La promesa del poder europeo

La promesa del poder europeo
Ian WaldieGetty Images

A la luz de los cambios políticos mundiales en curso, en la Unión Europea se discute mucho sobre la necesidad de lograr la «autonomía estratégica». La idea en las instituciones de la UE en Bruselas y entre los líderes en París y algunas otras capitales es que con el nuevo reequilibramiento del poder político y económico en el mundo, ahora más alejado del Atlántico Norte, Europa debe desarrollar una política de seguridad y defensa más contundente para involucrarse en la región geopolíticamente cada vez más fuerte de Asia-Pacífico.

Pero Asia-Pacífico está lejos de Europa. Aun si Francia todavía cree que tiene intereses estratégicos allí a raíz de sus territorios de ultramar, ciertamente no es el caso de Europa en su conjunto. Además, incluso si Francia aspira a ser una potencia en el Pacífico, ya no cuenta con la fuerza necesaria. Hay que entender sus ambiciones de política exterior como meros ecos de una era pasada.

No estamos en el siglo XVIII o XIX. Si una potencia del siglo XXI en el Pacífico realmente tuviera designios para alguno de los territorios franceses en esa región, Francia sería incapaz de defenderlos eficazmente. Sería una situación igual a la de gran Bretaña frente al Japón durante la Segunda Guerra Mundial: totalmente dependiente de Estados Unidos.

Debido a que la UE no es, de hecho, una potencia mundial, no puede ser una fuerza estabilizadora para la seguridad del mundo. Aunque no le faltan desafíos ni amenazas, provienen principalmente de su vecino inmediato (principalmente del continente europeo y del Mediterráneo) y derivan en gran medida de sus propias contradicciones internas. Depende en última instancia de la credibilidad de la garantía de seguridad de EE. UU. para su propia defensa.

El nuevo debate sobre la «autonomía estratégica» se desprende del hecho de que las políticas estadounidenses en los últimos años pusieron en duda la credibilidad de esa garantía. Pero si los europeos desean reforzar el principio de la defensa mutua aumentando su propia contribución a la seguridad transatlántica (y creo que deben hacerlo), deben buscar primero en su propio vecindario.

Hasta ahora la UE solo cuenta con una herramienta realmente efectiva para las políticas de seguridad: la promesa de acceso al bloque. Pero desde su gran expansión hacia el este en 2004 tuvo que lidiar con crisis internas causadas por gobiernos nacionalistas en Hungría y Polonia (ambos la desafiaron directamente rechazando la supremacía del derecho de la UE).

En todo caso, el proceso de ampliación realmente terminó debido a las fricciones introducidas por la expansión anterior y la incapacidad de los estados miembros más antiguos para implementar las reformas internas necesarias. Sin embargo, aunque la UE se privó a sí misma de los medios para lograr un papel independiente en cuestiones de seguridad y política exterior, ha comenzado a batir el tambor de la «autonomía estratégica». Habría que reconocer esto como una contradicción peligrosa.

Vale la pena recordar que en la cumbre de Salónica de junio de 2003, después de la guerra en Kosovo, la UE asumió un compromiso vinculante que desde entonces sostuvo el acuerdo de posguerra y mantuvo las perspectivas de paz en la región. Decía lo siguiente:

«La UE reitera su respaldo inequívoco a la perspectiva europea de los países de los Balcanes Occidentales. El futuro de los Balcanes está en la UE. La ampliación en curso y la firma del Tratado de Atenas en abril de 2003 inspiran y animan a los países de los Balcanes Occidentales a seguir el mismo camino fructífero. El gran reto que ahora se presenta es la preparación para la integración en las estructuras europeas y, finalmente, la pertenencia a la UE, a través de la adopción de las normas europeas. Actualmente, la Comisión está estudiando la solicitud de ingreso de Croacia en la UE. El ritmo de avance está en manos de los países de la región».

Diez años más tarde, en 2013, Croacia fue admitida en la UE. Renegar de esta promesa para otros países de la región, o posponer las incorporaciones adicionales ad calendas graecas (es decir, nunca) tendría consecuencias desastrosas. Aunque es discutible si Turquía realmente forma parte de Europa, no hay duda alguna de que los Balcanes Occidentales sí lo hacen. Tampoco hay duda alguna sobre el peligro que representa su inestabilidad para todo el continente. Esa cuestión debiera haber quedado clara con la larga y violenta ruptura de Yugoslavia en la década de 1990.

Además de este riesgo geopolítico, tenemos las dinámicas asociadas con las rivalidades entre las nuevas grandes potencias. Rusia y China ya mostraron que están ansiosas por usar la carta de los Balcanes contra la UE. Si la fe en la promesa previa de la UE a la región se evaporase, probablemente sobrevendría la reinstauración del nacionalismo agresivo, lo que sentaría las condiciones para la vuelta a la guerra.

Desde esa perspectiva, la UE sencillamente no puede darse el lujo de abandonar su ampliación, especialmente si se toma en serio la «autonomía estratégica». Ciertamente, los recientes desafíos internos demostraron que posiblemente haya que modificar la gobernanza de la UE, pero romper la promesa de la membresía no es una opción. Es en los Balcanes, no en el distante Asia-Pacífico, que la seguridad y la política exterior europeas deben demostrar su valía. Y a todo Occidente le conviene que Europa se desempeñe bien allí.

Joschka Fischer, Germany’s foreign minister and vice chancellor from 1998 to 2005, was a leader of the German Green Party for almost 20 years. Traducción al español por Ant-Translation.

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