La propaganda independentista en el exterior

Razonaba Robert Nozick que los pilares de las democracias liberales se yerguen y sostienen sobre la autonomía intelectual de sus ciudadanos. Por ello, los regímenes totalitarios, y también quienes aspiran quiméricamente a establecerlos, entienden que el mejor modo de someter a un pueblo consiste en el adoctrinamiento acientífico. Todo demagogo sabe que sus argumentos sólo prenderán en las mentes más anquilosadas y que el campo mejor fertilizado para sembrar las semillas de su ideología es aquél en el cual se ha desvirtuado la historiografía y el resto de las humanidades. Notorio es que el secesionismo catalanista ha arraigado porque la Generalidad ha impuesto un sistema educativo dogmático cercenador de la autonomía intelectual que reclamaba Nozick. Y urge tomar conciencia de que esa degradación educativa se extiende al extranjero, campo de batalla donde el independentismo pretende ganar su guerra. A ese fin, el nacionalismo catalán ejerce su acción exterior en tres niveles: mediante las delegaciones de la Generalidad, en las universidades y, dentro de estas, a pie de aula.

Con la aplicación del artículo 155 se cerraron las seis delegaciones en Europa y EEUU (la de Bruselas sería suspendida después). En 2019, Borrell, como ministro de Exteriores, recurrió al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña la apertura de otras en Argentina, México y Túnez. Después, ese mismo tribunal anuló el restablecimiento de aquellas seis. Esta situación se revirtió el pasado enero: el Gobierno de Sánchez, en contradicción con la anterior línea de Borrell, declaró no tener ya «ninguna objeción» a los centros en Argentina, México y Túnez, y la Generalidad aseguró que reabriría las otras seis. Cataluña es la Comunidad Autónoma con la deuda pública absoluta más alta, y el celo en mantener estas costosísimas representaciones pone de manifiesto el interés de los independentistas por su imagen en el extranjero. Con todo, la herramienta más efectiva para la imposición de las tesis independentistas en el exterior son las universidades extranjeras.

En 2019, la Generalidad reconoció que, sólo entre los años 2016 y 2019, había transferido más de cinco millones de euros de ayudas a universidades del extranjero. La noticia llegaba en la época en que el Gobierno autonómico catalán recortaba un 30% la financiación de sus universidades y aumentaba un 60% las tasas. Algunos han supuesto que esas ayudas se distribuyen conforme al nivel de afinidad independentista de los receptores, lo cual no es necesariamente cierto. Por ejemplo, se ha elucubrado que los 150.000 euros para Glasgow se deben a que su rector es el abogado de Ponsatí; antes al contrario, el término rector designa en las universidades escocesas a un representante externo elegido por los alumnos (en Escocia el equivalente al rector español es el principal). De la partida destinada a Durham se ha comentado que un abogado de Puigdemont es profesor allí, cuando apenas tiene un puesto asociado de carácter honorífico.

Parte de ese dinero sufraga centros de investigación. Pero la acción de adoctrinamiento más efectiva se ejerce a veces mediante asignaturas costeadas por la Generalidad. Pongamos como ejemplo la Universidad de Edimburgo, donde la incorporación de asignaturas de lengua y cultura catalanas, financiadas por la Generalidad, al programa de estudios se realizó por cabildeo: unilateralmente y sin que ello se presentase y se debatiese formalmente en una reunión del área de estudios hispánicos. Como indica la documentación de la asignatura de cultura catalana allí impartida, uno de los cinco objetivos de la misma es (traduzco literalmente) «comprender la literatura y la memoria en la conformación y el desarrollo de una nación y de sus instituciones políticas». Es decir, mucha memoria pseudohistórica para adoctrinar a los estudiantes en que Cataluña es una nación oprimida por España. (La «opresión» del Estado sobre Cataluña solían enseñarla mediante el análisis de traducciones censuradas durante el franquismo).

Esas asignaturas benefician no solo al programa ideológico de la Generalidad, sino a los mismos profesores: los tiempos parciales cobran aparte por impartirlas y la gestión de los fondos cuenta a otros como mérito administrativo en un sistema que los premia tanto como la investigación. No obstante esos beneficios, no es raro que la enseñanza del catalán en el extranjero suela tener un objetivo político. Y llueve sobre mojado, porque, en el concierto de algunos departamentos hispanistas, el adoctrinamiento independentista germina al calor de un ambiente asfixiantemente politizado. En el caso de Edimburgo, por poner apenas dos ejemplos, el programa de una asignatura sobre novela actual la presenta centrada en «el pasado histórico reciente» de la Guerra Civil y el franquismo, y la única lectura troncal de primero es la comedia teatral ¡Ay Carmela! enseñada como literatura «antifascista». Lo verdaderamente atroz no es el adoctrinamiento radical, sino la pasmosa superficialidad científica; por ejemplo, el programa de la asignatura de novela de la Transición se refiere al franquismo denominándolo «el antiguo régimen», cuando el término historiográfico «antiguo régimen» significa exclusivamente el periodo anterior a la Revolución Francesa.

Henos ante un adoctrinamiento chapucero y de una nulidad intelectual abrumadora. Así como se ha lavado el cerebro a generaciones de estudiantes catalanes, se está lavando el de generaciones de estudiantes extranjeros al objeto de crear una opinión pública internacional favorable al independentismo. El impulso popular del secesionismo puede explicarse conforme al fenómeno que Daniel Dennett llamó deepity: la propagación de absurdos acientíficos que socaban la ciencia para imponer dogmas de sentimiento casi religioso.

Los anteriores Gobiernos de España hicieron bien en cerrar esas delegaciones, pero se debería, igualmente, articular una acción cultural en el exterior más acorde a los desafíos a la imagen de España. Ello solo será posible mediante las mismas iniciativas que ha impulsado el independentismo: la financiación de centros de investigación y de asignaturas de cultura española. Aseveraba Spinoza que la moral se sustenta en la imparcialidad: ante el adoctrinamiento partidista solo vale la propagación científica e imparcial de la historia.

J. A. Garrido Ardila es filólogo e historiador. Su último libro es Sus nombres son leyenda. Españoles que cambiaron la Historia (Espasa).

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