La promesa de las finanzas digitales

Una revolución de desarrollo económico yace, literalmente, en la palma de una mano. A medida que los teléfonos móviles y las tecnologías digitales se propagan a pasos acelerados por todo el mundo, sus implicaciones para el desarrollo económico, y particularmente para las finanzas, todavía tienen que materializarse del todo. Cuanto antes de produzcan los cambios, mejor para la gente en todo el mundo.

En las economías emergentes hoy, dos mil millones de personas -45% de todos los adultos- no tienen una cuenta formal en un banco, institución financiara o con un proveedor de dinero móvil. La tasa de "no bancarizados" es aún más alta para las mujeres, los pobres y la gente que vive en zonas rurales. Es más, por lo menos 200 millones de pequeñas y medianas empresas carecen de crédito suficiente, o directamente no tienen acceso al crédito.

La iniciativa empresarial, la inversión y el crecimiento económico sufren cuando los ahorros se guardan fuera del sistema financiero y el crédito es escaso y costoso. Afortunadamente, según un informe reciente del McKinsey Global Institute (MGI), las tecnologías digitales -empezando por los teléfonos móviles- pueden rápidamente reparar este problema y fomentar un crecimiento más veloz y más inclusivo.

Los teléfonos móviles e Internet pueden reducir la necesidad de efectivo y evitar los canales físicos tradicionales. Esto reduce drásticamente los costos de los proveedores de servicios financieros y hace que sus servicios sean más convenientes y accesibles para los usuarios -especialmente los usuarios de bajos ingresos en lugares remotos-. El MGI estima que si las finanzas digitales se adoptaran de manera más generalizada, podrían sumar 3,7 billones de dólares al PIB de los países emergentes en 2025. Eso representa un incremento del 6% encima de lo normal. En los países de bajos ingresos y con tasas de inclusión financiera muy reducidas, como Nigeria, Etiopía e India, el PIB podría aumentar hasta un 12%.

Las finanzas digitales pueden fomentar el PIB de varias maneras. Casi las dos terceras partes del crecimiento esperado provendrían de una mayor productividad, porque las empresas, los proveedores de servicios financieros y las organizaciones de gobierno podrían operar de manera mucho más eficiente si no tuvieran que depender del efectivo y de una contabilidad en papel. Otra tercera parte surgiría de una mayor inversión en toda la economía, en tanto los ahorros personales y de las empresas se fueran trasladando al sistema financiero formal y luego se movilizaran para ofrecer más crédito. Las alzas restantes serían aportadas por la gente que trabaja más horas -el tiempo que habría pasado yendo a sucursales bancarias y haciendo filas.

En cuanto a la inclusión financiera, las finanzas digitales tienen dos efectos positivos. Primero, expanden el acceso. En los mercados emergentes en 2014, sólo alrededor del 55% de los adultos tenía una cuenta bancaria o de servicios financieros, pero cerca del 80% tenía un teléfono móvil. Esa brecha de 25 puntos porcentuales se podría achicar si la banca móvil y las billeteras digitales se convirtieran en una realidad. Pero también habrá que cerrar una brecha de género: a nivel mundial, aproximadamente 200 millones menos de mujeres que de hombres tienen teléfonos móviles o acceso a Internet.

Segundo, las finanzas digitales reducen los costos: el MGI estima que a los proveedores de servicios financieros les costaría 80-90% menos -alrededor de 10 dólares por año, comparado con 100 dólares por año que cuesta hoy- ofrecerles a los clientes cuentas digitales que cuentas a través de sus sucursales bancarias tradicionales. Utilizar exclusivamente canales digitales, por ende, permite satisfacer las necesidades de clientes de bajos ingresos. La inclusión financiera se vuelve rentable para los proveedores aun cuando los saldos de las cuentas y las transacciones sean pequeños.

Con las finanzas digitales, hasta 1.600 millones de personas no bancarizadas -más de la mitad de ellas mujeres- podrían ganar acceso a servicios financieros, desviando unos 4,2 billones de dólares en efectivo y ahorros actualmente en vehículos informales al sistema financiero formal. Esto permitiría que otros 2,1 billones de dólares se otorgaran como crédito a individuos y pequeñas empresas. Las empresas también podrían ahorrar en costos laborales, por el equivalente a 25.000 millones de horas anuales, al cambiar transacciones en efectivo por pagos digitales. Y los gobiernos podrían contar con 110.000 millones de dólares adicionales cada año -para invertir en bienes públicos que mejoran el crecimiento como la educación- porque los canales digitales hacen que el cobro de impuestos sea más económico y más confiable.

Los nuevos servicios de dinero móvil ya están demostrando el potencial de las finanzas digitales. En Kenia, M-Pesa -que transforma el teléfono individual en una billetera móvil- ha aprovechado los efectos de una red sólida para generar una vasta expansión del porcentaje de adultos que utilizan servicios financieros digitales. Ese porcentaje creció de cero a 40% en apenas tres años, y había aumentado a 68% a fines del año pasado. Las cuentas de servicios financieros tradicionales tienden a crecer al ritmo del ingreso nacional, pero la tasa de adopción de M-Pesa ha sido drásticamente más rápida, lo que demuestra que las finanzas digitales pueden alcanzar una penetración significativa de mercado de modo rápido, inclusive en los países más pobres del mundo.

Pero estas historias de éxito no suceden en un vacío. Para empezar, todos necesitan un teléfono móvil con un plan de datos asequible. Si bien las empresas pueden ayudar, es responsabilidad de los gobiernos y de las organizaciones no gubernamentales extender las redes móviles a áreas de bajos ingresos y poblaciones remotas. Los gobiernos también deben asegurar que las redes entre los bancos y las empresas de telecomunicaciones sean interoperables; de lo contrario, un uso generalizado de teléfonos móviles para servicios financieros y pagos sería imposible.

Los gobiernos también deben establecer universalmente formas aceptadas de identidad, de manera que los proveedores de servicios puedan controlar el fraude. En las economías emergentes, una de cada cinco personas no está registrada, en comparación con sólo una de cada diez en las economías avanzadas. Casi el 20% de las mujeres no bancarizadas en los países emergentes no tiene la documentación necesaria para abrir una cuenta bancaria. Inclusive cuando la gente tenga identificaciones reconocidas, éstas deben ser compatibles con la autentificación digital. Las identificaciones digitales que usan microchips, huellas digitales o escaneos del iris podrían resultar útiles -y ya están ganando popularidad- en las economías emergentes.

Finalmente, los gobiernos deben implementar regulaciones que logren un equilibrio entre proteger a los inversores y consumidores y ofrecerles a los bancos, minoristas y compañías de tecnología financiera y telecomunicaciones espacio para competir e innovar. Como las regulaciones suelen dejar afuera a los competidores no bancarios, los gobiernos deberían considerar una estrategia por niveles, en la cual las empresas sin una licencia bancaria plena pudieran ofrecer productos financieros básicos a clientes con cuentas más pequeñas. Un buen modelo para esto es el "marco regulatorio" del Reino Unido para las empresas de tecnología financiera, que impone requerimientos regulatorios más bajos a los actores emergentes hasta que alcancen un cierto tamaño.

La inclusión financiera es vital para el crecimiento económico inclusive y la igualdad de género, y ha asumido un papel prominente en los esfuerzos de desarrollo globales -el Banco Mundial apunta a una inclusión financiera universal en 2020-. Dado que miles de millones de personas en las economías emergentes ya usan teléfonos móviles, las finanzas digitales hacen que este objetivo resulte alcanzable.

Laura Tyson, a former chair of the US President's Council of Economic Advisers, is a professor at the Haas School of Business at the University of California, Berkeley, a senior adviser at the Rock Creek Group, and a member of the World Economic Forum Global Agenda Council on Gender Parity.
Susan Lund is a partner with the McKinsey Global Institute.

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