La próxima vez

Un niño palestino transporta a otro en un carrito en Gaza, el pasado 14 de mayo.MOHAMMED SALEM / REUTERS
Un niño palestino transporta a otro en un carrito en Gaza, el pasado 14 de mayo.MOHAMMED SALEM / REUTERS

De nuevo centenares de cohetes disparados contra ciudades israelíes; de nuevo el iracundo analista militar en el estudio de Canal 12 exigiendo una respuesta contundente. De nuevo ciudadanos aterrados diciendo al corresponsal enviado a la zona que esta vez tenemos que atacar con toda nuestra fuerza y acabar con esto, como si estuviéramos viviendo un acontecimiento extraordinario, salido de la nada, que nos ha cogido a todos por sorpresa. Basándonos en las crónicas e informaciones publicadas, esto ha sido algo tan único e inesperado que ni siquiera nuestros encomiados servicios secretos militares pudieron preverlo y avisarnos; no se ha tratado de algo que ya hemos vivido tres veces antes con operaciones militares en Gaza, y que, si miramos más allá del alto el fuego, será algo por lo que probablemente volveremos a pasar dentro de uno o dos años.

Aunque ninguno de nosotros quiera entender realmente cómo empezó esta pesadilla, en nuestro corazón todos sabemos cómo terminará: en respuesta a los ataques con cohetes de Hamás, que se cobran un doloroso precio en vidas humanas, bombardearemos más edificios de Gaza para hacer que nuestros enemigos paguen un precio aún más alto, revisaremos nuestra deficiente capacidad de disuasión y mataremos a más altos cargos de Hamás —que rápidamente serán sustituidos por otros— junto a numerosos civiles y niños “no implicados”. El mundo se conmoverá ante las bajas de civiles y niños palestinos, y nosotros acusaremos al mundo de ser hipócrita y de juzgarnos con un doble rasero. La Corte Penal Internacional de La Haya querrá investigar, y nosotros querremos que primero reconozca que es antisemita, y al final, cuando se haya representado todo el ritual, volveremos a empezar.

El periodista de derechas Shimon Riklin, con notable presencia en los medios, ha tuiteado que “en un país normal, la mitad de Gaza ya estaría en llamas”, así que es importante hacerle saber que, en un país normal, Itamar Ben Gvir no habría sido elegido por la Kneset [Parlamento], ni habría abierto, junto con la organización racista Lehava, su denominada “oficina parlamentaria”, consistente en dos sillas de plástico, en el barrio árabe de Sheij Yarrah en Jerusalén Este. En un país normal, el ministro de Seguridad Pública, Amir Ohana, a quien le gusta decir que es responsable de todo, pero no es culpable de nada, no insistiría en cambiar el estatus de las fronteras de Jerusalén Este para bloquear el paso a la Puerta de Damasco en pleno Ramadán. Y en un país normal, la policía israelí respondería a los disturbios en Jerusalén con más moderación, como hacía en el pasado, y no lanzaría bombas de gas al interior de la mezquita de Al-Aqsa, la explosión de las cuales retumba en todo el mundo.

Un país normal lucharía contra Hamás con todas sus fuerzas, pero también siendo plenamente consciente de que esa lucha, por brutal que sea, no puede erradicar las tensiones, las fricciones, la anarquía y la sensación de privación dominantes en Lod, Jaffa y Jerusalén Este. Se daría cuenta de que el abominable terror que asola sus calles tiene raíces profundas a las que no cabe enfrentarse solo con la fuerza a secas y la intimidación. En un país normal, entenderíamos que tiene que haber un cambio, y que formar un Gobierno que incluya un partido árabe podría representar un verdadero esfuerzo conjunto para resolver el problema con los árabes israelíes y para ellos.

Pero no somos ni un país normal, ni un país preparado para reconocer sus errores. Da igual, la próxima vez bombardearemos de verdad y acabaremos con la historia de una vez por todas.

Etgar Keret es escritor y guionista, autor de Avería en los confines de la galaxia (Siruela). Traducción de News Clips.

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