La promesa de la paz en Colombia

Dos mujeres se abrazan en una manifestación en Bogotá a favor del proceso de paz, el 24 de noviembre de 2016, luego de la firma del acuerdo revisado por parte del presidente Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño, líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Credit Ivan Valencia/Associated Press
Dos mujeres se abrazan en una manifestación en Bogotá a favor del proceso de paz, el 24 de noviembre de 2016, luego de la firma del acuerdo revisado por parte del presidente Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño, líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Credit Ivan Valencia/Associated Press

Al inicio de cada año escolar, a los niños colombianos se les entregan manuales de instrucciones preparados en forma de historietas para enseñarles cómo evitar pisar minas terrestres. A pesar de estos esfuerzos, durante 52 años de guerra, más de mil niños colombianos —por lo general, provenientes de las familias más pobres de nuestros campos— murieron o quedaron mutilados por estos explosivos.

Contendí por la presidencia de Colombia para liderar una nación donde los libros que les diéramos a los niños colombianos enseñaran lecturas, ciencias, matemáticas y poesía, en lugar de advertencias para que no pisaran explosivos. Hoy, tras firmar un Acuerdo de Paz histórico entre mi gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), estamos construyendo una Colombia en paz.

n más de 203 municipios colombianos, el trabajo laborioso y peligroso de ubicar, deshabilitar y eliminar las minas terrestres corre por cuenta de varias ONG, unidades especialmente entrenadas de las fuerzas armadas colombianas y las Farc. Nuestra meta es hacer que Colombia esté libre de minas terrestres para 2021.

El año pasado fui testigo de los niveles de violencia más bajos en mi país desde hace más de 40 años. Los guerrilleros de las Farc están entregando las armas a los supervisores de las Naciones Unidas. El acuerdo hace mucho más que silenciar las armas; vislumbra el alabado fin del conflicto para los colombianos, la mayoría de los cuales nunca han conocido la paz en su país.

El acuerdo se propone zanjar la división histórica entre la Colombia de los centros urbanos desarrollados y la de la vasta provincia empobrecida donde históricamente ha habido poca o nula presencia del gobierno y, en consecuencia, poca seguridad, un débil Estado de derecho y servicios de salud y educativos deficientes.

Para cerrar esta brecha, mi gobierno se ha comprometido a llevar a cabo un programa de desarrollo rural de gran alcance para la enorme población de bajos ingresos que incluye tierras, títulos de propiedad, créditos, caminos, así como programas de sustitución de cultivos.

La transición a la paz exige una gran cantidad de tiempo, recursos y liderazgo en Colombia, así como el apoyo continuado de Estados Unidos y la comunidad internacional. El apoyo de Estados Unidos a través de Peace Colombia —una nueva iniciativa que profundizará nuestra colaboración y ayudara a reforzar las ganancias en seguridad alcanzadas juntos— nunca fue más importante.

Tuve la oportunidad de reunirme con el presidente Trump este jueves en la Casa Blanca y tuvimos una conversación productiva sobre cómo fortalecer nuestra colaboración estratégica, de maneras que resulten provechosas para los estadounidenses y los colombianos.

Colombia es una democracia vibrante y los términos de la paz desencadenaron un acalorado debate dentro de mi país, que continúa hasta el día de hoy. Es por ello que cuando el primer anteproyecto del acuerdo no logró el apoyo mayoritario en el referendo de octubre pasado, convoqué al diálogo nacional, hice cambios sustanciales en casi 60 temas propuestos por los críticos y presenté el acuerdo revisado ante el Congreso de Colombia, donde fue aprobado por tres votos a uno.

Uno de los aspectos más desafiantes de las largas negociaciones fue equilibrar las demandas de justicia con las demandas de paz. Antes de este acuerdo, los arreglos pacíficos en América Latina incluían de manera rutinaria la amnistía general para ambos bandos, las guerrillas y los elementos gubernamentales.

El acuerdo de Colombia acaba con esa impunidad. Aquellos que no confiesen crímenes de guerra, atrocidades u otras violaciones serias a las leyes humanitarias, como los secuestros, enfrentarán hasta 20 años de prisión. Aquellos que confiesen sus delitos y pongan fin a todo tipo de actividades delictuosas enfrentarán sentencias de Páneles Judiciales Especiales de hasta ocho años de “restricciones efectivas a la libertad” e incluyen reparaciones como la remoción de minas terrestres, un castigo que a sus víctimas les parece aceptable.

La guerra que peleamos cobró la vida de 225.000 colombianos e hizo que ocho millones huyeran de sus hogares. Traducido en términos de la población de Estados Unidos, representarían 1,5 millones de vidas de estadounidenses y 30 millones de ciudadanos expulsados de sus hogares. La asistencia, capacitación y herramientas que Estados Unidos nos brinda conforme al Plan Colombia, la iniciativa diplomática y militar para combatir los carteles del narcotráfico, la guerrilla izquierdista y estabilizar al país, que comenzó en 2000, ayudaron a nuestra nación a defender con éxito la democracia.

El Plan Colombia se ha sostenido a lo largo de varias administraciones y congresos con un duradero apoyo bipartidista. Nuestra victoria también es un acierto para la política exterior de Estados Unidos.

Hoy, Colombia y Estados Unidos han cerrado filas en la siguiente fase de nuestro trabajo en conjunto, Peace Colombia, y nos hemos centrado en consolidar los beneficios y las promesas de la paz. Uno de nuestros compromisos más importantes con Estados Unidos es combatir el narcotráfico.

Algunos campesinos que anticipaban obtener recursos importantes con el Acuerdo de Paz han aumentado de manera importante la producción de hoja de coca en años recientes. Si bien el decomiso de drogas ilegales ha llegado a cifras históricas en estos últimos años, estamos comprometidos a trabajar con la administración Trump para detener y revertir esta alza en la producción.

Colombia y Estados Unidos también trabajan juntos hoy para ayudar a México y al Triángulo Norte de América Central —Guatemala, Honduras y El Salvador— a combatir la violencia de los carteles de la droga que está alimentando los flujos de refugiados. No estamos solos en la defensa de los valores democráticos en nuestro hemisferio: Estados Unidos y otras naciones democráticas nos acompañan.

Hoy Colombia se encuentra mucho mejor que hace más de siete años. Mientras luchamos por la paz, fortalecemos nuestra economía. Hemos reducido la pobreza radicalmente.

Con la implementación del acuerdo de paz, Colombia se ha posicionado para dar otro salto histórico en el camino de la paz sostenida y la prosperidad. Peace Colombia solo aumentará nuestras victorias y dará lugar a una nueva era de cooperación que estrechará aún más la asociación entre Colombia y Estados Unidos.

Ahora Colombia está mejor preparada para hacer frente a los retos del futuro y a beneficiarse de sus oportunidades. Ahora Colombia está mejor preparada para ser un aliado y socio más fuerte de Estados Unidos.

Juan Manuel Santos es presidente de Colombia.

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