La prueba del algodón de Podemos

El éxito de Podemos ilustra dos cuestiones ampliamente tratadas por las Ciencias Sociales: el problema de la acción colectiva y la tendencia de toda organización a la oligarquía. Más allá de sus propuestas programáticas, el éxito de Podemos reside fundamentalmente en que ha sabido identificar una demanda no atendida por los partidos políticos tradicionales: el deseo de más participación y horizontalidad en la política, que viene provocado por un clima de insatisfacción creciente con sus mecanismos de funcionamiento. Parafraseando a Schumpeter, los líderes de Podemos son un ejemplo de empresarios políticos. Han sabido identificar lo que el mercado (en este caso político) demanda en un momento concreto y proponen una innovación para dar respuesta a esa demanda: participación y horizontalidad. Pero el éxito inicial de Podemos aboca a una paradoja de difícil solución: para que un movimiento tenga éxito a largo plazo es preciso cierto grado de organización (esto era bien sabido por Lenin). Dentro de las organizaciones políticas (o de otro tipo) se toman decisiones continuamente y se desarrolla una cierta especialización en la división del trabajo, de modo que un modelo de funcionamiento asambleario paraliza la gestión diaria de cualquier organización. Así pues, el dilema que se plantea es llevar el principio participativo hasta sus últimas consecuencias a riesgo de hacer el movimiento inoperativo o adoptar principios exitosos de diseño organizativo a costa de perder su principal activo y ser percibido como un partido de la vieja política.

Hasta el momento, y por lo que se conoce, es previsible que el dilema de los empresarios políticos de Podemos se solucione dándole la razón por enésima vez e inevitablemente a la Ley de Hierro de la Oligarquía formulada por Robert Michels en 1911 tras estudiar al partido socialdemócrata alemán (SPD). Se sustenta en la idea de que en toda organización perviven tendencias oligárquicas ya que hay individuos que se hacen necesarios (por su experiencia, conocimientos, habilidades, etcétera), se instalan en el gobierno de la organización e intentan perpetuarse en su liderazgo en detrimento de la democracia interna (incluso habiendo sido elegidos una primera vez por sus miembros).

La Ley de Hierro de la Oligarquía es inevitable en Podemos porque requerirá un mínimo de organización para responder a las necesidades con las que sus líderes se encontrarán: alguien tiene que buscar locales, relacionarse con los medios, canalizar y destilar las ideas para convertirlas en programa electoral, analizar documentos, convocar reuniones, elaborar normas internas, tomar decisiones para el funcionamiento diario de la organización, etcétera. La supervivencia de toda organización depende de que estas necesidades encuentren respuesta en una estructura mínima que sea eficiente y ágil para su funcionamiento continuado, y esto se suele oponer al asamblearismo y la horizontalidad.

La prueba del algodón la encontramos en el primer intento de elección para organizarse internamente: muchos seguidores de Podemos se desayunaron recientemente con la noticia de que sus líderes concretaban su participación a través de la votación a listas cerradas (instrumento tradicional) más o menos controladas por ellos, tal como prevé la Ley de Hierro que se comporten los líderes que quieren dominar una organización y perpetuarse en su liderazgo. Es previsible que en la andadura de Podemos se produzcan más tensiones derivadas de la fricción entre la naturaleza asamblearia y participativa de la formación y las necesidades organizativas de la misma. Y ello implica una tensión constante entre participación y organización o, si se prefiere, como remarcó Max Weber, entre democracia y burocracia. De momento, el primer desafío de los empresarios políticos de Podemos a la Ley de Hierro de la Oligarquía se ha saldado a favor de Michels y su tesis. Pero esto no debería preocupar a sus seguidores si se miran en el espejo de la experiencia histórica de la Iglesia católica: un mesías y 12 seguidores terminan generando una de las organizaciones más poderosas y exitosas de la historia de la humanidad, aunque eliminando disidencias y moldeando el entorno según sus intereses.

Podemos ha supuesto también la alteración del equilibrio en un sistema de partidos con fuerte tendencia al bipartidismo. Según la predicción de Schumpeter, el resto de actores tendrá que reaccionar ante la innovación (horizontalidad y participación) en la forma de hacer política para no perder su posición. La cuestión relevante es dilucidar cuál es la combinación óptima entre la atención a una legítima demanda de mayores dosis de participación y la eficiencia de las propias organizaciones políticas. En tiempos de cierto nihilismo político, solemos olvidar que la vieja política de partidos es un mecanismo de representación de los intereses que existen en la sociedad y que, con todos sus vicios (que deberían corregirse a partir de una autocrítica que aún está por llegar), tampoco puede ser sustituida fácilmente sin caer en otros peligros. Veremos qué nos depara el futuro.

Antonio M. Jaime es profesor de la Universidad de Málaga y Xavier Coller, de la Universidad Pablo de Olavide. Ambos son miembros del grupo de investigación Democracia y Autonomías: Sociedad y Política.

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