ninguna de estas condiciones. Sus poblaciones están constituidas por ciudadanos de sus Estados-Nación en primer lugar. Y, el contrato entre ciudadanos y Estados de los que dependen las economías nacionales no puede ser reproducido a nivel europeo, porque no hay un Estado europeo, razón por la cual no se puede arribar a un acuerdo. La insistencia de la UE en la libre circulación de la mano de obra como condición para constituirse como miembro de un actor no estatal es prematura, en el mejor de los casos. Tendrá que ser aprobada, no sólo como parte del acuerdo Brexit con el Reino Unido, sino para toda la UE.

Entonces, ¿cómo evolucionarán los resultados escandalosos de las elecciones generales británicas? May no durará mucho tiempo como primera ministra. Osborne la ha llamado “una mujer muerta caminando” (por supuesto, sin reconocer que sus políticas de austeridad ayudaron a consumar su fallecimiento).

La consecuencia más sensata en la actualidad es una imposibilidad política: un gobierno de coalición conservador-laborista, digamos (por ejemplo) con Boris Johnson como primer ministro y Jeremy Corbyn como su vice primer ministro. El Gobierno adoptaría un programa de dos años que consta de dos elementos: la conclusión de un acuerdo Brexit “blando” con la UE y un gran programa de inversión pública en vivienda, infraestructura y energía verde.

La racionalidad que respalda el programa de inversión es que la marea creciente levantará todos los barcos. Y, un beneficio adicional de una economía próspera será menos hostilidad a la inmigración, por lo que sería más fácil para el Reino Unido negociar una reglamentación sensata sobre flujos de migrantes.

Y, quién sabe, en el caso que las negociaciones obliguen a la UE a volver a expresar su propio compromiso con el libre movimiento de trabajadores, Brexit puede llegar a ser un asunto que se enfoque menos en la salida británica y más en una revisión completa y general de los términos bajo los cuales se obtiene una membresía europea.

Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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